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El «segundo violín» al que Menotti aconsejó en Boca, hizo brillar en Huracán y le dio la mayor alegría: el Mundial 78

Última actualización: agosto 23, 2025 40 Lectura mínima
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“Sí, yo fui segundo violín. Pero porque yo lo hacía así. Fui de dar pocas notas. Terminaba el partido, me bañaba y me iba rápido. Pero mis compañeros sabían que iban a tener siempre uno al lado para defender y para jugar, porque corría mucho y porque más que tener habilidad, yo pensaba el fútbol”, dice el personaje, mientras atraviesa la mañana fría y soleada del Parque de los Patricios. El DNI le adjudica 77 años, que la calvicie y alguna que otra arruga se empeñan de señalar, pero el andar y la figura sin un gramo de más se encargan de desmentir.

La voz levemente ronca de Omar Rubén Larrosa (“Volví hace unos días de Atlanta [Estados Unidos], donde vive mi hija menor, y el cambio de temperatura me mató”, aclara) va recorriendo épocas, momentos, nombres de cracks con los que tiró paredes y compartió alegrías -Ángel Rojas, Miguel Brindisi, René Houseman, Ricardo Bochini, Mario Kempes, Diego Maradona, Carlos Bianchi-, sin hacer el menor alarde por las medallas que lleva bordadas en la piel y muy pocos pueden enseñar.

Tal vez por decisión propia, como él mismo asegura, este hombre nacido en una casa de Lanús Oeste que hoy lo recuerda con un enorme mural nunca haya sido un superstar, ni el director de la orquesta, ni el máximo acaparador de los aplausos, pero nadie puede negarle que ha sabido estar en los lugares precisos y en los momentos adecuados.

A los 77 años, Omar Larrosa todavía conserva una carpeta con recortes de sus grandes logrosFabián Marelli

Durante sus 15 años de carrera fue testigo y protagonista de momentos relevantes, imborrables de la memoria de nuestro fútbol: cronológicamente, integró el inolvidable Huracán campeón de 1973; fue uno de los expulsados la noche que Independiente dio la vuelta olímpica ante Talleres en Córdoba con tres futbolistas menos; jugó dos únicos partidos en el Mundial 1978, como titular en el célebre 6-0 a Perú y la última hora de la final ante Holanda; y como no todas pueden ser buenas, también formó parte del plantel de San Lorenzo que en 1981 sufrió el primer descenso de un club grande a Primera B. Discutir su sitio en la élite sería una irreverencia; dejar de escuchar sus relatos, una auténtica picardía.

“Hay gente, sobre todo los grandes, que cuando ando por el parque me piden una foto, un autógrafo. Son hinchas de Huracán, de la selección, hasta de Independiente o Boca. No es una cosa que moleste, al contrario, a veces te hablan tan bien que me quedo charlando un rato. No es como los muchachos de hoy, que salen a la calle y no pueden ni moverse”, reconoce Larrosa en la charla con LA NACION.

–¿Todavía te pensás en una cancha, haciendo una pisada, una gambeta, un gol?

–A veces te vienen cosas a la cabeza. Las que salieron bien, pero también muchas de las otras. A mí me quedó grabada una cosa que me enseñó Adolfo Pedernera, que era el coordinador de las inferiores de Boca. Habíamos jugado un sábado, creo que contra Quilmes, les hicimos 6 goles y yo metí 3. El martes fui a entrenarme pensando que me iban a felicitar por lo bien que jugué, pero nada. Hasta que en un momento me llama don Adolfo y me dice: “El otro día los estuve viendo. A los 20 minutos del primer tiempo usted agarró una pelota cerca de nuestra área, la arriesgó cuando tenía pase y casi la pierde. Si se la sacaban y nos hacían un gol, nos comprometía el partido”. Me quedé duro. Después vino mi técnico y me explicó: “¿Sabés qué pasa? Él te va a marcar siempre los errores, porque vos las virtudes ya las sabés”.

