Fueron 15 partidos y (casi) ningún escándalo. Tres semanas en calma sirvieron, también, para certificar que tantas sospechas están justificadas. Los arbitrajes, lejos de dar vergüenza y alimentar el pestilente olor que rodea al fútbol argentino, dirigieron bien durante los playoffs del Clausura. Como si se hubiese declarado una tregua, un paréntesis para las trapisondas. Es que un cambio de escenario tan perceptible –conductas, hechos- también levanta desconfianza y desata suspicacias. Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía… Un giro tan notorio invita a pensar que esta vez sí se dedicaron a dirigir. Pudieron cumplir su función, sin presiones, condiciones ni señalamientos.
Demasiado ruido en el ambiente como para sumar nuevos atracos. Después del título por decreto para Central y el “espaldazo” de Estudiantes en el pasillo de honor, entre allanamientos e investigaciones en el marco del vínculo entre Sur Finanzas y la AFA, el juego pareció quedar a resguardo. Olvidado. Los arbitrajes tomaron decisiones acertadas en el campo y el VAR prácticamente ni intervino con sugerencias fantasmales. Ambos bajaron su visibilidad, y se sabe que en el fútbol esa es una buena señal.
El repaso por los 15 partidos de la definición del Clausura, según los puntajes de LA NACION, arroja las siguientes calificaciones: una nota con muy bien (8 para Nicolás Ramírez en Riestra-Barracas Central, por los octavos de final); ocho actuaciones valoradas con un bien; cuatro tareas regulares; una mala (3 para Andrés Merlos en Racing-Tigre, por los cuartos de final) y un muy mal, un 1 para Nazareno Arasa en Central Córdoba-San Lorenzo, por los octavos de final. Esa noche en Santiago del Estero el Ciclón fue evidentemente perjudicado. Y un asterisco: la función de Hernán Mastrángelo en Barracas Central-Gimnasia resultó regular, pero con un evidente error en el gol adelantado del Lobo. La tarde en la que quedó eliminado el equipo del presidente Claudio Tapia. De todos modos, en el recuento el balance es positivo. Especialmente en comparación con el estándar, con la norma de rendimiento arbitral que venía aguijoneando al fútbol argentino fechas tras fecha.
Al campeón, Estudiantes, el rebelde que se atrevió a confrontar con el poder, lo acompañó un camino arbitral sólido, sin ninguna turbulencia. Los cuatro jueces que dirigieron sus partidos recibieron un 7 por parte de LA NACION: de octavos a la final, Pablo Dóvalo, Yael Falcón Pérez, Facundo Tello y Nicolás Ramírez. Los cuatro se destacaron. ¿Es más creíble ahora el arbitraje argentino? No, al contrario, por el opuesto quedó demostrado que se arrastra subordinado por los fustazos de las intromisiones. Y en una ventana temporal, donde nada pareció digitado, quedó la vista que lo pueden hacer bien. Hay mejores y peores jueces, claro, solo necesitan libertad para despegarse del circo en descomposición.


