Como Boca, Juan Román Riquelme también atraviesa su peor momento desde que volvió al club en 2019. Su imagen decayó a la par del equipo. Los resultados ya no lo acompañan como en sus primeros años como dirigente. Y eso lo llevó a tomar una decisión drástica: disolver el Consejo de Fútbol, el grupo de excompañeros y asesores que él mismo creó y que durante cinco años y medio funcionó como su escudo protector y brazo ejecutor. Pero el desgaste fue inevitable, y cuando el modelo se agotó, Riquelme entendió que había que cortar el lazo. Ahora, sin una estructura definida para manejar el fútbol, el gran interrogante es qué camino va a tomar Riquelme para reordenar el área más delicada de la institución. ¿Repartirá funciones entre personas de su confianza? ¿Elegirá un manager con poder real? ¿O absorberá toda la responsabilidad y se apoyará únicamente en Marcelo Delgado como nexo con el plantel? El futuro inmediato de Boca depende, en buena parte, de esa decisión.
No fue un paso fácil de dar. Durante años, Riquelme se apoyó en su círculo más íntimo para conducir el fútbol del club. Pero cuando entendió que ese formato ya no aportaba soluciones, decidió intervenir. Pensaba hacer algunos cambios en el Consejo, revisar el lugar de Serna y Cascini, y repartir mejor las tareas. Pero se adelantaron: ambos presentaron la renuncia. Al colombiano le ofrecieron seguir en otra función dentro del club, pero la rechazó. Y lo de Cascini sigue en el aire: no aceptó cambiar de rol, pero tampoco se fue del todo. Estuvo ausente estos días por una pequeña intervención médica, por lo que su situación todavía no se resolvió.
Sobre la mesa hay tres caminos posibles. Uno es volver a armar una estructura similar a la del Consejo, con otro formato y nuevas caras. Otro, profesionalizar el área y contratar un manager que trabaje con un proyecto deportivo claro, pensado más allá del corto plazo, con equipo propio y autonomía para tomar decisiones, algo que sería inédito en la gestión Riquelme y que, por ahora, parece poco probable. El tercero: hacerse cargo de todo él mismo, sin intermediarios, con la única colaboración de Marcelo Delgado, el único sobreviviente de su grupo de confianza.
El primer paso ya está dado: el Consejo fue disuelto. Pero Riquelme todavía no definió cuál será el próximo movimiento. Todavía no está claro quién tomará el control del fútbol, quién se ocupará del vínculo con el plantel, quién manejará el día a día, abrirá las charlas con posibles refuerzos o acompañará a los jugadores cuando toque firmar un contrato o realizarse una revisión médica. Todo eso lo hacían Serna, Cascini y Delgado.
A diferencia de otros clubes, en Boca los vicepresidentes, que en muchos casos son quienes presiden el área de fútbol, no tienen voz ni voto. Jorge Ameal va una vez por semana a su oficina en Brandsen 805. Es casi una figura decorativa, con algunos dirigentes de su riñón que siguen en el club pero ya no le responden plenamente. Ricardo de la Fuente, el vice segundo, viene del palo de la política: es funcionario del municipio de Florencio Varela. Fue clave en el armado político de Riquelme en la provincia de Buenos Aires, pero tampoco incide en lo futbolístico. En los hechos, Riquelme es el único que toma decisiones. Delegaba, sí, pero solo en las cuestiones menores. Pensar que Jorge Ameal fue el presidente de primera fórmula ganadora de Riquelme para ser dirigente de Boca…
Imaginar la figura de un manager en Boca no es sencillo. No sólo porque Román concentra casi todo el poder, sino porque en ese rol se espera que quien llegue elija técnicos, lidere un proyecto y maneje el fútbol con cierta independencia. En Europa dicen que el manager es el técnico del presidente. En Boca, eso sólo ocurrió una vez: en 2019, cuando Daniel Angelici quería a Antonio Mohamed como DT, pero llegó Nicolás Burdisso como secretario y eligió a Gustavo Alfaro. Riquelme, en cambio, fue el que definió a cada uno de los entrenadores: Russo, Battaglia, Ibarra, Almirón, Diego Martínez y otra vez Russo. Salvo Gago, que fue una sugerencia del Consejo, más allá de que tuvo su aval.
Con el mercado de pases prácticamente cerrado -hay tiempo hasta fin de mes para aprovechar alguna oportunidad que surja-, hoy la contratación de un manager parecería poder esperar. De hecho, la única negociación que Boca abrió en estos días la está manejando Riquelme: un posible trueque con Estudiantes para ceder a Rojo y quedarse con Santiago Ascacibar, más 2,5 millones de dólares. Sin embargo, con Russo aún sin victorias en su nuevo ciclo y un partido clave ante Racing en la Bombonera, no se descarta que ese hipotético manager tenga participación en la elección del próximo entrenador. Incluso, algunos sugieren que, si no sigue como técnico, el propio Russo podría asumir ese nuevo rol. Es probable que todo se resuelva después de ese encuentro, en función del resultado y de la reacción de la gente.
No es casual que los nombres que suenan sean todos del círculo cercano de Riquelme. Con excepción de Fernando Redondo, que ya había sido mencionado como posible técnico en 2023, el resto tiene relación directa con él. En su momento, deslizó en privado que no quería sumar entrenadores en actividad a su equipo de trabajo, porque eso podía generar roces. Pero ahora está más abierto a escuchar opciones.
Uno de los apuntados es José Pekerman, con quien tiene un vínculo que nació en Argentinos Juniors y siguió en las selecciones juveniles y en la mayor. Otro es Claudio Borghi, a quien tuvo como técnico en Boca y en el Bicho, y con quien mantiene una buena relación. Hoy el Bichi integra el comité asesor del club de La Paternal junto a Adrián Domenech y Enrique Vidallé. Alberto Márcico, identificado con la corriente riquelmista, es otra opción. El gran sueño es Carlos Bianchi, aunque el Virrey ya dejó claro que no piensa volver a trabajar. Por debajo de esas alternativas, cuesta imaginar que Riquelme le dé verdadera libertad a alguien más.
Carlos Navarro Montoya es otro de los candidatos. Si bien es director técnico y viene de dirigir -fue despedido de Santamarina de Tandil tras ocho partidos en el cargo- , no aparece como un aspirante natural al banco de Boca, y eso juega a su favor. Coordinó las inferiores de Boca durante parte del ciclo anterior y los primeros meses de la gestión Riquelme, y cuenta con la Diplomatura en Dirección Deportiva, una acreditación que será obligatoria a partir de 2026 para los managers de clubes de la Liga Profesional y la Primera Nacional. Además, mantiene una buena relación con Riquelme, pese a que sólo compartieron plantel en el segundo semestre de 1996.
Quien seguirá cerca del grupo será Marcelo Delgado. Todavía no está claro si será el único nexo con el plantel o si quedará bajo una figura nueva con mayor poder de decisión. Se habla de un “supervisor general”, sin el título de manager pero con más atribuciones que el Consejo. Mientras tanto, algunos dirigentes esperan, por lo bajo, que Román apueste por la profesionalización del fútbol. Que llegue alguien con experiencia, tenga o no pasado en el club, que ordene la estructura futbolística, ayude a achicar el margen de error en los refuerzos y forme un equipo de trabajo completo que incluya scouting, análisis de datos y comunicación.
El ídolo está ante una encrucijada. El Consejo ya no existe. Pero el problema persiste: el fútbol de Boca necesita un plan. Y más que lealtades y amiguismos, necesita soluciones de fondo, por más que Riquelme no confíe más que en su sombra.