Se dio como la irrupción de un número 10 que de la reserva salta a la primera y, con pequeños destellos, genera una revolución. Levanta a los hinchas de la platea, genera el abrazo entre desconocidos de la popular. Arranca con las gambetas, sigue con alguna asistencia y a eso le agrega un gol. ¿Y por qué la comparación con el fútbol? Porque el deporte unifica pero también es capaz de generar emociones que son inexplicables. ¿Cuánta gente conocía realmente a Franco Colapinto antes que se diera el famoso pase a la Fórmula 1? ¿Cuántos se animaban a (realmente) confiar en sus condiciones y proyectar buenas noticias? En el medio del campeonato, a 9 fechas (carreras) del final, le tiraron la pelota (el casco) y le dijeron “volá, jugá como en las prácticas”.
Y él salió, un poco sufrió, pero también se divirtió. Y generó algo majestuoso en el público sin importar el género o la edad. Un magnetismo futbolizado, una mezcla de admiración y ganas de que le vaya bien sin importar los colores de las camisetas. Claro que no hay que subestimar el poder del automovilismo en la Argentina, la pasión que siempre despertaron los fierros en nuestro país (comprobable con lo que sucede con el TC cada fin de semana), pero con Colapinto pasó algo más. Si hasta tuvo que salir a saludar a la tribuna (literal) que se había armado en el GP de San Pablo…
En la calle de boxes de Williams en la previa a la carrera de Interlagos, decenas de argentinos esperaron la llegada de Colapinto. “Que de la mano de Colapinto, todos la vuelta vamos a dar”, se escuchó en una de las tantas comparaciones futboleras. El piloto firmó gorros, banderas, camisetas. Se mezcló con la gente, se involucró con ese sentimiento. Dos días después se escuchó desde las gradas: “No me importa lo que digan los demás, yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más. Franco, mi buen amigo, esta campaña volveremos a estar contigo. Te alentaremos, de corazón, esta es la hinchada que te quiere ver campeón…”. Una pasión de multitudes.
Hace unos días, no bien llegado a la Argentina donde se encuentra de vacaciones, unos chicos lo encontraron caminando cerca de su nueva residencia en un barrio de Tortugas y le pidieron autógrafos. “Hicimos toda la decoración de Fórmula 1 por vos, hasta la torta”, se le escucha decir a una de las madres de los chicos mientras el piloto de 21 años le dedica su firma a uno del grupo en una remera similar a las que usa Colapinto. La cara de los chicos fue increíble. Una imagen, mil palabras.
Fue primero el furor y luego la comparación. “¿El objetivo? Y… que no rompa el auto”, se escuchó desde el propio equipo de Colapinto y el periodismo especializado antes de su debut en Monza, en lo que fue la primera de las 9 carreras de Fórmula 1 que participó de 2024. Y Colapinto rompió los resultados. Porque no ganó ni estuvo cerca del podio, pero generó un impacto en la gente como así lo fuera.
Claro que Colapinto tuvo méritos deportivos cuantificables y que fortalecieron el imán con el público. No se trató sólo de carisma. En Monza, el pilarense largó en la posición 18° y llegó 12°. Una semana después, en Bakú, empezó 8° y terminó en el mismo lugar, sumando cuatro puntos. Más tarde, en Singapur largó 12° y concluyó 11°. Mientras que en Austin, inició 15° y finalizó 10°, sumando otro punto. En tanto, que en Ciudad de México arrancó 16° y culminó 12°. En Las Vegas pudo recuperarse de la última posición y quedó 14°. Algo que no se repitió tras los abandonos en las carreras de San Pablo, Qatar y Abu Dhabi.
Estas primeras cinco carreras le valieron ser poseedor de un curioso récord relacionado a este ranking: fue el primer piloto menor de 22 años que terminó sus primeras cinco competencias mejorando su posición de largada.
Logró sumar cinco puntos para su equipo lo que lo terminó por colocar en el puesto número 19 de la tabla general de pilotos, por delante de Zhou (4), Liam Lawson (4) y Valtteri Bottas (0), y también de quien reemplazó en Williams, Logan Sargeant, y quien se estrenó en la última carrera con Alpine, Jack Dooham.
