Tambaleante, a River se lo terminaron de llevar por delante para que se le acabara prematuramente el año. Ya venía dando señales de sobra que competir de igual a igual le demanda unos recursos y un espíritu que no tiene. La debacle se consumó en el Cilindro de Avellaneda, otra estación sin que apareciera la reacción que Gallardo prometía y creía que en algún momento se iba a producir. Ya no será en este 2025, en el que el Muñeco no hizo los méritos para seguir al frente de la reconstrucción que hará falta el año próximo.
La forma en que River quedó eliminado en los octavos de final del Clausura es una radiografía exacta de su realidad. En el descuento, el tercer gol de Racing para el 3-2 fue de atropello, a lo guapo, con el convencimiento del creyente. La pelota la terminó de empujar Martirena –el lateral de los goles importantes-, pero al lado estaba Maravilla Martínez, y antes la pelota había dado en el travesaño. Los jugadores de Racing atacaron como leones en esa jugada, mientras que Galarza era la contracara por su blandura para dejarse anticipar.
El corazón de Racing había sido demasiado para este River asustadizo, que ni siquiera es capaz de estimularse con esa ráfaga de dos goles en dos minutos que le servía para pasar del 0-1 al 2-1, con media hora por delante. Ahí había un intento de resurrección que quedó en la nada, porque River no cree en sí mismo, es el que menos se ayuda para salir adelante. La cabeza se la va a cualquier lado y las piernas le flaquean.
Gallardo, nuevamente, no había dado en la tecla con la formación inicial, pero por una vez parecía redimirse con los cambios, con los ingresos de Subiabre y Quintero, quienes en una ráfaga de dos minutos aportaron la vitalidad ofensiva que faltaba. Un zurdazo del juvenil y otro del colombiano provocaron el vuelco. Lo que el técnico había corregido lo desarregló con las entradas de Portillo y el fantasmal Galarza; salió Enzo Pérez, a quien se le pueden hacer largo los 90 minutos, pero nunca se le agota la personalidad que requiere un partido como el de anoche. A un River flojito de temple y carácter, la salida de Enzo Pérez lo dejó más desamparado.
A River lo mueven un poquito y se desarma, no hace pie. Entró dormido, como si las pesadillas por las que viene atravesando no fueran una advertencia suficiente para estar espabilado. No aprende, no hay lección que le entre, si es que en la semana se ocupa de corregir defectos que son de larga data. Hasta el más distraído y desinformado sabe que una de las principales vías de ataque de Racing es la escalada de sus laterales-carrileros. La Academia tiene más tendencia a ensanchar la cancha que a tejer juego por adentro. Y lo hace a un ritmo alto, con la pelota viva.
Con esa fórmula archiconocida, Racing asestó un golpe temprano, antes de que se cumplieran los cuatro minutos. Conechny, cerca de la media luna, abrió hacia la izquierda para la proyección de Gabriel Rojas, insólitamente descuidado por Castaño y Montiel; con toda la comodidad deseada, el lateral envió el centro que Santiago Solari, con un físico menos fornido que el de su marcador Rivero, conectó con un potente cabezazo.
Se invertía la historia de la reciente Copa Argentina, cuando River acertó de arranque con Salas y luego se dedicó a aguantar. Ahora estaba obligado a remontar, la clase de partido que más le cuesta, aunque para River todo es dificultoso: ser firme atrás, elaborar juego en el medio y tener contundencia arriba.
Gallardo había reformulado por enésima vez el medio campo, el sector que es el motor de cualquier equipo y que en River hace rato que no carbura. Sorpresivamente le devolvió la titularidad a Nacho Fernández, como enganche, y sobre la izquierda apareció el pibe Acosta. Otra fórmula que no cuajó y deja una vez más expuesto al entrenador en su búsqueda interminable.
Al silbado Salas le llegaban pelotazos que lo llevaban a un cuerpo a cuerpo con Colombo que pronto le pasó factura en lo físico. Nacho Fernández deambulaba, Castaño seguía instalado en su habitual intrascendencia, con un respaldo de Gallardo que tiene más de capricho que razones futbolísticas.
Acuña no sucumbió a la catarata de insultos de los hinchas de Racing. Fue uno de los pocos de River que puso el pecho, que casi nunca se vio sobrepasado por las circunstancias ni se contagió de la blandura de muchos de sus compañeros.
El partido fue más emotivo e intenso que bien jugado. De River se sabe que no es un buen equipo y Racing es espasmódico, pero tiene fibra y bravura, cualidades muy bien representadas por Santiago Sosa, que volvió a jugar con una máscara porque tiene media cara rota y se brindó como un gladiador. Luchó de manera conmovedora. Varios jugadores de River parecían extraños en la comparación con Sosa.
En desventaja, Costas levantó a Racing con los ingresos de Vergara y Adrián Fernández, que provocó el 2-2 con un remate que se desvió en Martínez Quarta. River tembló, otra vez se le empezó a poner cara de derrota. Y se dejó arrollar en el 3-2 en el descuento. Un instante que fue una foto de su año: indolente, inexpresivo, derrotista, depresivo. Depende de que Argentinos o Boca salgan campeón para ingresar en la Copa Libertadores. Incapaz de valerse por sí mismo, necesita de la caridad de los demás.


