Entre Boca y Auckland City hay mucha distancia. Geográfica (casi 11.000 kilómetros), deportiva (futbolistas profesionales contra amateurs) y económica (salarios anuales millonarios de un lado y bonos simbólicos semanales por el otro).
Sin embargo, en el Geodis Park de Nashville, este equipo semiprofesional de Nueva Zelanda, logró este último martes lo que parecía impensado: empatar 1-1 con el Xeneize. Pero lo que verdaderamente conmueve no es el resultado. Es su contexto. Es lo que ese empate representa para los protagonistas. Sí: a veces, el deporte ofrece milagros.
El club oceánico, que participa en una liga regional de la Isla Norte y cuyos futbolistas perciben viáticos de unos 93 euros por partido, se llevó de Estados Unidos una recompensa de valor incalculable: un millón de dólares por haber sumado un punto en la etapa de grupos. Es 10.752 veces lo que los jugadores perciben simbólicamente por semana.
La cifra, que para otras instituciones de primer orden apenas representa un dato contable menor, constituye el ingreso más alto en la historia de Auckland City. Un antes y un después. Y será repartido íntegramente entre los jugadores y el staff técnico, según confirmaron ellos mismos.
“Yo soy limpiador de piscinas y jacuzzis. Me pedí vacaciones en el trabajo para poder venir. Si no, renunciaba. No cobré por estos días que estuvimos en Estados Unidos”, confesó con naturalidad el arquero suplente Sebastián Ciganda, en diálogo con DSports. El uruguayo, que vive en Nueva Zelanda, forma parte de un plantel compuesto casi por completo por futbolistas semiprofesionales que combinan su pasión por el fútbol con trabajos cotidianos.
El autor del gol del empate, Christian Gray, es otro ejemplo del espíritu que sostiene al Auckland City. A los 27 años, se reparte entre los entrenamientos y su labor como maestro de educación física en dos escuelas de Auckland. “Tengo algunas tareas que se han acumulado en el último mes, así que eso es a lo que voy a volver”, reconoció con tono simpático. Su cabezazo tras un córner, en el minuto 52, fue el primer y único tanto del equipo en el torneo. Pero bastó para desatar la euforia y para escribir una página que quedará en la historia del fútbol neozelandés y grabado en las retinas suyas, de su familia y del mundo entero.
La reacción en Nueva Zelanda fue inmediata. El diario New Zealand Herald calificó el empate como “valioso” y destacó la dimensión del adversario: “el gigante argentino Boca Juniors”. La emisora Radio New Zealand habló de “una de las mayores victorias morales” del club y celebró “la exhibición defensiva excepcional” de un equipo que había recibido 16 goles en sus dos partidos previos. Incluso Stuff, otro de los principales medios del país, consideró el empate “memorable” y lo catalogó como “un hecho inesperado” que sirvió para “acallar a detractores y escépticos”.
La gesta toma otra dimensión cuando se entiende de dónde viene Auckland City. No es siquiera el principal club de su ciudad: ese lugar lo ocupa el Auckland FC, que juega en la A-League australiana y paga sueldos base de 65.000 euros anuales. Los Navy Blues, como se los conoce, compiten en una liga menor, sin grandes sponsors ni instalaciones sofisticadas. Dependientes de voluntarios y limitados en recursos, construyeron su camino con esfuerzo y mística.
La igualdad ante Boca, que llegaba obligado a golear para soñar con una clasificación que no se dio y terminó redondeando un papelón histórico, fue tan inesperada como emotiva. También sacudió la lógica del torneo. “Todos nos daban goleados otra vez. Estaban confiados en que Boca nos iba a meter seis”, remarcó Ciganda. Y su frase no suena a reproche: suena a reivindicación.
El entrenador español Albert Riera Vidal dirigió con orden y pragmatismo a un grupo que había comenzado el torneo con una dura derrota por 10-0 y luego había caído por 6-0. Pero nunca se quebraron. Nunca bajaron los brazos. En el cierre del grupo, encontraron su premio. Lo hicieron sin estrellas, sin millones, pero con una voluntad inquebrantable.
El millón de dólares que ingresará al club se suma a los 2,5 millones obtenidos por la sola clasificación al torneo. Pero, a diferencia de otros destinos, en Auckland City el dinero no se diluye en estructuras gigantes. Tiene destino concreto: se repartirá entre jugadores, técnicos, cuerpo médico y asistentes. Impactará directamente en sus vidas.
Ciganda volverá a limpiar piletas, al menos por ahora. Gray regresará a su clase de educación física en la Escuela Intermedia Mount Roskill. Otros volverán a manejar camiones, atender comercios o continuar con sus estudios. Pero lo harán sabiendo que vivieron algo único. Algo que, en el universo del fútbol hipercapitalizado, ya no ocurre tan seguido.