–Suele decirse que los cracks de antes podrían jugar en cualquier época. Vos, que asegurás que siempre pensaste el fútbol, ¿te ves en el actual?

–Al que se juega afuera, a uno o dos toques, creo que me hubiese adaptado, porque yo tenía mucha movilidad para facilitarle el pase al que llevaba la pelota. Claro, eso es teoría, después tendría que demostrarlo.

El glorioso Huracán de 1973: Larrosa, abajo, segundo desde la derecha, entre Babington y BrindisiArchivo

–¿Al que se juega acá no?

–Acá hay demasiadas mañas y se ve muy poco fútbol. Fui a ver la semifinal del torneo pasado entre Independiente y Huracán. Del segundo tiempo se habrán jugado 20 minutos. Todo son agarrones, pérdidas de tiempo, y encima el VAR, que la misma mano la cobra en un área y en la otra no. Esto solo pueden arreglarlo los árbitros y el Tribunal de Penas. En la cancha hay que cobrar lo que pasa. ¿Agarrón en el área? Penal y amarilla. ¿Que va a haber diez penales y varios expulsados por partido? Bueno, la gente mirará penales. Y después sancionar. A mí por la expulsión en aquella final con Talleres me dieron 20 partidos de suspensión, a [Enzo] Trossero otros 20 y a [Rubén] Galván, 15. Vas a ver cómo así la cosa se encarrila.

–¿En tus tiempos se pensaba mucho o se dejaba más libertad al instinto?

–Había de todo, los que pensaban, los rápidos, los instintivos. Por ejemplo, jugué con [Antonio] Alzamendi en Independiente. Bochini y yo le decíamos: “Si te miramos, no piques, vení a buscarla. Pero si no te miramos, andá, porque ya te vimos”. El Bocha encontraba agujeros entre la defensa más cerrada para dejarlo solo a él, o al 9; yo se la tiraba por arriba del 6, él aparecía por detrás y quedaba mano a mano con el arquero. En cambio, a René había que dársela al pie, porque él encaraba e inventaba a partir de tener la pelota dominada.

Boca Alumni fue uno de los innumerables clubes esparcidos por toda la geografía de Buenos Aires y sus alrededores que nacieron y fueron desapareciendo en las tres primeras décadas del siglo XX, cuando el fútbol todavía era amateur y abundaban los descampados. Fundado en 1907, el barrio le dio su nombre. Del famoso campeón de los hermanos Brown rescataron el apellido y la camiseta franjirroja.

Hermano pobre de la desembocadura del Riachuelo, Boca Alumni logró jugar cinco años en la Primera División de la Asociación Argentina de Football, entre 1922 y 1926, y antes de extinguirse en 1935 se dio el gusto de ganarle una vez al Boca que empezaba a sumar multitudes y empatarle al poderoso Huracán de la época. En la línea media del 2-3-5 de entonces jugaba un tal Francisco Larrosa, nieto del primer miembro de la familia que llegó de la Liguria italiana para instalarse en una casita de la calle Olavarría, y padre de Omar. “Tengo notas y hojas de diarios donde lo nombran –cuenta Larrosa–. Era hincha de Independiente y veía muy bien el fútbol, pero casi no me llevaba a la cancha. Trabajaba en un astillero enfrente de donde cruzaban en bote a la gente para ir a Isla Maciel, en la Vuelta de Rocha».

Omar Larrosa, en Parque de los Patricios, uno de los lugares que mejor lo conocenFabián Marelli

–Fue tu primer maestro, claro.

–Él volvía de laburar a Lanús alrededor de las tres y pico, cuatro de la tarde. Yo lo esperaba con la pelota y mi mamá con el mate. Mi viejo llegaba y venía a patear un poquito. Mi vieja me decía: “Dejalo que viene de trabajar, está cansado”, y él le contestaba que jugaba conmigo 20 minutos y después tomaban mate. Entonces me hacía patear contra la pared, de derecha, de izquierda, de derecha, de izquierda. Por eso después yo manejaba bien las dos piernas. En el partido contra Talleres, el primer gol nuestro es un centro de tiro libre que mando de zurda, Trossero la cabecea al medio y [Norberto] Outes la mete también de cabeza.

