El camino, a veces, también está hecho de piedras. El resultado, duro, imprevisto, doloroso, deja la sensación de que la Sub 20 argentina no estuvo a la altura en la final, mostrando falencias que no había mostrado antes, y volviendo a casa sin el trofeo, después de una campaña perfecta, con triunfos resonantes -Italia, Nigeria, Colombia- y un nivel de juego que generaba ilusión. Por primera vez desde la creación de los mundiales juveniles, la selección cumplirá 20 años sin alzar el trofeo. Esa es una parte de la historia. La otra no se ve: va más allá del llanto de los chicos, que cayeron al piso con la cara tapada, con el corazón desgarrado por la bronca y la impotencia. El consuelo de Placente no alcanzó para contener las lágrimas, y está bien que duela no ganar: en el fútbol, nada se compara con la alegría de un campeonato, incluso en categorías menores. Pero hay señales que invitan a mirar hacia adelante: jugadores que rindieron en gran forma y que seguramente tendrán un futuro en la mayor; un patrón de juego que se repite; una línea de conducta que trasciende generaciones; la seguridad de que, más allá de un mal partido, se avanza por la senda correcta.
Argentina pareció subestimar el poderío rival y concedió espacios desde el primer minuto. Salió a la cancha decidido a imponer su juego, con tres defensores fuertes, laterales bien adelantados y tres puntas. Marruecos, sin embargo, aprovechó cada resquicio de la defensa y golpeó en el inicio del partido para encaminar el triunfo ya desde la primera mitad.
A los 5 minutos, un pelotazo largo dejó a Zubiri mano a mano con Barbi. El delantero definió por arriba y luego recibió la embestida del arquero, que lo chocó al borde del área. Tras la revisión del VAR, el árbitro cobró tiro libre y sacó tarjeta amarilla. De esa falta llegó la revancha de Zubiri, con cierta complicidad del 1, que reaccionó tarde a pesar de la potencia del disparo. Fue la primera vez que Argentina se vio abajo en el marcador, y esa adversidad también se reflejó en las tribunas: como en todo el torneo, el público chileno apoyó a su rival.
Los de Placente no cambiaron el libreto pese al 0-1. Argentina siguió atacando con mucha gente, con Prestianni intentando desequilibrar por la izquierda y las diagonales de Sarco que complicaban a los centrales. Carrizo tuvo una buena chance de tiro libre, pero la pelota se fue desviada. El equipo avanzaba con decisión, aunque cada réplica de Marruecos obligaba a los defensores a resolver mano a mano frente a delanteros muy veloces. Maamma, el 7 acrobático del Watford inglés al que algunos comparan con Cristiano Ronaldo, provocó el 2 a 0 con otra llegada a fondo, superando a Villalba en el desborde y dejándole el gol a Zubiri, que definió de zurda entrando a la carrera.
La reacción comenzó desde el banco. Placente no esperó al entretiempo para el ingreso de Silvetti, el 9 que había convertido tres goles entrenado desde el banco, en lugar de Acuña. Argentina tuvo algunas aproximaciones, pero solo una llegada clara: un tiro cruzado del delantero de Inter Miami que salió muy cerca del palo derecho. En la contra, Marruecos volvió a lastimar con Moamma, y Villalba salvó en la línea.
Sin tiempo que perder, Placente volvió a mover el equipo en el descanso, con dos modificaciones más, buscando reconfigurarlo con piernas y mentes renovadas en medio del desconcierto general. El trámite no cambió: Argentina seguía plantada en campo contrario y Marruecos agazapada, cediendo la pelota y apostando todo al contragolpe. Pero entre tanto cambio, el equipo perdió forma, el orden y cierta precisión en los metros finales. Cayó en la confusión, y la impotencia se apoderó de los chicos: faltas en ataque, discusiones y malas decisiones que afectaron la confianza. Logró que Marruecos no generara situaciones claras, pero tampoco logró exigir a Gomis, el arquero marroquí que juega en el Olympique de Marsella.
Aunque hoy cueste percibirlo, el balance es positivo. Argentina no jugaba una final Sub 20 desde 2007, cuando se consagró en Canadá de la mano de Hugo Tocalli. En 18 años, su mejor campaña había sido en 2011, con los cuartos de final como techo. En lo estadístico, el avance es evidente, pero aún más lo es en lo estructural: un proceso inspirado en la gloriosa época de José Pekerman, que cuenta con muchos entrenadores formados en ese ciclo -Scaloni, Samuel, Aimar, Placente, el propio Romeo, a cargo de la coordinación-, que comenzó en 2017, con Hermes Desio, y que pudo mantenerse en el tiempo. Esta misma generación, tras la asunción de Placente, fue segunda en el Sudamericano de este año; la Sub 17 fue tercera en 2023, segunda en 2025 y en noviembre buscará el primer título de la categoría en el Mundial de Qatar. Hay una base construida, una idea que se repite, un rumbo claro. Una selección mayor que inspira y juveniles que buscan copiar sus pasos.
No es menor lo de Marruecos. Con respaldo gubernamental, el país construyó una red de academias, invirtió fuertemente en la formación y captación de talentos, y logró que muchos futbolistas europeos con ascendencia marroquí eligieran jugar en la selección. Su ascenso es indudable: fue cuarto en el Mundial de mayores y campeón en el Sub 20, donde consiguió su primer título mundial con un equipo que terminó como puntero del Grupo de la Muerte -Brasil, España, México-, eliminó a Francia en semifinales y disputó una final sin fisuras: sin holgura, pero sin zozobra.
Para Argentina, este Mundial también representa un paso adelante. Tras un largo período de desaciertos dirigenciales, en el que las juveniles dejaron de ser prioridad, hoy el panorama es distinto. La selección estuvo a un partido, a solo 90 minutos de ser campeona del mundo en mayores y en Sub 20 por primera vez en su historia. Los chicos asumieron la derrota con entereza y se colgaron con la frente en alto la medalla de subcampeones. Nadie se la quitó. Y eso, también, dice mucho de este proceso.