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Fue campeón en Boca y River, jugó con Maradona y Zidane, pero se retiró a los 25 años para ser panelista de Mauro Viale

Última actualización: noviembre 8, 2025 27 Lectura mínima
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Hay historias que parecen de ficción, pero que el fútbol termina volviendo reales. En la del Superclásico, pocas resultan tan singulares como la de Fabio Mario Talarico, un volante que se dio el lujo de usar la camiseta número 9 de Boca y la 10 de River, de ser campeón en ambos clubes y de retirarse a los 25 años para dedicarse al periodismo, donde trabajó con referentes como Mauro Viale y Chiche Gelblung, cuando todavía parecía tener todo por delante.

Su recorrido, sin embargo, no se limita a lo que hizo en los dos gigantes del país: jugó un partido junto a Maradona en Napoli, compartió vestuario con un joven Zinedine Zidane en Cannes y, mucho antes de eso, le marcó un gol a Javier Milei. Este domingo verá el duelo entre el Xeneize y el Millonario como un espectador más, sin nostalgia ni reproches por su pasado, y lo dice con franqueza: “Si volviera a nacer, no sería futbolista”.

A lo largo del tiempo, 103 futbolistas defendieron los colores de Boca y River. Desde Pedro Moltedo, que jugó en el primer partido de cada club y hasta pudo haber vestido las dos camisetas en una misma tarde, hasta Marcelo Saracchi, el lateral uruguayo que fue campeón con River en la Libertadores 2018 ante Boca y luego disputó 52 partidos con el Xeneize entre 2023 y 2025. En la lista aparecen nombres ilustres como Juan José López, Alberto Tarantini, Oscar Ruggeri, Ricardo Gareca, Gabriel Batistuta, Carlos Tapia y Claudio Paul Caniggia. En cualquier situación cotidiana, ninguno pasaría inadvertido. Talarico, en cambio, lleva una vida normal. Vive en Córdoba, tiene un emprendimiento de comida por kilo y, dice, casi nadie lo reconoce por la calle, aun mencionando su nombre y apellido. Tampoco reniega de eso: aunque volvió a trabajar en el fútbol, ya no le interesa ser parte de ese mundo.

En Argentina, jugó en River, Unión y Boca; en Europa, en el Cannes francésSebastián Salguero

Enganche a la antigua, Talarico pasó por Kimberley de Villa Devoto, Parque y Argentinos Juniors antes de llegar a River con apenas diez años, luego de marcarle dos goles. Se enteró cómo llegó a Núñez mucho después, cuando tenía 32 años: trabajaba en radio con Karin Cohen en Radio 10 y le prometió que, si Boca era campeón de la Intercontinental contra el Real Madrid, le regalaría una camiseta. Al entrar al local, el vendedor, quien lo había descubierto en Kimberley, le aclaró la duda: Argentinos lo había dejado ir por pelotas y camisetas para el club.

Y así, poco a poco, fueron surgiendo otros detalles inesperados. En 2023 se enteró, gracias a un recorte periodístico, de que en un partido de inferiores contra Chacarita le había convertido un gol de penal a Javier Milei, con quien además compartió colegio, el Cardenal Copello, aunque Talarico (57) es dos años mayor que el presidente.

Antes de debutar en River, Talarico compartió equipo con Maradona. En 1986, cuando era una de las grandes promesas de la cantera millonaria, viajó a Italia para sumarse al Viterbo, equipo filial de la Juventus, por iniciativa de Omar Sívori, entonces embajador de la Vecchia Signora en Argentina. Mostró un buen nivel y llegó a participar en un amistoso ante el plantel principal de la Juve, que contaba con figuras como Michel Platini y el danés Michael Laudrup, y que ese año se consagró campeón de la Serie A. Aun así, decidió regresar al país: todavía no había terminado quinto año, extrañaba su casa y quería completar el colegio.

Antes de volver, tuvo un privilegio reservado para pocos: jugar con Maradona. Como el campeonato italiano ya había terminado y varios jugadores estaban de vacaciones, lo convocaron para completar el plantel del Napoli que disputó un encuentro a beneficio organizado por Unicef en el estadio San Paolo, dos meses antes del Mundial de México. El partido terminó 7 a 2 ante los Foot-boys. “Hizo tres goles Diego, uno (Daniel) Bertoni y otro yo”, recuerda, todavía con orgullo.

