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Delfino dijo adiós: el retiro a los 43, el miedo en los quirófanos y los “valores de otra camada”

Última actualización: noviembre 27, 2025 24 Lectura mínima
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No sabe y nunca supo ser políticamente correcto. Habla siempre a corazón abierto. Honestidad brutal, que se le dice. Pasional, directo, sanguíneo, fresco, ocurrente… Carlos Delfino, el Lancha o el Cabezón –depende qué grupo de amigos lo identifique–, tomó la determinación, a los 43 años, de dejar de jugar al básquetbol de manera profesional y desde Italia, en su casa, comenzó a escribir otra parte de su historia. Una más de calma, sin la adrenalina de la competencia, sin luchar con dolores, con la tranquilidad de haber cumplido los objetivos, con la sensación de haberse vaciado, sin cuentas pendientes. Con el sabor de haber saciado el hambre del animal competitivo que siempre encarnó, desde aquella época en la comenzó a defender los colores de Círculo Israelita Macabi de Santa Fe, con apenas 6 años.

Mira su carrera desde otro lugar, porque transitó una ruta llena de emociones. En la última temporada defendió la camiseta de Benedetto XIV Cento en la Serie A2 italiana, el último de los 15 equipos por los que pasó a lo largo de más de 27 años de hacer picar una pelota en ligas. Una mochila cargada de NBA (Detroit Pistons, Toronto Raptors, Milwaukee Bucks y Houston Rockets entre 2005 y 2013) y selección argentina, de medallas olímpicas –dorada en Atenas 2004 y de bronce en Pekín 2008– y de trofeos continentales en los FIBA Américas.

Para Delfino, la familia «vale oro»; aquí, un paseo por Cento, Italia, donde vive con los mellizos y su hija Milagros.@delfinocabeza

Una ruta tan intensa que en 2013, cuando jugaba en la NBA, sufrió una grave lesión en el pie derecho que lo obligó a pasar por más de 15 operaciones y más de 1000 días sin pisar una cancha. Nadie podía creer entonces que su carrera estuviese viva. Sin embargo, él nunca se rindió y volvió a jugar. En 2017 desembarcó en Boca para protagonizar la Liga Nacional. Jugó su último partido oficial el 23 de marzo último, con la camiseta de Benedetto Cento en el éxito sobre Libertas Livorno por 76-73 en la segunda categoría de Italia. Registró 3 puntos, 5 rebotes y 1 asistencia en 16 minutos.

En una charla por video con LA NACION, Delfino habla de su nueva vida, de su carrera en el básquetbol y de cómo será su futuro vinculado con el deporte.

-¿Llegaste a darte cuenta de que te retiraste?

-Me cuesta mucho decir esa palabra. Yo digo que no estoy jugando al básquet. Me cuesta mucho decir esa palabra. Creo que del básquet no voy a retirarme nunca. Siento eso. Que voy a seguir haciéndolo desde otro punto de vista. Desde otro aspecto. No lo juego, no estoy jugándolo. Estoy entrenándome. Estoy en forma. No digo que pueda entrar a una cancha mañana, pero probablemente si me pusiera en un equipo a entrenarme diez días, para no decir una semana, sin subestimar a nadie, creo que estaría en una cancha tranquilamente, porque físicamente estoy bien, porque sigo moviéndome.


“Creo que del básquet no voy a retirarme nunca. No extraño el vestuario, pero sí la competencia”


Se apasiona y profundiza la idea. “Sí es verdad que estoy mucho más tranquilo. Escucho a mi cuerpo. No extraño el vestuario, pero sí extraño la competencia. No extraño entrenarme en un equipo, sí estar en una cancha. Me doy cuenta de que lo único de lo que me quedan ganas es jugar, competir, aunque aquellos con quienes me toca competir hoy, obviamente más jóvenes que yo, tienen un sistema operativo diferente al mío. Me entreno distinto, juego distinto, pienso distinto. Y obviamente mis calenturas son distintas. Hoy se entrena menos, o de una manera más liviana… Distinta. Las calenturas pasan rápido. Se corre y se tira por ahí. Un poquito menos pensado el juego. Esas pequeñas cosas hacen que me pegue unas trabadas terribles, o lo hacían cuando estaba jugando. Después, estoy recontento de no tener el resto, y eso que me hacía trabarme”, cuenta el santafesino.

