¿Y si es verdad? ¿Algunos hombres, algunos sujetos de carne y hueso, están tocados por la varita mágica? Ángel Di María da prueba de esa sentencia que parece extraída de un añejo cuento de hadas y príncipes. Angelito, en realidad, es el rey. A los 37 años, ahora cuando no para de llorar, es llevado en andas como si fuera campeón del mundo (claro que lo es) y el Gigante le endulza los oídos, confirma la teoría. Es un elegido.
Tantas causas perdidas, tantas vueltas del destino hasta romper la pared con aquella joya del Maracaná. Lo que sigue es una enciclopedia de vocablos bellos, de adjetivos edulcorados, ninguno cercano a la exageración. Se retiró de la selección a lo grande (tantas lágrimas en el camino), dejó Benfica con destrezas de primera y volvió a Rosario Central, a su casa.
Para emocionarse en Arroyito, con su familia, para ganarle a Newell’s (como marca la historia de los últimos años) y para salir campeón, algo que mencionó luego del partido como “lo único” que le falta. Con la varita en la zurda mágica, escribe cada capítulo. El de este sábado debe estar en el prólogo, qué duda cabe.
Van 36 minutos del segundo tiempo, Central no puede contra Newell’s. El equipo de Ariel Holan ataca con los ojos cerrados, el conjunto del Ogro Fabbiani es la síntesis perfecta del catenaccio moderno. Besa la pelota Di María, que toma nota de un tiro libre por una falta sobre Emanuel Coronel, un lateral con enjundia.
La pelota parada, en realidad, es propiedad de Nacho Malcorra, que además sabe convertirle y ganarle a Newell’s. Pero Di María es Di María. No importa que los ataques por el carril derecho, perfil cambiado, hayan sido esporádicos y repetitivos. No importa que cayó más de la cuenta sobre el césped, reclamando faltas que no existían. Fue siempre: va, va, tozudo como en su maravillosa carrera, más allá de esa etapa envuelto en trampas de selección.
Después de acariciar el balón, lo acomoda, a 30 metros del arco de Espínola, seguro detrás de la muralla de cinco defensores y cuatro volantes, casi todos de hacha y tiza.
Pipa Benedetto está parado del otro lado de la línea de la cancha, a punto de hacer su presentación en Newell’s. Angelito está en su mundo: para su zurda, no vuela una mosca. Ni la tensión de Arroyito, ni la ansiedad, nada de nada. Mira, apunta y dispara, como tantas veces en su vida. Ya había marcado dos goles desde su regreso, ambos de penal. Esto es otra cosa: el clásico rosarino es como si se tratara de un título en sí mismo.
La comba es como una parábola de su propia vida: de un ángulo hacia el otro, allá arriba, imposible para el arquero que reemplaza a Keylor Navas. Imposible para cualquiera, hasta para Dibu Martínez. De pronto, el éxtasis general. Como si se parara el tiempo. Corre, se quita la camiseta, aparece en casi todas las fotos más felices con esa suerte de corpiño deportivo, desnudo y feliz, en cuerpo y alma.
El jugador que marcó una era en los últimos 20 años de la historia de la selección argentina (campeón mundial Sub 20, en los Juegos Olímpicos, doble ganador de América, héroe de Qatar y siempre con goles decisivos) corre, se ríe y llora. Llora como un niño, como aquel pequeño que se vestía de canalla y soñaba con pisar el Gigante.
Es una locura apenas pensarlo, pero debe creer ahora mismo que es el gol más importante… de su carrera en clubes. Es reemplazado para que sea ovacionado, mientras el clásico más caliente del país se convierte en una anécdota. Un primer capítulo desechable, una segunda mitad con entusiasmo, siempre con Central al frente frente a un Newell’s que juega como si fuera un actor secundario. Un partenaire.
“Quería cumplir este sueño, volver al Gigante, disfrutar de esto con mi familia. Sé que muchos me putearon en su momento, no entendían lo que me pasaba, cuando no volví. Esto es para ellos, para mi familia, para todos. Es algo muy lindo para mí y para mi familia. Sufrimos un montón en todo este tiempo”, lanza el hombre, con los ojos vidriosos, que no se olvida de la parte más agria que vivió cuando amagó con volver.
“Lo hice y se dio. El destino es así. La vida me llevó por muchos lados y volví adonde soy feliz de verdad. Es increíble, no tengo palabras. El encargado de los tiros libres es Nacho, me pasó su zurda…”, bromea, después de bajar de las andas de sus compañeros.
Rosario es de Central, una vez más: hace 7 partidos que no pierde con Newell’s. De ellos, cinco victorias en fila (lo que nunca había ocurrido en la historia) y dos goles leprosos en la serie. Además, estiró la diferencia a 21 clásicos. Angelito solo jugó dos, de juvenil: un empate y una derrota. Ahora, su balanza está en tablas, aunque en realidad gana por goleada.
“Estuve 18 años afuera, volví y ahora no sé qué más pedir, la verdad…”, suscribe. Y ni lo piensa, lo dice de una, un segundo más tarde. “Bueno, sí: ser campeón con Central”.