Talarico junto a Maradona y Bertoni, en Italia, dos meses antes del Mundial 86

Su irrupción en River fue fulgurante. El día que actuó por primera vez como titular, convirtió el gol del triunfo ante San Lorenzo en el Monumental, por la quinta fecha del Campeonato 89/90, en el que el equipo se consagró campeón. Esa tarde jugó con la 10 en la espalda, junto a Ramón Medina Bello y Gabriel Batistuta. Dos fechas después le marcó otro a Racing, en una victoria 3 a 1, y luego otro más a Vélez, en un triunfo por 1 a 0.

Su debut se había producido en 1987, de la mano de Carlos Griguol, aunque le costó afianzarse en Primera. Lo mismo ocurrió con César Luis Menotti, pese a que el Flaco armó un plantel con 16 jugadores grandes y apenas dos juveniles: Gustavo Zapata y él. Con la llegada de más futbolistas, las chances de jugar se esfumaron: el Chapa pasó a préstamo a Temperley, mientras que Talarico se quedó a pelearla en River. Allí alternó con Reinaldo Merlo y luego con Daniel Passarella, aunque la relación con el Kaiser, quien había sido su compañero, no terminó del todo bien, y eso marcó un quiebre en su carrera.

-¿Cuánto pesaron las diferencias con Passarella en tu salida de River?

-Yo había compartido plantel con él en el final de su carrera y teníamos una relación brillante. Me quería tener en la pieza con él y yo no quería, para no quedar como un chupamedias con el resto. Pero insistía: “El día que yo sea técnico, vos sos mi 10”. Incluso, en ese tiempo salíamos en pareja: Daniel con su esposa y yo con mi novia de entonces. El problema, más que con él, fue con (Américo) Gallego. Con el Tolo también había sido compañero, pero nunca tuvimos buen feeling: era una cuestión de piel, nunca me bancó. Cuando asumió como ayudante de Daniel le llenó la cabeza, y yo tampoco acepté ciertas cosas que en el fútbol a veces hay que aceptar. Yo no era ningún boludo. Si alguien me superaba en la cancha, lo aceptaba. Pero en este caso no pasaba eso. Y esa personalidad que yo tenía, sumado a que no necesitaba jugar al fútbol para vivir, porque venía de una familia de clase media, me jugó en contra. Empecé a tener conflictos con Daniel, le planteé la posibilidad de irme, me dijo que no y terminé sin jugar, justo en la edad en la que uno necesita afianzarse. Pedir el pase fue el peor error que pude cometer.

Zurdazo de Talarico para el 1 a 0 de River sobre San Lorenzo; quien lo cierra es Sergio Marchi, hoy titular del gremio de futbolistas

-¿Por qué?

-Porque me fui de River en un momento en que mi nombre todavía no estaba consolidado. Era una época en la que no existía el scouting, ni los videos, ni nada de eso. Y tuve la mala suerte de que un representante me estafó. Terminé en Francia, en un contexto muy complicado: los clubes declaraban contratos falsos, evadían impuestos y estalló el famoso caso Valenciennes-Marsella, cuando el presidente del Marsella, Bernard Tapie, que además era candidato a presidente de la nación, fue denunciado por intentar sobornar a jugadores del rival, entre ellos (Jorge) Burruchaga, que terminó suspendido por un año. El empresario se llamaba Rafael Santos. Le endulzó el oído a mi papá y le dijo que me iba a llevar a Europa. En principio, yo iba a ir al Marsella, pero ya tenía el cupo de extranjeros cubierto. Enzo Francescoli, a quien conocía de River, justo se estaba yendo de ese club al Cagliari y me recomendó buscar otra opción en Francia. Santos dijo que primero ficharía en Jorge Newbery de Junín, un club que era de él, y que después me cedería a préstamo al Cannes, de la primera división. Era su método: llevaba jugadores a Francia bajo esa modalidad. Pero en realidad había vendido mi pase y cobrado la plata, aunque en los papeles yo figuraba con el pase en mi poder. Eso significaba que el encargado de pagar los impuestos era yo, y no el club.