-¿Te encontraste con que el juego ya no te gustaba tanto?

-No. ¿Sabés qué? Me pasó algo muy loco. Fui a jugar el partido de los 20 años de la medalla de la Generación Dorada –porque tenía todo el permiso para ir– y nos encontramos después de 20 años. Los 12 nos fuimos a Mendoza y me di cuenta de que mis valores eran esos. No quiero decir que yo tengo los valores de la Generación Dorada y que tengo el elixir. Lo que quiero decir es que estoy cortado con un cuchillo viejo, estoy cortado con la vieja esencia. Entonces, cuando volví a Italia, en el primer partido acá no me hicieron jugar por mi edad. Me dijeron “no, vamos a cuidarte. No jugás”. Jugamos un partido en mi ciudad y la gente insultó a mis compañeros porque perdimos. Ellos son más chicos que mi hija mayor. Yo, con 43 años, capitán del equipo y cortado con el cuchillo viejo, discutí con vecinos míos, porque son gente que encuentro en la calle. Y les dije que no insultaran a los chicos, que alentaran al equipo aunque perdiéramos. Es competir. Ganás, perdés, lo que sea.

Carlos se extiende en la anécdota: “Después me encontré con que, por defender a ellos, me peleé con la gente, que no estaba diciéndome nada a mí. Al día después, en los diarios salió que estaban insultándome a mí. No era verdad. Y después de leer todas las pavadas entré al vestuario y me encontré con mis compañeros jóvenes, que me dijeron «¿qué pasó ayer?». Y les contesté: «Pasó que perdieron, yo no jugué, los p… a ustedes y como salí a defenderlos me culparon a mí, que no tenía nada que ver»“. No fue un contrapunto pasajero, no pasó de largo el tema.


“Me quedaba a tirar al aro hasta que me ponía azul, hasta que me mareaba. El compañerismo, el trabajo… Estos valores son de otra camada”


Le abrió los ojos al ex campeón olímpico. “Empecé a pensar «estos pibes no se dieron cuenta de todo lo que pasó, y yo tratando de defender los valores, el compañerismo, el trabajo… Todas esas cosas que uno hace día a día les importan mucho menos que a mí». Además, a mi edad tenía un mantenimiento distinto, tenía que entrenarme de otra forma, y no se daban cuenta. Y así varias cosas», repasa. Y se pone más profundo en la reflexión. “Che, hay otros valores, hay otra cabeza, hay otros pensamientos. Lo que extraño es la pelota en la mano. Extraño el «dame el partido que juego y trato de ayudarte a definirlo». «Dejame darte un consejo, ayudémonos, mejoremos». Eso recontra extraño. Todos estos valores ahora no aparecen tan claros, porque son de otra camada. No es peor ni mejor, es distinto. Yo quedé cortado con eso», se identifica el ahora ex alero.

La comunicación es por video, pero Delfino no pierde temperatura en su relato ni en sus sentimientos. Por ejemplo, habla de su deporte tras experimentar, años atrás, un fuerte vaivén emocional con él. “Yo sigo recontra enamorado del básquet. Me doy cuenta de que cuando estuve retirado por el tema del pie, no podía mirar básquet. Estaba enojado con el básquet, porque no podía jugarlo. Hoy puedo hacerlo. Lo juego en la canchita de mi casa, lo juego con mis hijos, voy, me muevo, me entreno. Puedo verlo, puedo analizarlo. Y de hecho, estoy comentando para TNT. Llegué a no poder mirarlo. Si me dabas una pelota cuando estuve retirado por el tema del pie, la agarraba con un cuchillo y la rompía. No quería saber nada, porque estaba frustrado. Ahora no, ahora estoy… Digamos que mi parte de jugador se ha vaciado y extraño la competencia. Lo que se ha vaciado es el jugador que se entrenaba, que iba al vestuario, que hacía todas las cosas del detrás de escena”, rebobina, ya con otra perspectiva.


