“No se nos va a dar nunca”. La frase le pertenece a Lucas, de 17 años, que nació en agosto de 2007, solo dos meses después de que Boca se consagrara campeón de la Copa Libertadores por última vez; el joven, que desea fervientemente experimentar qué se siente cuando el club de sus amores conquista América, siente esta eliminación en el Repechaje, ante Alianza Lima, como una daga en su corazón azul y oro.
Golpeado, esboza una opinión en forma de preguntas que no tienen respuesta: “¿Cómo va a patear Velasco el último penal, si es evidente que no está pasando un buen momento desde que llegó al club? ¿Por qué entró Brey por Marchesin? ¿Quién toma esas decisiones?”.
Las muestras de dolor son generalizadas en una Bombonera que rugió fuerte durante el partido y que expresó su enojo con furia con un inédito: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Un enojo que por primera vez, desde enero de 2020, también salpica a Juan Román Riquelme, al Consejo de Fútbol y a la Comisión Directiva. Porque “todos” son todos. Y así como en otros momentos quizás fueron más pasivos, ante este fracaso rotundo que responsabiliza a todos los involucrados, el hincha pretende que ruede alguna cabeza, que haya un gesto de reacción dirigencial.
Luego, mientras el martes se convertía en miércoles, en el templo xeneize fue estruendoso el silencio, solo interrumpido por las máquinas que varios empleados utilizan para soplar los papelitos y barrer las tribunas. Los lamentos de los hinchas son evidentes y se resumen en títulos catástrofe. “Papelón histórico”, sentenciaban algunos. “Crónica de un final anunciado”, indicó otro. Y un puñado de personas insultó a lo lejos a los jugadores cuando subían al micro.
En la intimidad del plantel, las sensaciones fueron similares. Porque si bien Fernando Gago fue el único que le puso voz al mal momento (obligado por las reglas Conmebol) y fue evidente que sintió el impacto -aunque afirmó que está con fuerzas para seguir en su cargo-, los futbolistas se retiraron en silencio. Caminando esos casi cien pasos que distancian el vestuario local del micro con andar lento y mirada extraviada.
Ahí estaba Cavani, todavía repitiendo en su cabeza la última acción del partido. Esa en la que tuvo servido el 3 a 1 y la clasificación con la pelota en sus pies, a dos metros de la línea de gol y sin arquero. Tratando de buscar en el horizonte la explicación de por qué ese balón no terminó en el fondo de la red.
Cerca suyo, Agustín Marchesin no sacaba su vista de la punta de sus zapatillas. Golpeadísimo, el arquero sabrá en su conciencia por qué salió sobre la hora para ser reemplazado por Leandro Brey. ¿Estaba lesionado? ¿Pidió el cambio él? ¿Estaba pactado que ante una hipotética definición por penales él saliera e ingresara el suplente? Absolutamente nadie, ni siquiera Gago en la conferencia, fue claro en relación con una secuencia que llama mucho la atención.
Palacios, uno de los nuevos, casi equivoca la salida y termina junto a los hinchas. Pocas veces se vio tan serio a Merentiel como esta noche. Y el chico Delgado, que otra vez tuvo una actuación destacada, masticaba la bronca de la primera eliminación importante que sufre en una carrera que se avizora promisoria.
No solo los jugadores expusieron su tristeza. También se lo vio salir con paso rápido y rostro serio a Marcelo Delgado, integrante del Consejo de Fútbol. Tampoco quiso hablar. Lo mismo ocurrió con varios integrantes de la CD, que son conscientes de que por primera vez en 15 años Boca verá por TV la Libertadores en dos ediciones consecutivas. Sí: desde 2010/2011, durante la primera presidencia de Jorge Ameal, el Xeneize fue uno de los grandes ausentes del torneo continental de clubes más importante de Sudamérica por dos años seguidos. El fracaso también es de ellos.
Empleados del club, responsables de la seguridad del estadio, personas cercanas a Riquelme… Todos tenían un semblante de amargura. Pero también de preocupación, porque sacando el Mundial de Clubes -por realizarse en junio- a Boca se le terminó la competencia fuerte del año antes de que se termine febrero.
Y si bien Gago detalló en la conferencia de prensa las metas que aún le quedan para la temporada (“Hay que seguir compitiendo en cada competencia que tenemos. Se viene el torneo, el Mundial de Clubes y seguir buscando por los próximos objetivos”), está claro que lo más importante se le escapó antes de que iniciara la acción de verdad.
Nunca antes Boca había quedado eliminado de la Libertadores en una fase previa a la de los grupos. Y cuando las aguas se calmen quedará a la vista otro golpazo, que trasciende lo deportivo y se enfoca en lo económico. Porque no jugar la Libertadores hace que Boca se pierda de ganar al menos US$ 10.000.000, demasiado dinero que el club no verá y que tendrá que buscar en otro lado para sostener las obligaciones financieras con su costoso y amplio plantel.
El Xeneize se reforzó mejor que nunca en lo que va del siglo con un único objetivo: ganar la Libertadores. Pero bien temprano ya sabe que este año no sucederá. El foco estará primero en el Apertura y luego en el Clausura, además de la Copa Argentina.
Con muchos menos partidos de los imaginados, la rotación será menor y debería verse un mejor funcionamiento del equipo. Aunque será todo un desafío para el DT manejar ese plantel que ahora queda largo por la sobreabundancia de alternativas.
Aunque también habrá urgencias y obligaciones. Sin competencia internacional, Boca tendrá la presión de ganar los torneos locales. De hecho, este sábado se cumplirán dos años (731 días) desde la última vez que dio una vuelta olímpica (3-0 sobre Patronato, por la final de la Supercopa Argentina 2023). Demasiado tiempo para un club como el Xeneize en un fútbol argentino donde abundan las competencias, las copas, las vueltas olímpicas.
Será fundamental en estos días que la autocrítica sea profunda. Que absolutamente todos, desde Riquelme hasta el último juvenil del plantel profesional, se replanteen cómo seguir. Para que finalmente el equipo esté a la altura de lo que los hinchas pretenden.


