PARÍS (Enviado especial).- A Federico Agustín Gómez, una suerte de King Kong con raqueta y casi cien kilos, le faltó equilibrio y oxígeno para que la abundante explosión de sus impactos llegaran a destino correcto. Cameron Norrie, el zurdo británico que salió del top 85 por dificultades físicas pero supo ser uno de los mejores ocho tenistas del mundo hace tres temporadas, controló la artillería del argentino en el Court 13 de Roland Garros y, tras desanudar empeñosamente el tie-break del primer set, llevó el partido -por la segunda ronda- a rienda corta hasta firmarlo por 7-6 (9-7), 6-2 y 6-1, en dos horas y 14 minutos.
Fue un viaje productivo el de Gómez por París; una experiencia enriquecedora que -primero- debería ayudarlo a seguir ganando la pulseada más valiosa: la anímica. Y, después, un rendimiento que tendría que impulsarlo para seguir en la saludable búsqueda de evolucionar en el circuito grande. Llegó como 144° del ranking al Bois de Boulogne y con muchos ojos foráneos puestos en él tras la fuerte confesión sobre bloqueos de salud mental y “pensamientos suicidas”. Volvió a encontrarse con Novak Djokovic, la leyenda que lo arropó desde el día uno. Tras caer en la última ronda de la clasificación, entró en el cuadro principal del Grand Slam parisino como perdedor afortunado y obtuvo su primer éxito en un torneo de esa categoría (ante el estadounidense Aleksandar Kovacevic, 76°). Aspiraba a convertirse en el séptimo lucky loser en alcanzar la tercera ronda de Roland Garros en singles masculinos en este siglo, pero se quedó sin combustible.
Económicamente, la tarea en el Abierto francés también fue fructífera para el bonaerense: se llevará 117.000 euros, una cifra que equivale a la mitad obtenida en toda su carrera (US$ 303.500).
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