“Si me dabas una pelota, la agarraba con un cuchillo. Cada vez que entraba al quirófano me decía «che, ¿saldré?»”


La perspectiva desde el retiro. Eso que Carlos no quiere ni mencionar. Y a la vez no anhela un reconocimiento, un homenaje a su carrera. “Me cuesta mucho decir la palabra que decís vos. Me cuesta nombrarla. No creo tampoco que tenga que estar declarándolo. Y no voy a hacer un partido de despedida. Hay gente a quien le gusta y gente hay a quien no. A mí no me gusta. Para mí es innecesario. Para mí esto es biológico: pasa y se tiene que dejarlo pasar”, razona, ahora dejando por un momento de lado el corazón.

Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 1
Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 1

-¿Cómo quedarás ligado “siempre” al básquetbol? ¿Por la comunicación? ¿Como entrenador? ¿Estando cerca de la selección?

-Bueno, en mi cabeza hay un poquito de todo lo que decís. Hoy me divierto mucho analizándolo, me ayuda a refrescar conceptos, me ayuda a revivir cosas viejas. Haberlo vivido me ayuda. Después, ser entrenador… Tengo un diploma, pero no quiero saltar ya a una cancha. Me han ofrecido entrenar ya, pero no me siento listo para asumir eso y armar la valija para irme de casa. También estoy disfrutando de tener mi calendario: hoy quiero cortar el pasto, hoy llevo a los pibes a la escuela, este fin de semana nos vamos a dar una vuelta a una ciudad cercana… Estoy reconciliándome con mi vida particular, porque desde los 25, 26, 27 años estuve siempre atado al calendario del básquet. Al del dador de trabajo. Y hoy estoy tranquilo. A la selección nunca en mi vida pude decirle que no. Estuve como jugador, y cuando me llamó Pablo [Prigioni, el actual director técnico] y me dijo “vení a ayudarnos a pasar la pelota”, estuve ahí. Si el día de mañana está, estaré.

-¿Dónde vas a poner ese gen competitivo, esa hambre por competir?

-En ninguna cosa en particular todavía. Sí busco cosas para ocupar mi tiempo. Te cuento algo. Estaba en casa y dije “che, soy argentino y estoy asando con un asador a gas”. Me contestaron “bueno, llamá a uno, decile cómo se hace”. Y pensé “no, yo soy nieto de un albañil”. Entonces, hice yo mi asador, mi parrilla. Y me divierto mucho con eso. Ocupo mi tiempo en cosas que sé hacer, y no son una sola cosa. Un día me pongo a hacer el asador; el día después, corto el pasto. Estoy haciendo un montón de cosas que siempre supe hacer pero no podía encarar por tiempo. Y gasto tiempo y energía en eso, hasta me frustro en eso. No voy a dedicarme a pescar todos los fines de semana, no. Lo que más quiero es estar presente con los míos, llevarlos a la escuela, estar presente cuando los saco de la escuela. Trato de dar mi mejor versión de papá. Pero creo que la adrenalina por la competencia va a venir en algún momento. Seguramente será por el lado de ser entrenador, de vincularme con la competencia oficial; la no oficial no me gusta. Para mí la competencia oficial es trabarme, es calentarme porque gano y pierdo. Creo que va a venir por ese lado.