“En aquel tiempo, la FIFA no reconocía personas físicas, solo instituciones. Si ibas a Europa como jugador libre y tenías un conflicto, estabas desprotegido. Al ir a cobrar mi primera prima, el pago se demoró. Le conté a mi hermano, que es abogado y me manejaba algunos temas, y le pedí que se contactara con Santos. Unos días después, hablando con una mujer española que limpiaba la sede del club, me entero de que el tipo había mandado un fax. Cuando lo leo, no lo podía creer: intimaba al club a pagar la primera de las seis cuotas de la prima. Y cuando vi el número, me quise morir. Él me había dicho que iba a cobrar lo equivalente a una sola cuota. Las otras cinco, evidentemente, se las quedaba él. Eso generó un lío enorme: intervinieron el presidente del club, el alcalde de la ciudad… Mi papá y mi hermano fueron a Junín a buscar a Santos. Cuando volví a la Argentina, tuve que ir a su casa para que me firmara el pase; fui con mi hermano y con mi viejo, pero se escapó por una ventana, no nos quiso ni recibir. Por esas cosas terminé dejando el fútbol tan joven.

-En Cannes fuiste compañero de Zidane. ¿Qué recordás de sus comienzos?

-Era un jugador completamente distinto al que vimos de más grande. Una especie de Orteguita, gambeteador, que no se la daba a nadie. Me acuerdo de que el entrenador, el yugoslavo Boro Primorac, le decía: “No, no tenés que gambetear, tenés que tocar”. Tenía un estilo más sudamericano, pero en Francia lo moldearon para hacerlo más europeo.

Talarico, feliz: «Vivo mejor y más tranquilo como estoy que con el fútbol»SEBASTIAN SALGUERO

Tras ocho meses en la Division 1, Talarico volvió a la Argentina con el libro de pases ya cerrado y estuvo seis meses sin jugar, hasta que recibió el llamado de Unión de Santa Fe para disputar el Clausura de 1991. Aquel equipo, que contaba con Nery Pumpido y Ricardo Giusti, tenía como único objetivo mantener la categoría, algo que logró en la penúltima fecha tras vencer 3 a 2 al Lanús de Miguel Russo, que descendió, con un gol del propio Talarico. Su representante entonces era Osvaldo Rivero, el histórico promotor de boxeo, que por esos años también manejaba a varios jugadores de Boca. Fue él quien lo llevó al club de la Ribera. Talarico llegó para el segundo semestre de 1992, en el que el equipo de Oscar Tabárez fue campeón del Apertura y cortó una racha de once años sin títulos locales, la más larga de su historia.

Boca tenía cuatro número 10: Carlos Tapia, Alberto Márcico, Gustavo Neffa y Marcelo Tejera, y por eso le resultó difícil encontrar un lugar. Aunque no firmó planilla en ningún partido oficial, su nombre figura entre los campeones en el Museo de la Pasión Xeneize, en la planta baja del estadio. Ese semestre jugó 45 minutos en el amistoso entre Boca y el Sevilla de Diego Maradona, disputado en Córdoba, que ganó el equipo de Carlos Bilardo por 3 a 1, y ya en 1993, con Jorge Habegger como técnico, sumó otros cuatro partidos: un amistoso ante la selección de Paraguay, otro por el Clausura frente a San Martín de Tucumán, y dos por la Copa Centenario: el clásico ante River, en la Bombonera, que terminó sin goles y en la que Talarico usó la camiseta número 9, y uno más contra Vélez, en la ronda de perdedores. Talarico recuerda aquella charla con el técnico como el momento en que entendió que su historia en Boca había llegado al final: “El técnico me llamó un día y me dijo: ‘Fabio, por vos no pagaron un sope. Si dependiera de mí, el titular serías vos, pero no puedo sacar a los otros cuatro. Así que te conviene buscarte club’”.

Talarico, debajo de Navarro Montoya, en la previa del Boca-River por la Copa Centenario

-Tu última experiencia fue en Bolívar, y no fue del todo buena.