–¿Tu papá jugó en algún otro equipo, además de Boca Alumni?

–Una vez lo habían llevado a entrenar a Racing, donde había dos jugadores, Pompey y Garrafa, el 5 y el 6, que estuvieron en la selección. Mi viejo jugaba de 8, le pegaba bien de afuera del área, de chico lo vi en algunos partidos de veteranos. El asunto fue que en el primer entrenamiento le cayó una pelota, le pegó al arco y la tiró a la tribuna. Algunos le chillaron por no pasarla, pero Pompey se acercó y le dijo: “Bien, pibe, seguí pateando”. La segunda salió más cerca del arco y la tercera fue adentro. Me lo contaba y me aconsejaba: “Vos no te relajes, insistí”. Siempre lo tuve en cuenta.

–¿Llegó a verte jugar?

-No, mi viejo falleció de un ataque al corazón cuando yo tenía 12 años. El astillero donde laburaba ya no está, pero el edificio sí, y cada tanto voy por ahí a sacar fotos.

El bisabuelo que se arraigó en la calle Olavarría plantó las semillas de un árbol familiar que iba a crecer en el barrio más genovés de Buenos Aires. Las circunstancias, como es lógico, empujaron a que algunas de las ramas extendieran sus brazos en puntos más alejados de la geografía, aunque el grueso de los Larrosa permaneció fiel a las raíces. Fue uno de los tíos del futuro campeón del mundo quien una tarde lo acercó a la canchita de Necochea y 20 de Septiembre adonde Boca Juniors organizaba pruebas para nuevos jugadores. Juan Evaristo, defensor de la selección argentina subcampeona olímpica en 1928 y del mundo en 1930, fue el encargado de ver a Larrosa y pronunciar las palabras mágicas: “Volvé, pibe, empezamos la semana que viene”.

–Como mi viejo no era de ir a la cancha, a veces me unía a mis amigos del barrio que eran de Racing, porque el padre de uno de ellos nos llevaba a todos en el camión. Yo me preguntaba si alguna vez iba a poder estar ahí abajo, jugando.

–Y Boca te dio esa posibilidad.

–Sí, y por eso recuerdo mucho mi paso por el club, aunque no haya ganado ningún título ni alcanzado el relieve que después alcancé en Huracán o Independiente. Pero en las inferiores tuve de maestros a Pedernera y al Nano [Bernardo] Gandulla, y también a Jorge Campos, un número 11 que había estado en Banfield antes de jugar en Boca. Ellos me enseñaron muchísimo. Y estaban adelantados en algunas cuestiones. Por ejemplo, nos hacían revisar los dientes cada 15 o 20 días. Imaginate, nosotros no queríamos ir. A los 13 años le teníamos un miedo bárbaro al torno, que en ese tiempo parecía un taladro de los que se usan para picar las piedras de la calle; pero si no ibas, no jugabas. Igual que si venías con una muela picada, porque si te desgarrás y tenés una caries, no te curás más. Gracias a eso todavía hoy tengo toda la dentadura intacta.

–¿Fue ahí donde conociste a César Luis Menotti?

–Sí, de cuando jugábamos con la reserva en las prácticas. Algunas veces se quedaba a hablar con nosotros, con el Chapa [Rubén] Suñé, con [Armando] Ovide, [Miguel] Nicolau, [Ramón] Ponce, los que estábamos cerca de la Primera. Nos decía lo que nos iba a pasar, con qué cosas debíamos tener cuidado.

César Luis Menotti fue su gran consejero: aquí, al frente del plantel de Huracán en 1973; Larrosa, parado, tercero desde la izquierda

–¿Por qué no pudiste consolidarte en Boca?