“No voy a hacer un partido de despedida. Para mí es innecesario”


En la conversación surge un tema que siempre lo acompañó en su carrera: las lesiones y los dolores. “Hoy, una cosa que para mí vale oro, aparte de la familia, es que no estoy tomando una aspirina. No tengo que tomar nada para los dolores del cuerpo, nada. Cuando volví a jugar me dijeron «bueno, fíjate lo que hacés, porque seguís jugando, seguís estirando, y después tu cuerpo va a pasarte factura». Loco, llevo seis, siete meses sin jugar activamente, sin entrenarme como me entrenaba y no tomo una pastilla al mes», celebra, “pulgar arriba”.

Volcada ante Kevin Durant en Houston Rockets

-Estás estudiando. ¿Se trata de algo vinculado con el básquetbol? ¿Vas a hacer una carrera universitaria?

-Está vinculado con el básquet, y también con el deporte en general, porque fui a visitar equipos de fútbol, de básquet en Bolonia… Me gusta la organización. Hay que abrirse un poco. El trabajo de grupo, mejorar como equipo, la infraestructura, cómo trabaja uno fuera del campo. Me gusta mucho eso. Obviamente, estoy recontraverde en todo, pero me gusta ir, visitar, hacer preguntas tontas y conocer.

-¿Luis Scola y Pepe Sánchez son fuente de información en ese camino del aprendizaje de la organización?

-Honestamente, no, no he hablado mucho con ellos. El último día en que hablé con ambos fue cuando nos juntamos por lo de la Generación Dorada. Creo que lo de ellos está más vinculado con lo organizativo, que me gusta, también, pero me veo más un actor de campo.

Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 4
Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 4

-Valorás que no tomás pastillas. ¿Te dio miedo en algún momento la exigencia a la que sometiste a tu cuerpo para volver a competir?

-Un montón. Hay una línea que dice que el deporte es salud, pero no lo es el profesional de alto rendimiento. Me tocó jugar mucho tiempo con la más fea, que es estar lesionado. Y en el deporte de alto rendimiento, cuando uno pierde tiempo y se queda atrás, no solamente se sumerge en una diyuntiva sino que además tiene que aceptar que nunca vuelve a ser el que era. Y se hace todo mucho más difícil, es todo cuesta arriba. Me acuerdo de que tuve una discusión, cuando volví a Boca, con José Ossemani, que para mí es un crack y uno de los grandes responsables de que yo volviera a jugar. Él me decía “no podés jugar con dolor”. Y yo le decía “pucha, José. Sin dolor hay pocos que pueden hacerlo”. Y creo que hasta el último día jugué con dolor. Y que el deportista de alto rendimiento hasta llega a ser un poco masoquista… En un vestuario veía gente decir “¡uy, la facitis plantar!“, “¡uy, la espalda!“, ”¡uy, me duele esto, me duele aquello!“. Las generaciones nuevas trabajan distinto: ahora dicen ”no, ya está”. Y yo pensaba “¿cómo que ya está? Si no transpiramos todavía». Yo me quedaba a tirar al aro hasta que me ponía azul, hasta que me mareaba.

Carlos Delfino no tiene problemas en abrirse a contar cómo su carrera estuvo marcada por la lucha con su cuerpo. “En un momento me preocupé. Tuve más de 15 intervenciones quirúrgicas, y cada vez que entraba al quirófano me entraba el c…, porque me decía «che, ¿saldré?». Cuando tuve el tema del pie hice 90 sesiones de cámara hiperbárica, en las que se trabaja sin oxígeno. Entre las 90 sesiones murió un enfermero. Bajó dos veces un día, se le saltó una venita de la cabeza y este muchacho falleció. Y yo pensaba «che, ¿estaré tirando mucho la cuerda? Porque yo lo hago de lunes a sábado. Estoy tratando de que se recupere un hueso chiquito…». Mucha gente me decía «¿vale la pena, loco?». Y en realidad terminaba haciendo saltos mortales, tratando de volver. Para volver a lo que era, sabiendo que no iba a volver a ser lo que era. Entonces, sí, muchas veces tuve miedo“, admite.