-En ese momento, Bolivia era una buena plaza. La selección iba a jugar el Mundial de Estados Unidos y Bolívar tenía siete jugadores en el equipo nacional. Además, pagaba muy bien. El problema fue que, al llegar, el entrenador de Bolívar era un soviético, Vitaly Shevchenko, que me ponía a mí y dejaba en el banco a Julio César Baldivieso, el jugador más emblemático del país. Lo despidieron y en su lugar asumió Luis Orozco Abraham, el preparador físico de la selección. Con él, empezamos a jugar los dos. Pero Baldivieso no quería que yo estuviera e hizo todo lo posible para que me sacaran, y lo logró. Un día, en una práctica, siento una patada terrible de atrás, que era para romperme las dos rodillas. Me doy vuelta y veo que había sido Baldivieso. Me levanté, le pegué un roscazo y me echaron. Ese día dije: “Listo, no quiero más”. Llevaba ocho meses y el presidente del club me dijo que era una injusticia lo que había pasado, y me pagó el año completo. Fue la última vez que pisé una cancha.

-¿Qué te decía tu familia? Hacía un año jugabas en Boca y de repente decidías retirarte.

-Lo que pasa es que, como esas personas me conocían, sabían cómo pensaba y cómo era, lo último que me decían era que volviera. Sí me sugerían, por ejemplo, que me dedicara a representar jugadores o a estudiar periodismo, algo vinculado al deporte. Pero pedirme que volviera a jugar, no. Sabían que nunca me había sentido del todo cómodo, siempre entre problemas o situaciones que no dependían de mí. Cuando las cosas vienen torcidas, no vale la pena seguir empujando.

-¿Creés que el mundo del fútbol es realmente así o que solo tuviste mala suerte?

-Cuando estoy en una reunión de amigos y sale el tema, siempre digo lo mismo: si volviera a nacer en Argentina, no sería jugador de fútbol; si me tocaba nacer en Alemania, hubiese jugado hasta los 45 años. Porque acá viene todo el combo. Al menos esa fue mi experiencia: no tiene que ver con el juego, sino con las formas, con la manera en que se maneja todo. Y mis formas no encajaron. Yo reconozco que, para poder hacer una carrera como la que hacen todos, tenés que aceptar ciertas reglas. Eso lo entendí a los 24. Cuando empezás de pibe y las cosas te salen, tenés la ilusión de jugar. Después, cuando llegás, te das cuenta de que es todo más duro. A veces no alcanza con jugar bien: tenés que bancarte negocios, intereses, un montón de situaciones. La verdad es que soy de poca paciencia, y todo ese ambiente me terminó cansando.

Aunque conserva recuerdos de su etapa de jugador, cree que no volverá a trabajar en el fútbolSEBASTIAN SALGUERO

-¿Te costó superar el retiro?

-Un poco. Primero hice un proceso de desintoxicación y después me anoté en el Círculo de Periodistas Deportivos. Me recibí y empecé en Radio 10, donde compartí con casi todos: Antonio Carrizo, Jorge Rossi, Karin Cohen, Chiche Gelblung, Jorge Bocacci… También pasé por Radio Libertad, FM News, algunos programas de cable, Polémica en el Fútbol con Mauro Viale, y durante varios años escribí en el sitio Urgente 24. El problema fue que, cuando me desintoxiqué del fútbol, me intoxiqué de periodismo, que creo que es peor. Porque la tarea del periodista es mucho más sensible que la del futbolista: el jugador puede ponerse contento o triste según gane o pierda, pero el periodista tiene una responsabilidad mucho más seria.

-¿Pudiste encontrar tu espacio?

-En parte… Porque a mí me gustaba decir lo que pensaba, no lo que otros querían que dijera. Podía levantarme de la mesa e irme, o no participar, pero cambiar mi discurso, ni loco. Para mí el periodismo independiente no existe: hay verdades que no se pueden decir, y simplemente no se dicen. Cuando pasás del otro lado del mostrador y lo ves, ya no hay forma de que alguien te lo rebata. No sé, me vengo más grande y cada vez estoy más convencido de que no quiero aceptar reglas para estar en un sistema. Me cuesta.

-Así y todo, buscaste tu revancha en el fútbol: te recibiste de DT y fuiste ayudante de Sebastián Méndez.

-En 2009, venía de un proceso largo, duro y doloroso, tras la muerte de mi padre, y había dedicado casi una década a atender los problemas de la familia. En medio de esa etapa complicada, la dirigencia de River me invitó a la inauguración del museo, y el técnico era Leo Astrada, que había sido compañero mío. Leo me preguntó si era entrenador. Le dije que no, que no quería saber nada con el fútbol, que era una picadora de carne, y él no lo podía creer: “¿Vos estás loco? Un tipo preparado, que habla bien… ¿cómo no va a ser técnico?”. En ese momento estaba haciendo terapia, se lo conté a la psicóloga, y ella me recomendó empezar a hacer algo por mí, más que por los demás. Así arranqué el curso de técnico, pero sin el anhelo de ser entrenador. Estaba escribiendo en Urgente 24 y pensé que podía ser una buena herramienta para estar más preparado y contar con una mayor autoridad moral al opinar. Ahí conocí a Sebastián, que además era vecino de Devoto, y terminamos trabajando juntos.

