MIAMI (Enviado especial).- La efervescencia que envolvió a Boca durante los primeros días del Mundial de Clubes se evaporó de golpe. De la euforia por los partidos ante Benfica y Bayern Munich, con banderazos, abrazos, fotos y gente que cruzó estados enteros sólo para ver al equipo, se pasó al silencio, a la tensión de la escena final y a la desazón absoluta tras el empate 1-1 con Auckland City. Ya no hay bocinazos, ni bombos, ni cantitos. Ya no hay clima de fiesta. Cuando el plantel regresó a Miami y llegó al hotel de Fort Lauderdale, donde deberá quedarse hasta el jueves, no había nadie esperando. Ni un hincha en la puerta, ni pedidos de fotos, ni camisetas para firmar. La decepción fue tan grande que se rompió lo más sagrado de este viaje: la identificación del hincha con el equipo.
Ahora Boca está varado en Fort Lauderdale, a la espera de resolver cuanto antes los trámites de regreso. Todo estaba planificado, como mínimo, para quedarse hasta el cruce de octavos de final. Pero ese partido no se jugará. Porque Boca no pasó. Porque se quedó afuera antes de lo imaginado. Y el golpe no fue sólo deportivo: dejó al equipo estancado en un limbo tedioso, como un pasajero al que le acaban de postergar el vuelo y se queda mirando la pantalla del aeropuerto, rogando tener alguna novedad. Encerrados en un hotel donde ahora reina el silencio, los jugadores matan el tiempo. En este contexto, el único consuelo posible -mínimo, fugaz, casi una aspirina- es que River tampoco avance.
Después de un arranque esperanzador, Boca se fue del Mundial de Clubes dejando una imagen humillante. Igualó contra un equipo amateur de Nueva Zelanda, sin cumplir su parte, que era golear, más allá de que el triunfo de Benfica ante Bayern Munich lo dejaba sin chances de todos modos. En los micrófonos, su capitán, Edinson Cavani, aseguró que la actuación de Boca no había sido “decepcionante”, pero la realidad fue otra: el equipo tiró por la borda todo lo bueno de los primeros encuentros. Y dentro del plantel se instaló una mezcla de bronca, frustración e impotencia. Un clima que atravesó a todos: jugadores, cuerpo técnico, dirigentes y también a Juan Román Riquelme, que había depositado grandes expectativas en el torneo y volvió a recibir un golpe difícil de digerir, uno más en una etapa marcada por altibajos y frustraciones.
Boca no se quedó demasiado tiempo en la escena del papelón: apenas terminado el partido ante Auckland, regresó a Fort Lauderdale. Volvió al hotel Hyatt Centric Las Olas, su búnker desde que llegó a Estados Unidos. Ya eliminado, Russo decidió no volver a entrenar en el campus de la Universidad de Barry y limitar la actividad a algunos movimientos livianos en el gimnasio. Con el golpe todavía fresco y muchas caras largas en los pasillos, el plan es dejar que las horas pasen, sin que eso implique quedarse de brazos cruzados: hay decisiones que tomar y un futuro por proyectar.
El cuerpo técnico ordenó sostener una rutina mínima de horarios, con pautas para las comidas, el descanso y algunas charlas individuales con los jugadores, y autorizó que los futbolistas reciban la visita de sus familias, muchas de ellas todavía de vacaciones en Miami.
Desde el inicio del Mundial, Boca había mantenido informados a los periodistas sobre la rutina diaria del plantel, facilitando así las coberturas. Pero esta vez, tras la eliminación, tampoco hubo mensajes al respecto. Todo se terminó. Y volvieron los fantasmas de la última etapa. Boca, más allá de la ilusión generada, no ganó en el Mundial de Clubes. Y acumula siete encuentros sin victorias. La última fue ante Estudiantes, hace 67 días. Desde entonces, sumó cuatro empates y tres derrotas, con tres entrenadores distintos: Fernando Gago, Mariano Herrón y Miguel Ángel Russo.
El contraste es brutal. No se ven banderazos ni camisetas flameando por las calles de Miami. El grueso de los hinchas ya armó las valijas y volvió a la Argentina, desilusionado. Apenas quedan algunos rezagados, esperando el vuelo de regreso, igual que los jugadores. “No queremos estar más”, le confiesa a LA NACION un integrante de la delegación. Y no es sólo una frase suelta: es el sentimiento general. En las inmediaciones del Geodis Park, los hinchas también expresaron su decepción, al igual que en las redes sociales. El equipo no estuvo a la altura en el partido decisivo, y eso quedó reflejado en el cierre, cuando los jugadores se acercaron a la tribuna para saludar, recibiendo apenas un aplauso tibio, y algunas recriminaciones.
Mientras Boca quedó sin competencia ni objetivos, el Mundial sigue. Este domingo, en Miami -justo donde debería estar el conjunto xeneize- se enfrentarán Flamengo y Bayern Munich por los octavos de final. Para entonces, el plantel ya estará de regreso en Buenos Aires… o tal vez en otro destino, porque la idea de Miguel Russo es darles unos días de descanso y reencontrarse a comienzos de la próxima semana para empezar a planificar lo que viene.
Por ahora, no está previsto que los jugadores salgan a hablar con la prensa. Después del partido, aunque la FIFA exige que al menos tres futbolistas pasen por la zona mixta, sólo Edinson Cavani tomó la palabra, junto con Miguel Russo en la conferencia oficial. En realidad, no había mucho que decir. Boca no había podido con un equipo amateur de Nueva Zelanda, cuyos jugadores, entre sus trabajos cotidianos y la vida fuera del fútbol, ni siquiera son conocidos en las calles. Esos mismos jugadores habían recibido 16 goles en apenas dos partidos de los gigantes Bayern Munich y Benfica.
La bochornosa eliminación con Auckland City cambió por completo el panorama. La llegada de Leandro Paredes, que estuvo en Miami sólo de vacaciones, era uno de los puntos a cerrar, con una bienvenida a toda máquina en la Bombonera, como las que se organizaron para Carlos Tevez y Edinson Cavani en su momento. Pero el ánimo general, golpeado por la eliminación y la decepción, no da para grandes eventos. El clima en Boca es otro, y por eso todo se definirá sobre la marcha, con los dirigentes ajustando sus planes según cómo evolucione la situación.
De vuelta en Buenos Aires, es probable que se terminen las prácticas abiertas y que el plantel se recluya en Ezeiza para asimilar el golpe y empezar a mirar hacia adelante. Con caras nuevas y metas renovadas. Porque este Mundial de Clubes terminó de la peor manera posible, y Boca no puede permitirse más tropiezos que sigan desprestigiando su historia.