–Porque en las inferiores yo jugaba de volante y en ese puesto había un montón de monstruos: Rojitas, [Norberto] Menéndez, [Oscar] Pianetti, Alberto González, [Norberto] Madurga, [Nicolás] Novello… Me ponían de 11, entonces yo subía y bajaba todo el tiempo. Incluso llegué a pensar que quizás no estaba hecho para el fútbol de Primera, aunque al rato se me pasaba, ¡si a mí me encantaba la pelota! Debuté en diciembre de 1967 y después, en 1969, fui a préstamo a Argentinos Juniors. Anduve bárbaro, hice un montón de goles, incluidos dos al Loco [Hugo] Gatti, que estaba en Gimnasia, para salvarnos del descenso en la última fecha. Pero me perdí el Nacional que ganó Boca con [Alfredo] Di Stéfano. Cuando me vio jugar me mandó a llamar: “Mirá que vos vas a volver al club el año que viene”, me dijo. Yo volví, pero él salió campeón y se fue. Estuve un año en el plantel que ganó el Nacional de 1970. Jugué muy poco, aunque le hice un gol a River en un partido por Copa Libertadores que ganamos 2 a 1, y en enero del año siguiente me fui afuera. Primero al Pachuca de México, donde no me fue bien; y más tarde a Comunicaciones de Guatemala, adonde me llevó Carmelo Faraone. Ahí también hice muchos goles y fuimos campeones.

Grito de gol con la camiseta de Huracán, donde integró el emblemático equipo campeón de 1973Fabián Marelli

–Pero con los años pudiste regresar a tus orígenes, ¿no?

–Sí, dos veces. Primero estuve trabajando diez años en inferiores, me fui a dirigir Huracán con Roberto Pompei, y cuando volví empecé a recorrer el país con la mutual de exjugadores, visitando las peñas y haciendo clínicas de fútbol para chicos. Viajábamos con [Enrique] Hrabina, [Roberto] Mouzo, el Ruso [Jorge] Ribolzi. Íbamos un día y hacíamos un entrenamiento de dos horas con 60 o 70 chicos. Les dejábamos pelotas, conos… Era realmente algo muy lindo, pero con la pandemia se cortó todo, después esa idea ya no se retomó y ahora ya solo me dedico a mis nietos.

La charla discurre junto a un enorme ventanal en la planta alta de la pizzería de Avenida Caseros y La Rioja -“Acá estaba la sastrería de Luis Seijo, el que fue presidente de Huracán”, aporta el protagonista de la nota”-. La mirada podría perderse entre las copas de los árboles del parque de enfrente, o distraerse con el movimiento matinal de un barrio que Omar Larrosa siente casi como propio, aunque no sea el suyo, porque está instalado en Pompeya desde que se casó con Mabel, la hermana de su amigo Rubén Suñé, la compañera de toda su vida.

Con Rubén «Chapa» Suñé, el hermano de su esposa, en un Boca-IndependienteFabián Marelli

En esa zona porteña, el Flaco Menotti, que después de los entrenamientos se quedaba a conversar con los pibes de la reserva de la Boca, es ídolo eterno, y aquellas charlas fueron el punto de partida de una relación que conoció éxitos y alegrías en varias etapas. Para el que fue número 11 del Globo en el legendario equipo de 1973, César Menotti fue consejero además de entrenador, y también artífice esencial para su consagración definitiva en el fútbol nacional, una historia que comenzó con un episodio de película cómica.

–Volví de Guatemala con el pase libre y el primero en interesarse fue Gimnasia. Estuve un jueves hablando con [Oscar] Venturino, el presidente del club, y las diferencias eran mínimas. Quedamos para vernos el sábado y cerrar todo. Yo tenía un Fiat 600, iba para allá con mi mujer y a la altura de City Bell se engranó el motor. No hubo manera de arreglarlo y la reunión pasó al lunes a la tarde. Esa mañana empezaba a entrenar Huracán y se me ocurrió pasar a saludar a César. Se sorprendió al verme, me preguntó qué iba a hacer, le conté y me dijo: “¿Vos te vas a pasar tres horas viajando de ida y tres de vuelta a La Plata todos los días?”. [Osvaldo] De Santis, el vicepresidente del club, estaba justo ahí, lo llamó y le dijo que me llevara a ver a Seijo para firmar. Un rato después era jugador de Huracán.