Pese a tener que ponerse el casco en medio de la pista (con el campeonato de la F.1 empezado y desconociendo muchos de los circuitos) se animó a asumir riesgos. Como el gambeteador que por ahí hace una de más siempre confiando en sus condiciones y pensando en seguir teniendo la pelota, pero sabiendo –como en el fútbol o cualquier deporte colectivo- que nada es mejor que cuando se trabaja en equipo.
“¡Daaaaale amigo!”
En todo momento fue él, para el manejo y la toma de decisiones. Y gambeteó para adelante. Como cuando se metió para opinar sobre qué neumáticos utilizar en el circuito de Austin, Estados Unidos, carrera en la que finalizó 10°. Y después reconoció que les hizo un pedido por radio: “El equipo no quería largar con gomas duras y yo les dije ‘Daaaale amigo, tirá duras y lo hacemos más largo’. No querían y los convencí. El año que viene si no tengo butaca, me hago ingeniero de estrategia”. Hasta se permitió bromear al respecto, luego de completar las 56 vueltas en el autódromo del estado de Texas. Y agregó: “Hablando en serio, pienso que fue una maniobra arriesgada, pero que nos terminó saliendo bien porque yo sabía y pensaba que teníamos muy buen ritmo. Quería tener aire limpio para mostrar lo que teníamos”. Esa desfachatez también descontracturó un deporte para muchos muy técnico y frío, manejado quizás al extremo por valores y códigos numéricos, con conceptos prefijados.
Supo reconocer errores también. ¿Cómo no va a cometer errores un joven que tuvo este ascenso meteórico en tan poco tiempo? También tuvo algún que otro “chispazo” con el equipo, cuestiones hasta lógicas, como cuando el 9 de un equipo cruza palabras con un 10 que no le dio el pase dentro del área y finalizó la jugada él, con el remate desviado. En la vuelta previa al accidente por el que tuvo que abandonar en el GP de Brasil, Colapinto le había pedido a su equipo entrar a boxes para cambiar los neumáticos que tenía por unos que se utilizan en caso de lluvia extrema. Sin embargo, su consideración no fue tenida en cuenta y, tras un breve ida y vuelta, el equipo de Williams le respondió tajante por radio: “Déjanos hacer nuestro trabajo y haz el tuyo. Concéntrate en no cometer errores, sé que está difícil ahí afuera… La mayoría de los autos están con intermedias”, expresó el ingeniero Gaetan Jego.
Son idas y venidas lógicas. No sólo mostró personalidad para involucrarse en las decisiones tácticas sino también para elogiar el detrás de escena del equipo Williams. Luego de la carrera de Las Vegas, en donde terminó 14° (6 ubicaciones por encima de la de largada, con 4 sobrepasos reales -ganó dos colocaciones por abandonos-, sostuvo: “Los chicos en el box hicieron un trabajo impecable para poner el auto de vuelta hoy, en la carrera. Dos horas antes de salir se rompió la bomba de aceite, así que tuvieron que abrir de vuelta la caja de cambios y el motor, sacar todo y cambiar. Lo que trabajan estos pibes… Les tengo que hacer una estatua. Es una cosa de locos. Quería darles a los mecánicos algo para festejar hoy a la noche”. Como el enganche talentoso que después de debutar se acuerda del apoyo de su familia, del represente, del DT que le dio la chance. Incluso fue más un corredor de carreras que de prácticas, como el futbolista que rinde mejor en los partidos oficiales de los domingos que de lunes a sábados.
El magnetismo (en varios casos llegados al fanatismo) que despertó este chico copó todo. No sólo fueron las condiciones para correr en la máxima categoría, sino el desparpajo para hacer las cosas más naturales. En un deporte más frío y calculador, Colapinto también rompió las estructuras internas haciendo bromas con los demás pilotos y hasta tratando a todos por igual, a cada persona que trabaja en determinados roles de la Fórmula 1. Las selfies no eran sólo para hinchas o fanáticos, fue una forma de involucrar a terceros que están detrás de escena, como pueden ser los utileros o masajistas en el fútbol, los que cortan el pasto del campo de juego del estadio. Los hizo jugar a ellos también.