No teme revolver el asunto. Está superado, a pesar del hondo sufrimiento que le causó. “Puedo hablar 3000 horas de las lesiones. Siempre traté de no ser de esos jugadores a los que se ve caminar con dificultades. Evitar que la gente dijera «este flaco dejó de jugar hace 15 años y está con las dos rodillas dobladas», «mirá este flaco, lo doblado que quedó». Quería parar antes de eso. Era un miedo que tenía. Y hoy estoy bien. Es algo de lo que hablo con los chicos de la Generación Dorada. Cuando volvimos a juntarnos después de 20 años decíamos que nos sentíamos bien. Todos entendimos cómo debíamos entrenarnos y supimos cómo teníamos que mantenernos. El «entrenamiento invisible». Y habla bien de nosotros, de la mentalidad de seguir cuidándonos a pesar de no estar jugando», se alivia.

Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 2
Entrevista a Carlos Delfino para LA NACION, parte 2

-¿Fuiste el último que apagó la luz de la Generación Dorada?

-Y, siempre fui el último. De hecho jugamos en noviembre, hace un año, y era el único que estaba en actividad todavía. Hace poco hice una convención en Santa Fe en la que también estaba Julio Lamas y él me presentó como el último de la GD. Siempre fui el último, porque era el más chico. Por eso era uno de los que jugaban menos. La realidad es que la Generación Dorada se compuso con los 12 que ganamos el oro en Atenas, pero después hubo una GD 2.0, una 2.1, una 2.2… Porque enseguida empezaron a cambiar las camadas. No me gustaría quedarme con ese mote, del “último”. Sí soy el más joven de un grupo que, gracias a Dios, para mí fue un orgullo integrar y que ganó algo precioso. Fui parte de un grupo de jugadores que nos bancamos concentraciones de meses y meses, para ganar cosas juntos. Un grupo que viajaba treinta y pico de horas para competir, que se alimentaba distinto para ser de la elite. Que hacía sobreesfuerzos por jugar, y que se extendió en el tiempo: no hay que olvidar que en 2019 otro equipo fue subcampeón del mundo. Después, no están tocando las buenas, pero hay un buen grupo que está entrenándose un montón y los jugadores siguen juntándose. Son cosas de esa escuela que inspiró la GD. Entonces, me encanta ser parte de ese grupo. Tal vez el último anillo de ese grupo, un eslabón de esa cadena.

-¿Cuáles tres momentos de tu carrera aparecen primeros en tu mente?

-Uy… Te digo tres años: mi 2004, mi 2008, mi 2010. Deportivos, ¿no? Porque si no, voy a hablarte de familia, de cuando me convertí en papá y demás. Y si puedo agregar un cuarto, digo 2012, porque entran los más jóvenes a los Juegos Olímpicos y para mí eso fue muy importante. Y además, porque volví de una lesión. El 2004, por la medalla dorada en Atenas, pero también porque para mí fue un año de breakout, en el cual jugando en Italia y en Europa me fue muy bien. Y la selección terminó ganando un Sudamericano después de no sé cuántos años, en Brasil. Me quedo con el 2008 por la medalla de bronce. Es superimportante para mí, aunque a la medalla no la tengo: me la robaron y es como si me hubieran cortado un dedo. Me robaron en mi casa de Santa Fe, cuando estaba jugando en Boca, y me sacaron plata, camisetas, relojes, de todo. Lloro todos los días que me hayan robado la medalla, porque esa de bronce fue importante por cómo la ganamos, por cómo jugamos. Digo el 2010 porque, aunque salimos quintos, yo tuve un Mundial [de Turquía] de la p… madre. Y ese Mundial me marcó un montón, porque tal vez pasaba por mi último gran momento físico. Después tuve dos pisotones en la cabeza y la conmoción cerebral, los aductores, el pie… Desde entonces para mí explotaron las lesiones.


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