–¿Aquel fue el mejor equipo que integraste?

–De los clubes en los que estuve, a mí me parece que en función de equipo fue el que mejor jugó. O estuvo ahí, cabeza a cabeza, con el Independiente 77-78. Pero yo siempre digo que hay que ser campeón con Huracán, eh, no es fácil tener los jugadores que tuvimos y armar un equipo como el que armó Menotti. El Flaco y el profesor [Ricardo] Pizzarotti cambiaron de verdad el fútbol argentino, y yo tuve la suerte de vivir ese cambio en el Globito. Hasta ese momento, en los entrenamientos a los jugadores nos hacían correr tres kilómetros dando vueltitas a la cancha al pasito que uno quería; Pizzarotti empezó con eso de hacer pasadas de 100, 200, hasta 400 metros en velocidad, y eso se vio después en la selección, porque nos permitió jugarles físicamente de igual a igual a los europeos. Hasta el Mundial de Alemania íbamos a entretener la pelota y esconderla para que ellos no pudieran imponer su ritmo porque no podíamos soportarlo.

–Pero vos no estuviste en Alemania 1974.

–Fui el único de la delantera de Huracán que no convocaron, aunque al final Roque [Avallay] no pudo ir porque se lesionó. Nosotros seguíamos entrenándonos acá y el Flaco me decía todo el tiempo: “Todavía no puedo creer que vos estés acá, vos tendrías que estar allá”, porque la realidad era que mi papel en el engranaje de la delantera era importante. Nosotros teníamos tres estilos en el mismo partido que dependían de dónde yo me paraba. Si estaba afuera, como 11, era un 4-3-3; Si me paraba delante de Carrascosa cuando la tenían los contrarios era un 4-4-2; y si bajaba en diagonal para ponerme casi como 8, entre [René] Houseman, Avallay y [Francisco] Russo, [Miguel] Brindisi y [Carlos] Babington pasaban a ser enganches. Y como en aquel tiempo el 4 no te seguía, siempre provocábamos el 2-1 y sorprendíamos a los volantes rivales que no me esperaban ahí.

–Suena novedoso para aquella época de posiciones rígidas.

–Y lo fue. Ni los hinchas de la platea Alcorta lo entendían. Me insultaban porque no jugaba pegado a la línea como cualquier 11. Si a veces el Flaco me pedía que fuera por afuera un ratito para calmarlos. Pero yo era volante por derecha, jugaba por izquierda por necesidad.

El inolvidable equipo de Menotti, campeón del Metropolitano de 1973; abajo, una delantera notable: Houseman, Brindisi, Avallay, Babington y Larrosa

–No era sencillo meterse en la selección que iba a jugar el Mundial 78, ¿cómo lo viviste?

–Qué sé yo. Estuve hasta última hora entrando y saliendo de la lista. Había muchos para elegir y el periodismo presionaba. Hablaban de Jota Jota [Juan José López], de Brindisi, del Chino [Jorge] Benítez, del Hacha [Luis] Ludueña… Pero el Flaco me conocía mucho, y bueno, me dio la oportunidad a mí.

