Estimado presidente electo __________,
Esta columna debe publicarse antes de que se conozcan los resultados del martes, por lo que tendré que completar su nombre más tarde.
Lo siento, pero no se preocupe.
Porque, ya sea Harris o Trump, algunos consejos les servirán igualmente a ambos.
Primer punto: debe su victoria tanto, si no más, a su oponente que a usted mismo.
Si se trata de la presidenta electa Harris, agradezca no haber tenido que enfrentarse a Nikki Haley o a algún otro republicano que no fuera tan verbalmente flatulento y políticamente tóxico como Donald Trump.
Si se trata del presidente electo Trump, agradezca a su buena estrella que Kamala Harris fuera, después del presidente Joe Biden, probablemente la contendiente demócrata potencial menos elegible.
Usted habría estado perdido si su oponente hubiera sido el gobernador Josh Shapiro de Pensilvania o la gobernadora Gretchen Whitmer de Michigan.
Dicho sin rodeos, fuera de sus partidarios incondicionales, muchos, si no la mayoría, de los estadounidenses lo detestan o desconfían de usted y no le darán fácilmente el beneficio de la duda.
Lo cual plantea el segundo punto: a diferencia de Barack Obama en 2008, Ronald Reagan en 1980 o Lyndon Johnson en 1964, usted no tiene un mandato para un cambio radical.
Incluso si su victoria es mayor de lo que anticipaban las encuestas preelectorales.
Incluso si obtiene mayorías en el Congreso.
Incluso si los expertos amigos lo aclaman como el Salvador de la Democracia o la Vencedora de los Progresistas o algún otro apodo cuasi mesiánico.
¿Qué les sucede a los presidentes que creen que tienen mandatos cuando no los tienen?
Mire a Joe Biden, quien prometió a los estadounidenses que sería un presidente de transición y luego decidió intentar ser la segunda venida de Franklin Roosevelt.
No ha tenido un índice de aprobación positivo desde septiembre de 2021.
O miremos a George W. Bush después de su reelección en 2004, prometiendo una reforma radical de la inmigración y los derechos sociales:
no logró ninguna de las dos cosas, mientras que su legado se hundió en el fango de la insurgencia de Irak, la debacle del huracán Katrina y, en última instancia, la crisis financiera de 2008.
¿Qué puede hacer, entonces, con su victoria?
Un tercer punto: comience con algo que sorprenda gratamente a sus escépticos.
Crea en el poder de la gracia política para ganar capital político.
En el caso de Harris, los escépticos temen que sea intelectualmente vacía, culturalmente radical y no esté preparada para los desafíos de un alto cargo, especialmente cuando se trata de política exterior.
En el caso de Trump, el temor es que no solo sea un fascista de corazón, sino que gobierne como un déspota.
Esos temores podrían ser aliviados por Harris mediante un fuerte aumento del presupuesto de defensa y la elección de un secretario de seguridad nacional con reputación de tener una mentalidad de seguridad, tal vez incluso un republicano como el senador Jim Lankford de Oklahoma; por Trump, extendiendo su legado de reforma de las sentencias penales y con un fiscal general no partidista en el estilo de la elección de Gerald Ford, el presidente de la Universidad de Chicago, Ed Levi.
(Sí, lo sé. Pero la esperanza es lo último que se pierde.)
establecer una Oficina de Reforma del Sentido Común, que trabaje directamente desde la Casa Blanca, con un límite legal de no más de 30 empleados para evitar que se convierta en otra burocracia permanente y desmesurada.
Designar a Philip K. Howard, autor de “La muerte del sentido común”, o a Cass Sunstein, que trabajó en la reforma regulatoria para Obama, como su primer director.
Darle el mandato de eliminar todos los requisitos de permisos, regulaciones duplicadas y otras negociaciones burocráticas que impiden que incluso los proyectos de infraestructura modestos se completen a tiempo o dentro del presupuesto.
Si Harris quiere construir 3 millones de nuevas viviendas o Trump quiere terminar su muro fronterizo, necesitarán esto.
En materia de política exterior, hay que guiarse por una simple distinción:
es más sensato intentar mantener a raya las pesadillas que tratar de hacer realidad los sueños.
Así que, en cuanto a mi quinto punto, organicen sus prioridades en consecuencia.
¿Qué deben hacer para impedir que China intente apoderarse de Taiwán?
¿O que Irán adquiera una bomba nuclear?
¿O que Rusia invada Ucrania y luego ponga la mira en su próxima víctima?
La seguridad de Estados Unidos y su posición como líder del mundo libre mejorarán si se ponen a trabajar de inmediato en estas amenazas inminentes en lugar de dedicarse a otro intento de Sísifo por lograr la paz entre israelíes y palestinos, desnuclearizar a Corea del Norte o abordar las causas profundas de la migración latinoamericana.
Crean en el poder de los logros más pequeños pero más visibles.
Biden se enorgullece de la aprobación de la gigantesca Ley de Reducción de la Inflación:
¿cuántos estadounidenses pueden recordar un solo elemento importante de ella o nombrar un beneficio que les haya aportado personalmente su aprobación?
Pero la gente puede entender logros legislativos como la Ley contra el Crimen bipartidista de 1994 que puso a 100.000 agentes de policía a la calle y contribuyó a mejoras duraderas en la seguridad pública.
Tampoco hay límites a lo que una mujer puede hacer.
Por último, pese a las demandas de “cambio”, hay que saber que lo que los estadounidenses quieren del gobierno no es ni transformación social ni dramatismo, sino competencia.
No hay que tener miedo, como no tenía Harry Truman, de rodearse de asesores que, en sabiduría y experiencia, sean más importantes que uno.
No hay que ser reacio, como no tenían George H.W. Bush y Bill Clinton, a encontrar puntos en común con los oponentes políticos.
Y hay que tener presente la máxima favorita de Reagan:
“No hay límites a lo que un hombre puede hacer o adónde puede ir si no le importa quién se lleva el mérito”.
c.2024 The New York Times Company