También tuvo un triunfo adicional que no valió un título, pero casi. La mayoría de los pilotos de la Fórmula 1 lo elogiaron y hasta pidieron por él para el 2025. No es común en un deporte tan competitivo que los elogios entre colegas surjan de manera tan natural. “Cuando te llaman a última hora y te lanzan a este deporte, la mayoría de nosotros, si tenemos suerte de entrar en la F.1, tenemos un poco de práctica. Si nos fijamos en Kimi [Antonelli], tiene muchos días de pruebas antes de su primer entrenamiento libre: más de 20 días en el auto, casi sin precedentes. Y les juro que este chico [Colapinto], saltó directamente e hizo un trabajo fantástico. Mi consejo sería asegurarse de que esté empujando desde su lado para intentar asegurarse un asiento el año próximo. Tiene que centrarse y seguir centrándose en hacer su trabajo cada fin de semana”, comentó Lewis Hamilton.
En el GP de Estados Unidos recibió un gran halago de Fernando Alonso, a quien traspasó en la vuelta 23. “Hoy no había lucha, iban un segundo más rápido que nosotros. Es como el nuevo McLaren de la zona media”, dijo mirando a Colapinto, a quien tenía al lado.
Los accidentes en el Gran Premio de Brasil, más el choque en la clasificación en Las Vegas, expusieron más que nunca al piloto argentino en su corto recorrido en la Fórmula 1. El diario alemán Bild fue incluso cruel con el piloto argentino con el siguiente título: “El crash-kid (el niño choque) más caro del mundo. ¡Estrella de Fórmula 1 con 3 millones de daños en 6 carreras!”. Pero Max Verstappen (otra voz autorizada) apoyó a Colapinto luego de esos accidentes en pruebas y carreras, y defenestró a los detractores. “Los expertos deberían mantener la boca cerrada. No es nada fácil. Todo lo que haces al límite no es fácil. Incluso si condujera un auto de calle al límite en este circuito [Las Vegas], tampoco es fácil. Y si no, que lo hagan ellos. Estar delante de la cámara suele ser ya una señal de que no pueden hacerlo por sí mismo, o de que no pueden hacerlo”.
“Ir al límite en un circuito fue siempre algo que me apasionó de muy chiquito, desde los 4 años que tuve un cuatriciclo, andaba por el barrio. Es algo que nació conmigo. Mi viejo siempre fue un fanático del automovilismo, yo me fui metiendo en los karting primero y después me fui a vivir a Europa de chiquito para meterme en esta locura de la Fórmula 1″, cuenta Colapinto, que corría en la F2 y tuvo una chance por talento en un lugar donde la mayoría suele entrar además condicionado por la billetera. Pero esa forma de ser y el carisma también pudo haber impactado a quienes le dieron la gran oportunidad.
El “fenómeno Colapinto” es para potenciar el análisis porque la admiración por Lionel Messi (la unanimidad) fue después de ganar el Mundial. Hubo gente que no se perdía un solo partido del 10 en Barcelona, pero su atención –a miles de kilómetros de distancia- se fue generando de manera más paulatina. Manu Ginóbili ganó cuatro anillos de NBA siendo figura excluyente de San Antonio Spurs, pero no despertó el furor y la masividad en la idolatría que logró Colapinto. Lo de Facundo Campazzo en su primer año en la elite del básquetbol fue fantástico, cada una de sus jugadas se volvían virales en horas. Pero el público no seguía sus partidos en la madrugada. Hoy la gente habla de los récords de vuelta (el que le sacó Ocón por poco en el GP de EE.UU.), de jefe James Vowles, de los segundos que tardó el equipo en boxes, de neumáticos blandos o duros y de circuitos callejeros como si toda la vida hubieran estado familiarizados con esos términos.
Así como en un jugador de fútbol luego de una explosión puede venir un lógico declive, con Colapinto pasó lo mismo. No es el mismo Diablito Echeverri que se puso en la primera de River con Demichelis luego de explotar en el Sudamericano y Mundial Sub 17 de 2023 que el que termina despidiéndose ahora en la derrota ante Racing. Su talento no cambió (la venta a Manchester City no se frustró), pero sí se modificó el contexto (su influencia, su adaptación a Gallardo, las irregularidades). Y una cosa es irrumpir desde atrás, cuando todo es sorpresa y admiración, y otra defender el lugar ganado desde la presión de igualar lo muy bueno ya realizado. Por estas horas, por ahí puede estar la mente de Colapinto.