1978 es un hito insoslayable en cualquier diálogo con uno de los protagonistas de aquel plantel que prendió la primera estrella en la camiseta argentina. Una conquista repleta de matices, de ecos, de claroscuros, por el contexto en el que se disputó el torneo y las circunstancias que atravesó el equipo hasta que Daniel Passarella levantó la Copa. Omar Larrosa lo vivenció desde adentro en todos sus aspectos: el futbolístico, el anímico y el que comenzó a construirse con el correr de los años. Solo cabe escuchar lo que dice antes de dejar que cada cual piense y opine de acuerdo con la vibración que le produzca todo lo que sucedió durante y después de ese mes que aceleró el corazón futbolero del país: “Nosotros estábamos un poco aislados, y alrededor nuestro siempre había soldados, nos custodiaba el ejército. Más o menos lo que se veía en la calle. Pero eso en la cancha no jugaba. A Argentina en ese Mundial le tocaron cuatro rivales de primer nivel: Francia, Italia, Polonia -que había sido tercero en la copa anterior- y Holanda. Más Brasil, que era dificilísimo, y Hungría que también era un buen equipo. La gente, y más que nada los pibes que no lo vieron, relacionan todo con la dictadura y lo que pasaba en el país, pero hablan sin saber”.

Durante un tributo a los campeones del mundo; en sus manos, el trofeo que conquistó en 1978Pablo Lisotto

–El partido del 6-0 a Perú quizás sea el factor que dispara todas las sospechas sobre ese Mundial.

–A ver, creo que no se entiende lo que es la psicología en el fútbol. No es lo mismo estar en ganador que en perdedor. Perú llegó a ese partido sin ninguna esperanza porque había perdido los dos partidos anteriores. Me parece injusto que se hable más de los 6 que les hicimos a ellos que de los 3 que le metimos a Holanda, que era el mejor equipo de ese momento. Y nadie se acuerda de que en los primeros 15 minutos, [Juan José] Muñante pegó un tiro en el palo y después [Juan Carlos] Oblitas tuvo otro mano a mano con [Ubaldo] Fillol que se fue apenas afuera. Si nos metían un gol en ese momento, no sé si reaccionábamos.

–Fue tu debut en el torneo.

-Sí, hasta ese momento ni siquiera había ido al banco, pero [Osvaldo] Ardiles estaba lesionado. El Flaco primero probó poner al Beto Alonso, pero al final se decidió por mí. Jugué ese partido y la final. Contra los peruanos anduve muy bien, manejé la pelota en el medio y di tres asistencias, todos los diarios me calificaron con 10 puntos. Todavía guardo una de las pelotas con la que se jugó aquel día.

Amistoso del 25 de abril de 1978, un mes antes del Mundial; Larrosa forma abajo, segundo desde la izquierda

–En la final quedaste señalado como el que rompe el fuera de juego en el empate holandés.

–Fue mala suerte. A ellos les salió la jugada perfecta. Yo veo que [Alberto] Tarantini va saliendo y me voy para el medio. En eso la pelota cruza por el aire delante de mí y le cae en el pecho a Haan, uno de sus volantes. El tipo la para, como viene la cruza a la espalda del Conejo y le cae exacta a uno de los hermanos Van der Kerkhof, que la baja y se acomoda. Cuando me doy cuenta de que va a tirar el centro me mando en diagonal para atrás con la idea de cortarlo, pero lo tira perfecto, la pelota me pasa por arriba y le llega justa a la cabeza a Nanninga, que estaba entre Passarella y [Luis] Galván. Son acciones de un segundo, de esas que te sorprenden.

–¿Qué recuerdo te quedó de ese Mundial?

–Fue lo más grande que me pasó. Distinto a todo, porque juegan los mejores. Incluso más que ahora, donde creo que el nivel de las selecciones fue bajando. Si te fijás, Italia lleva un par de mundiales sin ir, Alemania perdió contundencia, Brasil no logra armar un equipo… ¿Vos sabés que la tarde de Holanda fue la última vez que me puse la camiseta argentina? Sentí mucho no haber jugado el partido que se organizó para festejar el título un año después contra Resto del Mundo. Pero Menotti ya había hecho el recambio con todos los pibes que habían ganado el Mundial Juvenil en Japón -Diego, Ramón Díaz, Barbas, Calderón- y ya no volví más.