En Vélez, junto a Sebastián Méndez y Adrián González

Junto a Méndez, Talarico integró los cuerpos técnicos de Atlanta, Gimnasia de Jujuy, Belgrano y, tras un paréntesis de siete años, Unión de Santa Fe y Vélez. “Yo no quería volver. Había visto cosas que no me gustaban, fundamentalmente el tema de los arbitrajes. Volví porque Seba es mi amigo, lo quiero mucho y me pidió que por favor lo acompañara, y porque mi mujer también insistió para que lo hiciera por él. Pero lo de Vélez me terminó sacando del fútbol por completo. Uno sabía dónde se metía desde lo deportivo, porque la situación era muy apremiante, con el plantel al borde del descenso. Estuvimos dos años sin que nos dieran un penal, porque (Sergio) Rapisarda, presidente del club, apoyaba a (Marcelo) Tinelli en la AFA y Chiqui Tapia se la tenía jurada. En un torneo en el que se clasificaban cuatro, terminamos quintos porque no nos cobraron tres penales en dos partidos. Y eso te quita prestigio. Si hubiésemos avanzado, hasta podíamos salir campeones, porque el equipo venía en levantada. Vos dejás todo, ponés el pellejo, trabajás por poca plata, y encima viene Tapia y te quiere cagar. No, que se queden ellos con Chiqui Tapia. Yo me voy a mi casa. Dejar el fútbol, a los que somos del fútbol, se nos hace difícil porque se pierde la adrenalina, pero, a esta altura, no estoy dispuesto a pasar por eso. Yo vivo mejor y más tranquilo como estoy que con el fútbol”, explica, convencido.

-¿Y qué es de tu vida hoy?

-Estoy en Córdoba desde 2017, cuando trabajé con el Gallego en Belgrano. Me ocupo de la casa, de los perros, de mi mujer, y también estoy con un pequeño emprendimiento gastronómico. Acá se vive de otra manera, por eso elegí este lugar.

-¿No te imaginás de vuelta en el fútbol?

-Hoy te diría que no. Salvo que aparezca algún club de Córdoba y me ofrezca trabajar en inferiores, o en algún rol más bien secundario, lejos de la primera división.

-Se viene el Boca-River. ¿Qué recuerdos tenés de los clásicos que te tocó jugar?

-Jugué en la Liguilla 88/89, en la final de perdedores en cancha de Vélez, que ganó River 2 a 1; entré los últimos minutos en lugar del Negro (Omar) Palma. También fui al banco en la Bombonera el día que ganó Boca 1 a 0 con gol de (José Luis) Cucciuffo. Ese día no entré, pero recuerdo el golpe que significó perder el clásico. En Boca, jugué los 90 minutos por la Copa Centenario, donde enfrenté a varios de mis excompañeros. Son lindos los clásicos: empiezan a jugarse una semana antes y terminan una semana después. Ahora los dos equipos necesitan ganar; ojalá salga un buen partido.

-Cuando eras futbolista, ¿le dabas importancia a la crítica de la prensa?

-Sí, le daba bola y me molestaba mucho. Si fuese jefe de redacción de un diario, lo primero que haría sería eliminar los puntajes a los jugadores, porque causan mucho daño. Yo veía a algunos periodistas en la cancha de River que esperaban a los últimos minutos y se fijaban a quién aplaudía más la gente; y de acuerdo a eso calificaban. Un día, en un Unión-Mandiyú, el técnico, Humberto Zuccarelli, me pidió una sola cosa: que el Flaco (Pablo) Suárez, el lateral derecho rival, no se proyectara en ataque. Suárez no pasó una sola vez, ganamos 1 a 0, y el técnico me felicitó por el partido. Al día siguiente abro el diario y decía: “Fabio Talarico, 4. No pisó el área ni influyó en el juego del equipo”. El fútbol, a veces, también tiene esas cosas…


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