Hace unos 20 años, apareció en la NBA un chico que se llama Jeremy Shu-How Lin. Hijo de taiwaneses que estudió ciencias económicas. Ninguna universidad le ofrecía becas porque no era muy bueno. Se fue a estudiar a Harvard, que es una universidad que no funciona en deportes. Pero así llegó a la NBA y en su primera temporada en Houston tuvo un rendimiento de “superestrella”. Fue un boom. Se despertó una “Linmanía” que la llamaron “Linsanity” (haciendo el juego de palabras con locura). Jeremy aparecía en todos los anuncios, los ratings de Houston se dispararon. A los dos años ya nadie hablaba de él. Hoy tiene 36 años y juega de base en los New Taipei Kings de la P. League+ de Taiwán. El desafío de Colapinto será ganarle al boom, seguir esforzándose como lo hizo siempre para sostenerse en la elite.
Como todo deportista joven que generó un imán por sus aptitudes y carisma que le significó abrir el juego con las marcas (los patrocinadores son muy importantes en todos los deportes pero más aún en la costosa Fórmula 1), también las cámaras se posaron sobre su vida privada las 24 horas. Su exposición se multiplicó en cantidad de seguidores en las redes sociales. Y ya no se lo seguía solo cuando estaba arriba de un auto. De allí aparecieron imágenes que se hicieron virales con la China Suárez en Madrid.
“Mentalmente estoy bien, de 10. Yo de muy chiquito, tuve un psicólogo que me ayudó mucho y me ayuda mucho hoy en día. Creo que en el deporte en general es cada vez más importante estar bien mentalmente y estar un poquito más fino en cuento a la cabeza. No te voy a decir qué hago porque me vas a copiar todo, es un secretito”, le dijo a un fanático en una rueda de prensa del Fan Zone de Williams el 20 de noviembre. Seis días después cerró su cuenta en X: “Borré Twitter (X). Creo que es muy tóxico. Y hagas lo que hagas, tiene un impacto muy grande. Ellos (los fanáticos) hacen una noticia de cada pequeña cosa que uno hace. Así que es algo que hay que entender, pero forma parte del trabajo”, explicó.
Ya más medido, luego del abandono en la última carrera de Abu Dhabi en la vuelta 28 luego de que previamente lo chocara de Piastri y sumara otras fallas del auto, analizó: “Fue la mejor experiencia que tuve en mi vida. Fue lo que quería desde chico y lo disfruté mucho. Hice un buen trabajo, obviamente no estoy contento cómo terminó la temporada. Hay que volver más fuertes”. Si en el peor de los casos no vuelve, ¿acaso no habrá valido la pena para él haber tenido “la mejor experiencia de su vida”? ¿Cuánta gente llega al final de sus días sin haber vivido esa sensación?
“Si no corre en otro lado, estará con nosotros como piloto de reserva y hará pruebas con los modelos anteriores para mantenerse vigente. Y como vimos este año, hay suficientes oportunidades donde pilotos de reserva pueden dar un paso al frente”, había señalado James Vowles, jefe de Williams, a mediados de noviembre. No es una situación atípica.
Si no consigue una butaca para la Fórmula 1 en 2025, ¿qué sería mejor? ¿volver a la Fórmula 2 sería positivo? No. El Diablito Echeverri o Carlos Tevez no volvieron a la reserva luego de debutar (y explotar) en la primera de River y Boca. Ya la competencia es otra. Tuvieron altos y bajos, pero ya siguieron entrenando con el plantel principal, con el roce superior de primera. Lo mismo sería para Colapinto: volver a la F2 podría correr el riesgo de que una nueva camada de pilotos lo deje fuera de la pista; si continúa en la F.1 como suplente (la alternativa que maneja Vowles), seguirá aprendiendo de los mejores, sacando conclusiones teóricos y prácticos para cuando el equipo Williams lo vuelva a necesitar.
En la noche del jueves ganó el Olimpia de Oro junto con Emiliano Martínez, el premio que entrega todos los años el Círculo de Periodistas Deportivos al mejor de la temporada. ¿Hay algún otro personaje más futbolero que Dibu?
Es la historia la que conmueve. La de un piloto argentino que irrumpió como un N° 10, generó un fenómeno que traspasó la F.1 y rompe los resultados.