Unos meses antes de la Copa del Mundo, otro encuentro, en ese caso del torneo Nacional, se había ganado un lugar entre los inolvidables del fútbol local. Independiente, con Omar Larrosa en sus filas desde principios de 1977, y Talleres de Córdoba llegaron a la final que se disputaba a doble partido. La ida, en Avellaneda, terminó 1 a 1, y el país quedó expectante por el que podía ser el primer título oficial para un equipo no afiliado directamente a la AFA. La reglamentación indicaba que en caso de igualdad a puntos la definición llegaría por diferencia de goles y que los tantos en calidad de visitantes valdrían doble. El Rojo se puso en ventaja en los 45 iniciales, los cordobeses empataron de penal en el segundo tiempo y a 15 minutos del final, Ángel Bocanelli puso el 2-1 para el local. Ahí comenzó la verdadera historia…

–Éramos los dos equipos que mejor jugábamos. Nosotros veníamos ganando 1 a 0 bien en el primer tiempo y en el segundo a ellos le dan un penal por una mano que pareció afuera del área. No había VAR en esa época. Lo que pasó después fue alevoso. Tiran un córner, yo estaba en el vértice del área chica, la pelota me pasa por arriba, me doy vuelta para mirar y Boccanelli hace así [levanta el brazo y baja el puño con fuerza] y la clava allá abajo. No sabés el ruido que hizo la pelota. El árbitro [Roberto Barreiro] da el gol, se arma un lío bárbaro y nos echan a Trossero, al Negro Galván y a mí.

Pagnanini, Bochini y Larrosa discuten con el árbitro Barreiro, en la escandalosa final del Nacional 77 entre Independiente y Talleres, en un partido disputado el 25 de Enero de 1978LA NACION

–Ahí es cuando los ocho que quedaban quisieron irse de la cancha.

–Claro. Bochini y algunos más ya se estaban yendo. Los frenó el Pato [José Omar Pastoriza]. Les dijo algo así como “vayan, no sean cagones que se puede”. Y aquella vez se dio. Hubo algo de justicia divina. Bocanelli tuve tres jugadas para hacer el tercer gol, las erró todas por querer definirlas él, los compañeros lo querían matar. Hasta que la agarró [Mariano] Biondi, tocó con Bochini, hizo la pared con [Daniel] Bertoni y la metió por arriba. Siempre hay que intentar, como decía mi viejo.

–¿Es cierto que en ese momento hablaste de “usurpación”?

–Sí, todavía estaba en la cancha, vino el notero de radio Rivadavia, me puso para hablar con Julio César Calvo, y en vez de decir que nos estaban chorreando me salió que nos estaban usurpando. No sé cómo se me ocurrió esa palabra, jajaja.

La mención a Ricardo Bochini, ídolo máximo de Independiente, devuelve la imagen de “segundo violín” que Omar Larrosa se adjudica a sí mismo. Lo fue, tímidamente, de las figuras que rodearon su estreno en Boca; de manera muy marcada respecto de Brindisi, Houseman y Babington en Huracán; del Bocha, Bertoni e incluso Alzamendi en el Rojo; de Mario Kempes y de manera fugaz de Diego Maradona en la selección; de Carlos Bianchi en Vélez; y hasta de la aparición de pibes como Walter Perazzo o Rubén Darío Insúa en aquel San Lorenzo conflictivo y fallido de 1981 en el que cerró su carrera. Ese carácter oculta un dato que pasa casi inadvertido: si se suman los tantos convertidos en México y Guatemala, Larrosa rozó el centenar de goles con su firma.

–Con Diego jugué dos partidos y metí cuatro goles, era muy fácil jugar con él, igual que con el Bocha.

Un recuerdo de 1980: Omar Larrosa, con la camiseta blanca de Independiente, antes de un partido con Argentinos Juniors, con Diego Maradona como figura estelarFabián Marelli

–¿Creés que Maradona debió estar en el plantel del 78?

