La historia no la escriben sólo los que ganan. La racha de Boca de diez partidos seguidos sin ganar había sucedido sólo dos veces en casi un siglo de profesionalismo. El número retrata, también, el cambio de óptica de su presidente. Desde afuera del club, Juan Román Riquelme decía que no debían valorar demasiado la obtención de un torneo local porque diez de ellos valían lo que vale una Copa Libertadores. En la dificultad de la gestión, su postulado pasó a ser que Boca debe competir. De la necesidad de ganar en lo internacional a simplemente competir. Bien, en 2025 ya pasaron tres eliminaciones: en todos los certámenes que tuvo en el año, ni siquiera compitió.
Quedó dicho en esta columna hace cinco meses: ante la repetida falta de resultados, así como en cualquier otro club pagaría el manager, en Boca el Consejo de Fútbol no se toca. Sucede también que quienes lo componen (Marcelo Delgado, Mauricio Serna, Raúl Cascini) pueden tener voz, pero en las decisiones importantes no tienen voto. Todo pasa por el máximo ídolo, que hace rato perdió la aureola de intocable. Su última gran decisión fue la de contratar a Miguel Angel Russo. Si la fundamentó en su etapa reciente en San Lorenzo, se quedó corto: aquel no fue un equipo que deslumbrara. Si lo eligió por haber sido el último técnico que levantó la Libertadores en Boca, se pasó de largo: transcurrieron 18 años desde aquella alegría.
Un punto a favor de Russo parecía su experiencia en manejos de vestuarios. Para que la plasme deberá tener libertad de acción. Condicionado, nadie puede liderar. Al plantel le falta sentir autoridad y, en algunos casos de los últimos años, le faltó respeto por las normas. Ahora surge una posibilidad para implantar el demorado sistema de premios y castigos: podría comenzar con el chileno Carlos Palacios, cuya falta de rigor profesional fastidió al entrenador. En apenas dos meses, Russo tuvo que sobrellevar cortocircuitos con más de un dirigido. Pero allí siguen los jugadores que no considerará el técnico, todavía sin ser liberados totalmente del club. Marcos Rojo, entonces, utiliza sus redes para decir, a minutos de un partido, que extraña jugar. Boca acumula futbolistas no considerados. Acumula, en realidad, malos humores. Se nota en la atmósfera.
Con Russo, igualmente, el tema principal es otro. Se trata de un hombre fuerte, merece el aplauso: en Millonarios de Colombia, combatió la noticia de su enfermedad con su vocación. Creyó que, si se quedaba en la casa, su ánimo perdería defensas. Reservado como es, pocos saben cómo sigue de salud. Y cualquiera tiene ganado el derecho a la privacidad. Se lo vuelve a aplaudir: está dispuesto a seguir dando batalla. Sucede que es el técnico de Boca, lo que implica un desgaste corporal y mental diario. Y también debe juzgárselo como tal. Al que menos le gustaría que se lo mida con compasión es al propio Russo. Por eso resulta lógico que alguno se pregunte si tiene la fuerza y la energía para soportar ese día a día extenuante.
Riquelme suele tomar las decisiones al revés de lo que se supone. Es laberíntico, nunca se sabe hacia dónde saldrá. Y Boca se transformó en un club lleno de interrogantes, una institución intrincada. La cotidianidad está llena de anécdotas. Durante la última semana se sorprendían en Independiente por la falta de respuesta en la negociación por Marcelo Saracchi. Lo suelen repetir intermediarios que acercan propuestas de transferencias: “Pasan días sin contestar, te frizan”. Como si tuvieran que desgastar al interlocutor.
En lo futbolístico también parecen rebuscados. ¿Por qué juegan los que juegan? Frank Fabra, por ejemplo, no actuaba hacía meses y de repente fue titular contra Atlético Tucumán. Milton Delgado, la gran revelación del primer semestre, actualmente brilla pero por su ausencia. Antes, la presencia de Edinson Cavani potenciaba el rendimiento de Miguel Merentiel; hoy, lo apaga. Tiene su lógica: Merentiel era un protagonista secundario, el suplente que se ganaba un puesto y podía jugar en función de un compañero; ahora pasó a ser un actor principal, el mejor delantero del plantel y alguien que ya no juega subordinado. Mientras, la titularidad de Cavani debe entrar en revisión. Pero verdaderamente.
Los tres peores resultados del año podrían haber sido distintos: Alianza Lima, Auckland y Atlético Tucumán. El dato no debería servir de consuelo o de excusa sino para entender dónde está el principal problema. La crisis parece futbolística, pero ante todo es de liderazgos. En la cancha no hay quien lo ejerza, con la esperanza lógica de que lo asuma Leandro Paredes. En el banco Russo no termina de imponerse. Y en la comisión sólo podría hacerlo una persona, el único dirigente conocido que a la vez es el nombre más reconocido del club. Las críticas apuntan a Riquelme. Sus formas no le están dando éxito. Podría consensuar más, rodearse mejor, delegar. La lógica sería que cambie para que cambien los resultados. Pero su lógica es no cambiar. Nunca. Atentos, tienen puntos en común; sin embargo, la convicción no es lo mismo que el capricho.