El mítico Libertadores de América adoptó los códigos de la cárcel más peligrosa. Los ataques sin medir las consecuencias, la señal de mostrar las prendas de ropa robadas para dejar desnudo al rival, el territorio supuestamente perdido por unos, la humillación de los otros ante la orden de pedir disculpas: señales tumberas, del bajo fondo. No olvidaremos fácil lo que ocurrió en Independiente-Universidad de Chile. Será mejor no hacerlo.
Es increíble la cantidad de hechos trágicos en nuestro país que podrían haberse evitado fácilmente. El desmadre del miércoles figura en la lista. Cierto, nada habría sucedido si los hinchas chilenos no hubiesen entrado en el estadio con el afán de destrozar y herir. No se quedaron en los desagradables gestos de romper billetes como burla a la crisis económica argentina. Fueron primitivos. Rompieron lo que tuvieron a su alcance para lanzarlo hacia abajo, arrojaron excremento y hasta se dice que un grupo le hizo tomar orín a una empleada de limpieza que estaba trabajando en el estadio.
Sin embargo, un cordón policial, un alambrado o un espacio libre que no les permitiera asomarse hacia la tribuna inferior probablemente habrían bastado para que no pudieran agredir a los hinchas de Independiente. En la reunión previa al partido que incluyó personal de ambos clubes, seguridad y Conmebol, se había establecido “como medida preventiva” que personal de seguridad privada y de la Policía se ubicaran en la tribuna visitante. Los muy escasos efectivos privados en el sector ni pudieron atinar a parar el desbande. Sorprende que la comisión directiva de Independiente no lo haya pensado, así como resulta llamativo que el organismo que combate la violencia en el fútbol dentro de la provincia de Buenos Aires se llame Agencia de Prevención de la Violencia, de allí las siglas Aprevide. “Prevención”: lo que a todas luces faltó.
El Ministro de Seguirdad provincial, Javier Alonso, negó rápidamente todo tipo de responsabilidades de la fuerza que lidera. Cuesta demasiado coincidir con él. Adujo, entre otras cosas, que la policía no debe meterse en la tribuna. Que, en caso de hacerlo, corre el riesgo de provocar problemas más graves. ¿Más graves de lo que pasó? Incluso las leyes establecen que deben intervenir. Las normas de seguridad en el fútbol contemplan cuatro estados de situación: normalidad, contingencia leve, contingencia grave y emergencia. En los últimos dos, deben ser los efectivos policiales quienes actúen. No haberlo hecho se compara con el abandono de persona.
Se dio, luego, un gravísimo suceso: el pedido de justicia salvaje, las ganas de la revancha sanguinaria. Independiente tiene, como varios clubes, dos barras bravas, una oficial y otra que quiere tomar ese lugar. El fútbol admite un lenguaje propio: cualquiera sabe qué quiere decir “la disidente”. La disidente, entonces, habría comenzado a cantar “la barra tiene miedo”. No se sabe quién comenzó, sí que luego se sumaron hinchas de otros sectores, promoviendo que un grupo de barras irrumpieran en la tribuna visitante a responder las agresiones. Las costumbres del fútbol legitiman el poder que sienten las barras. El hincha normaliza que no lo cuida nadie. Ante ese vacío, es capaz de pedir la ley del Talión. Allí fueron los barras de Independiente. A llenar ese espacio. A matar.
Es inadmisible que no haya habido un detenido entre ellos, algunos de los cuales coquetearon con la figura de tentativa de homicidio al provocar el salto al vacío de un hincha chileno. Resta saber, entre tantas cosas, si los chilenos apaleados fueron los que habían empezado los incidentes. Se supone que no. Los barras suelen irse rápido, guardan las banderas y son escoltados. Generalmente salen de las tribunas en último término justamente quienes no quieren que haya incidentes y prefieren irse cuando todo se haya normalizado. Quiere decir, probablemente los salvajes hayan atacado a inocentes.
La Conmebol, por su parte, no quiso suspender el partido ante el pedido de las autoridades policiales, que tienen la constancia de haberlo solicitado a los 32 minutos del primer tiempo. El representante de la entidad no tenía el poder suficiente para hacerlo y desde Paraguay no le llegó el visto bueno. A la distancia, Alejandro Domínguez y compañía tal vez no hayan podido dimensionar lo que estaba sucediendo básicamente porque no lo estaban viendo. Salvo quienes estaban en la cancha, nadie lo estaba viendo: la Conmebol, así como la FIFA, baja la línea de que no se muestren incidentes. No quieren mostrar el lado oscuro de las competencias que organizan. En la era de la comunicación, se trata de una pretensión absurda. Hoy se viraliza cualquier video casero. Sólo logran exponer que tratan de esconder la basura.
En el país en el que se anunció el regreso de los partidos con dos hinchadas como un hecho histórico, queda claro que sobran los estadios en los que no se hizo nada para albergar visitantes. El miércoles todo quedó en evidencia: las brutalidades y las incapacidades. Después aparecieron las mezquindades. El Gobierno de la Nación acusó al de la Provincia de Buenos Aires, que le apuntó a la Conmebol, que seguramente sancione a los clubes, que se echaron culpas mutuamente. Una cadena de responsabilidades no asumidas. Todos tienen excusas, ninguno tiene razón.