MIAMI.- (Enviado especial). El martes tenía todo para convertirse en una postal inolvidable: sol radiante, camisetas azul y oro en cada rincón de Miami Beach, banderas colgadas en los balcones, parlantes con cumbia y amigos brindando con cerveza frente al mar. La continuación natural del banderazo del domingo, una ciudad teñida de azul y oro, con miles de hinchas disfrutando del verano estadounidense y mostrando, con orgullo, por qué Boca se autoproclama el movimiento popular más grande del planeta. Pero ese final cambió todo. El cabezazo de Nicolás Otamendi, sobre la hora, le arrebató a Boca un triunfo que parecía asegurado, y eso dejó una sensación difícil de digerir: con un poco más, los tres puntos estaban al alcance. El golpe dolió más porque Boca había llegado a estar 2 a 0 arriba y a jugar un cuarto de hora con un hombre de más. Todo indicaba que era una oportunidad ideal para debutar con una victoria en el Mundial de Clubes.
Sin embargo, el empate cayó como un balde de agua fría. En la gente, claro, pero también en el plantel y el cuerpo técnico, que este martes volvió al trabajo sin descanso y ya apunta al duelo clave del viernes ante Bayern Munich. La esperanza, de todos modos, sigue viva. Hace apenas 38 días, Boca era silbado por su gente antes de ir a los penales con Lanús, tras no patear al arco en los 90 minutos. Esta vez, se fue aplaudido. Porque el equipo dejó otra imagen. Aunque el punto lo haya complicado, aunque tal vez ya no alcance con ganar: quizás haga falta golear a Auckland City para mantener encendida la ilusión de clasificar a octavos.
El día después del debut amaneció con mucha calma en el Hyatt Centric Las Olas, el hotel donde Boca se hospeda en Fort Lauderdale, a unos 50 kilómetros de Miami Beach -una distancia similar a la que separa la Bombonera de La Plata, aunque todo por autopista-. Esta coqueta zona de la Florida tiene costa, pero casi no tiene playas; entonces, no es el destino típico de turistas comunes. La concentración xeneize no ofrece la imagen habitual de los viajes del equipo por Sudamérica o el interior del país. En la puerta, apenas un pequeño grupo de hinchas suele acercarse, tímidos, buscando algún autógrafo; ni vallas, ni multitudes, como si la gente hubiese entrado en pausa después del frenesí del lunes, juntando fuerzas al igual que el equipo para volver a arrancar.
Lo que en la previa parecía un punto positivo terminó complicando más de lo esperado el panorama de Boca en el grupo. En la jornada inicial, Bayern Munich confirmó su poderío aplastando 10 a 0 a Auckland City, el equipo amateur de Nueva Zelanda y la cenicienta del Mundial de Clubes. Por su parte, Boca, que tuvo la victoria en sus manos frente a Benfica, sumó un empate ante uno de los rivales más difíciles. De darse la lógica -aunque en el fútbol el carácter transitivo suele fallar-, los teutones podrían cerrar la fase de grupos con puntaje ideal, mientras que Boca y Benfica se medirían contra Auckland con la necesidad de obtener una victoria contundente para definir entre ellos quién avanzará a playoffs. La clave está en que Benfica enfrentará al campeón de la Champions asiática en la segunda jornada, mientras que Boca se medirá con Bayern. Así, el Xeneize podría llegar a la última fecha con la obligación de vencer por varis goles a los neozelandeses y depender, además, de que Benfica pierda contra Bayern, que podría llegar clasificado y con varias figuras resguardadas. Matemáticamente, las chances son las mismas para ambos, pero no es igual encarar la última fecha con la soga al cuello que llegar con el pasaje encaminado desde el segundo partido.
Miguel Ángel Russo fue el más exigente con su equipo. Valoró la actitud y la imagen que mostró Boca, pero dejó en claro que no se conforma: “A mí me gusta ganar”, remarcó. Y enseguida apuntó a los detalles que marcaron el partido: al equipo le convirtieron sobre el cierre de los dos tiempos, algo que, por lo trabajado en la semana, no le cayó para nada bien. “Creo que tuvimos un orden importante, al rival le costó. Después hay cosas para mejorar, siempre”, advirtió. Lo que viene, para Russo, será aún más arduo de lo que pasó. Por eso, ni bien terminó el partido, se encerró en su rutina habitual: “Ahora tenemos que ver videos, hablar, pasaremos toda la noche así, me voy a dormir a las cinco de la mañana, es natural. Esto es tan rápido que hay que ver las cosas para mejorar mañana mismo -por este martes-, no puedo esperar hasta el jueves”.
Los jugadores coincidieron en resaltar un mensaje clave de Russo: Boca debe competir siempre, sin importar quién esté enfrente. Y bajo esa premisa se preparan para enfrentar a Bayern Munich. Con bajas obligadas, pero con la confianza renovada tras la imagen del primer tiempo ante Benfica, Boca buscará dar otro paso en uno de los grupos más parejos del Mundial de Clubes. No estarán Nicolás Figal ni Ander Herrera -expulsados- y habrá que seguir de cerca la evolución de Miguel Merentiel, figura y capitán del equipo, quien salió acalambrado en la segunda mitad pero confía en llegar bien al próximo encuentro.
Lo que está a la vista es que Boca hizo un clic. El trabajo de Russo, el respaldo incondicional de la gente, la energía vivida en la previa y en las tribunas del Hard Rock Stadium cambiaron el ánimo general. Ahora, todo se siente distinto. Los partidos se definen en la cancha, pero empiezan a ganarse en la semana. Y Boca ya está enfocado en lo que viene. Una victoria frente al Bayern estaría a la altura de las grandes gestas en la historia xeneize. El técnico cree, el hincha también, y los futbolistas se comprometen. Será cuestión de ajustar algunas tuercas, digerir el mal trago y levantarse, una vez más, para que el sueño en Miami siga tomando forma.