Jure Marinovich, de 25 años, es arquero del Atlètic Club Escaldes, uno de los equipos más competitivos de la primera división de Andorra. Con pasado en Independiente y pruebas frustradas en distintos clubes de Europa, el argentino le describió a LA NACION el día a día de una liga que crece, a pesar de sus limitaciones estructurales, y que ofrece una puerta de entrada al mercado europeo. Aunque su carrera parece haber encontrado estabilidad, el contexto en el que compite es tan singular como desafiante.
“Aquí los clubes no tienen sede propia. Toda la infraestructura depende de la federación: entrenamos en sus canchas, jugamos todos en la misma, y cada equipo tiene asignado un horario. Los domingos se disputan todos los partidos en ese estadio sintético, que está preparado para aguantar hasta la nieve”, explicó Marinovich, que desde hace dos temporadas forma parte del fútbol andorrano, con previo paso por el FC Ordino.
La descripción sorprende, pero no es una excepción: la primera división de Andorra, con apenas diez equipos, funciona de modo centralizado. Los entrenamientos se reparten en cuatro o cinco campos distintos, y los clubes, que suelen estar conformados por estructuras reducidas, comparten los lugares de entrenamiento.
Como pensaría el propio Carlos Salvador Bilardo, en Andorra también hay lugar para las precauciones estratégicas. “Nos pasó de tener que cambiar de cancha en la semana para evitar que un rival nos vea las jugadas o el planteo táctico. Acá, todos se conocen y todo se sabe”, relató Marinovich.
La liga andorrana se disputa en tres ruedas —con partidos de ida, vuelta y una tercera etapa—, con un total de 27 fechas. A ello se suma una copa nacional, de formato similar a la Copa Argentina. El campeón accede a la fase preliminar de la Champions League, mientras que los siguientes equipos se clasifican a la Conference League. La Europa League solo aparece como opción para aquellos que caen desde la Champions. El torneo contempla además un descenso directo y otro por promoción, un sistema que Argentina no ha podido sostener en los últimos años.
Marinovich fue parte de esa experiencia continental recientemente: “Cuando ves la bandera de la UEFA, tu nombre en la acreditación y entrás al estadio, te das cuenta de todo lo que pasaste para estar ahí. Al principio me temblaba el pecho, pero después lo disfruté como nunca”. Su equipo disputa actualmente la segunda ronda de la Conference y este jueves buscará revertir la serie tras caer como locales 2-1 ante FC Dinamo City, de Albania.
La exposición internacional, desde luego, mejora las condiciones económicas. Los clubes que pelean por entrar a las competencias europeas son los que más invierten y ofrecen contratos que permiten vivir del fútbol. En cambio, los de la mitad baja del torneo mantienen estructuras semiprofesionales. La brecha entre ambos grupos es notoria. “Es como cuando jugábamos en la reserva y venía un equipo de la Primera C a hacer un amistoso. A veces te pueden empatar un partido, pero la diferencia es clara”, compara el arquero argentino.
Marinovich valora el nivel de juego, aunque reconoce que la pasión por el fútbol no es central en la cultura local. “Acá los chicos quieren esquiar. Desde el colegio los llevan a la montaña una vez por semana. El fútbol va en segundo plano. Recién ahora empezaron con un plan para formar jugadores para la selección”, detalló.
El contraste con su formación en la Argentina es notorio y marcado, según él. Criado en las inferiores de Newell’s e Independiente, Marinovich sintió el cambio: “Allá tenías cinco pares de botines y un utilero que sabía cuáles usabas. Acá compartís todo. Hay un kinesiólogo, un preparador físico, un DT, pero no hay una estructura de club como la que conocemos”.
Antes de llegar a Andorra, su camino tuvo varios desvíos y complicaciones: hizo pretemporada con un club esloveno de primera, pero un cambio de entrenador lo dejó sin contrato. Estuvo a prueba en Empoli, cuando había vuelto a primera en 2017, y en Bari, ambos de Italia, pero los derechos de formación que reclamaba Independiente frustraron ambas oportunidades.
“Pasé seis meses sin desarmar la valija”, recordó de ese momento frustrante. Recién en la liga regional de Mallorca pudo sumar minutos, que luego le permitieron ascender a la Segunda RFEF española (equivalente a la cuarta categoría) y, desde allí, llegar a Andorra.
Instalado con su pareja y compartiendo departamento con otro futbolista, Marinovich encontró estabilidad y se impuso como titular en el Escaldes. La última temporada logró un récord sin recibir goles (más de 900 minutos) y fue clave en la clasificación del equipo a la Conference League.
Desde su llegada, también construyó una comunidad con otros argentinos, no todos futbolistas: “Hay varios que vienen a trabajar, porque no necesitan pasaporte europeo. Además, el preparador físico es uruguayo, y el kinesiólogo, argentino. Compartimos el mate, la música, tratamos de transmitir esa pasión nuestra. Acá el fútbol se vive de otra manera”.
Aunque no descarta regresar al fútbol argentino, donde siente que aún tiene una cuenta pendiente —nunca llegó a debutar en Independiente, aunque fue capitán en reserva e integró listas del primer equipo en torneos como la Copa Sudamericana—, reconoce que el contexto económico muchas veces termina inclinando la balanza. “Te ponés a pensar que podés ganar lo mismo en Andorra que en la Primera Nacional, pero sin la presión ni la inseguridad. Igual, si se da una oportunidad concreta, en un club grande, me encantaría volver. Allá el fútbol se vive de otra manera”, afirmó.
Andorra, con sus limitaciones de infraestructura y una cultura deportiva en formación, representa para muchos futbolistas un trampolín. Para Marinovich, esa oportunidad está clara: “Es una tierra de oportunidades. En tres años, la liga va a ser otra. Y mientras tanto, te permite crecer, competir y soñar con Europa”.