–Ponele que sí. De hecho, si no hubiera venido Alonso entraba él. Pero hablemos de la realidad, tenía 17 años y no pudo quedarse. Eso para mí es una diferencia grande con Pelé. El Negro a los 17 se puso el equipo al hombro en Suecia y cambió la historia del fútbol brasileño. Además de que jugó cuatro mundiales, ganó tres y en el otro los portugueses lo molieron a patadas. Diego y Messi estuvieron en cinco y ganaron uno. No es ninguna pavada eso. Está bien, nadie sale campeón solo. Si Diego hubiese estado con nosotros en el 78 y llegaba como campeón al Mundial de España quizás habría sido distinto; y Messi necesitó encontrar un equipo alrededor y sentirse con una madurez que a veces no llega tan rápido. Los tres fueron fenómenos impresionantes, y en el caso de Messi todavía lo sigue siendo, pero Pelé…

–Y Kempes, ¿qué tal era?

–Otro crack, a la altura de Diego o Messi. Solo que no le tocó jugar en grandes equipos europeos. Él no era de picar al vacío, te la pedía al pie para jugar, tirar paredes, rebotarte la pelota. Jugaba muy bien, era inteligente y tenía algo más que los otros: te ayudaba después, no era de bajar mucho, pero corría a los rivales que estaban por ahí o se paraba al lado del 5 contrario para que ellos tuvieran uno menos en el armado. Eso nunca lo conseguimos con el Bocha. Con el Negro Galván le pedíamos por favor que simplemente se parase al lado de [Reinaldo] Merlo, por ejemplo, pero no había caso, se olvidaba. Cuando no la teníamos se quedaba haciendo la jarrita (con los brazos en la cintura). Entonces lo castigábamos sin pasársela durante un rato, jajajaja.

–También con Bianchi te entendiste muy bien.

–Con Bianchi hicimos 9 goles en el Nacional de 1980, él 5 y yo 4. Ese Vélez era un muy buen equipo: Falcioni en el arco, el uruguayo González, Osvaldo Piazza, Omar Jorge y Bujedo atrás; Pedro Larraquy de 5, y arriba Pepe Castro, Quinteros, Bianchi, Julio César Jiménez y yo. Entraban dos por zona a la fase final del Nacional y nos quedamos afuera porque en la última fecha perdimos 2 a 0 con Rosario Central, que después fue campeón. Una pena, porque daba para más.

–En el cierre de tu carrera te tocó el sabor amargo del descenso con San Lorenzo.

–Había mucha política y mucho conflicto en el club. Me enteré cuando llegué, si no, me hubiera ido a otro lado. Me había llamado [Carlos] Pachamé para ir a Estudiantes, pero me pesó aquello que me había dicho Menotti de las tres horas de ida y vuelta todos los días a La Plata. Osvaldo Valiño, el presidente de San Lorenzo, renunció con varios dirigentes al poco tiempo de empezar el campeoanto. No nos pagaban, y había varios pibes que vivían con lo justo. Teníamos más reuniones para hablar de la plata y de cómo presionar a los dirigentes que entrenamientos. Empezamos el campeonato con Victorio Cocco de técnico, terminamos quintos la primera rueda, pero la gente hizo fuerza para sacarlo, nunca supe por qué. Vino [Juan Carlos] Lorenzo, en la segunda vuelta sacamos muy pocos puntos, y para rematarla en el último partido erramos el penal que nos salvaba. Cuando la cosa viene torcida perdés confianza y todo te sale mal.

Es el mediodía. El primer piso de la pizzería de Caseros y La Rioja se va poblando de comensales. Una llamada al celular recuerda que uno de los nietos necesita que su abuelo lo lleve en auto a alguna de sus actividades. Omar Larrosa, un segundo violín que cualquier director hubiera querido tener en su orquesta, cierra el estuche de la memoria para perderse, anónimo y silencioso, entre los árboles de ese Parque de los Patricios que supo celebrar sus goles y asistencias. Incluso aunque a veces no entendiera que solo usaba la camiseta número 11 para engañar a los rivales.


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