Los dos campeones del mundo mejoran a sus equipos, les dan un plus de jerarquía y presencia que escasea en el resto. Hay algo distinto en sus intervenciones y toma de decisiones. Potencian el espectáculo y benefician a sus compañeros. Son líderes y asumen esa condición en un fútbol argentino que no le hace sencilla la existencia a nadie.
Ángel Di María y Leandro Paredes están de vuelta a sus raíces, atendieron el reclamo de sus corazones, pero no están terminados futbolísticamente. Compartieron la gesta de Qatar y también convivieron en Paris Saint Germain. Construyeron lazos que incluyen a las familias de ambos. Los une la gloria deportiva y también el afecto mutuo construido en un plantel que hizo de la complicidad y la integración humana un sostén igual de fuerte que el planteo táctico más iluminado.
Pasaron 18 años desde que Di María había enfrentado por única vez a Boca. Salvo él, el resto de los jugadores de aquellas dos formaciones ya están retirados. Y dos de esos protagonistas, Juan Román Riquelme y Gonzalo Belloso, se reinventaron en los últimos años como dirigentes hasta llegar a la presidencia. Paredes también tenía un único antecedente contra Rosario Central. En 2012 ingresó en el último minuto de un encuentro por la Copa Argentina para luego convertir su remate en la definición por penales que ganó Boca. Una confiabilidad de cuna que la Argentina le agradeció en los penales que anotó frente a Países Bajos y Francia.
Tantas veces codo a codo por un objetivo común, el fútbol los puso frente a frente a Di María (37 años) y Paredes (31). Entre ambos no hay confrontación circunstancial que destruya lo construido durante tantos años. Y el empate 1-1 entre Central y Boca los dejó tan amigos como siempre, intercambiando las camisetas y en animada charla, seguramente sobre los desafíos que les plantea el fútbol argentino en comparación con la extensa carrera que cerraron en Europa.
Sin un triunfo, la conformidad no tuvo cabida para ninguno de los dos, pero sí quedó espacio para la satisfacción compartida porque cada uno le imprimió su sello al partido. En resumidas cuentas, fueron los mejores de cada equipo.
Se alternaron para ser influyentes. Di María hizo un muy buen primer tiempo y Paredes de destacó en el segundo. Por esquema, Fideo abandonó la raya y la intuición lo llevó a buscar espacios a las espaldas de los volantes visitantes. Sus asistencias con el empeine izquierdo son estiletes que hacen sufrir a las defensas. Quien se desmarque sabe que podrá encontrarse con un pase exacto de Di María.
Lo más destacado de Rosario Central 1 – Boca 1
Activo y punzante con la pelota en movimiento, el N° 11 canalla desarrolla su faceta goleadora con el balón detenido. Tras dos penales y el inolvidable tiro libre en parábola frente a Newell’s, este domingo amplió su repertorio con un córner olímpico que le entró por arriba a un Brey que había dado dos pasos adelante.
El 1-0 de Boca había surgido a partir de la lectura que hizo Paredes para jugar rápidamente un tiro libre y dejar en posición ventajosa a Aguirre, cuyo centro fue conectado de cabeza por Battaglia.
El trajín le pasó factura a Di María en el segundo período; estuvo más discontinuo y menos fresco. El oficio le alcanzó para provocar un par de foules. Le acercaron un sobre con glucosa para aguantar el último esfuerzo, antes de ser reemplazado por el juvenil Giovanni Cantizano, de 18 años, que no había nacido cuando Fideo ya había debutado en Central.
Si Boca emparejó el partido en el segundo tiempo y jugó más cerca del área de Broun se debió a que Paredes tomó el timón y distribuyó el juego con criterio. Quien mejor lo acompañó e interpretó fue Merentiel, astuto e incisivo, mientras Cavani no sale de su desorientación. Tuvo resto hasta el final Paredes, que recibió una dura patada de Ibarra (amonestado).
Ya al minuto de juego, tras un forcejeo en el que Ayrton Costa lo hace girar a Véliz hasta tirarlo al piso para luego caer sobre el cuerpo del delantero, el partido dejó atrás toda la carga sentimental que traía para entrar de lleno en las coordenadas del fútbol argentino: la integridad física se pone en cada riesgo en cada disputa, es a todo o nada, muchas veces sin medir las consecuencias. Véliz, vendado y dolorido, con el brazo derecho casi inmovilizado, aguantó lo que pudo, hasta los 41 minutos.
Desde esa acción, el desarrollo le hizo tanto lugar a la lucha como al juego. A la pierna fuerte y al destello de técnica individual. El nivel del torneo argentino mixtura diferentes características, se revuelve entre limitaciones y virtudes. Todo sostenido con un espíritu competitivo que rara vez declina.
Salió el partido parejo que cabía imaginar entre dos equipos en proceso de consolidación, que entregan momentos buenos y también caen en baches. Que pueden dominar de a ratos y sufrir en otros. Con una vocación por conseguir el triunfo que también los equiparó. Necesitados de extender una seguidilla de buenos resultados para cargarse de confianza y sostener un rumbo. Era un partido de palabras mayores y Rosario Central puso por sectores internos a sus dos mejores jugadores para manejar la pelota y progresar: Di María y Malcorra. Fue a disputar una zona del campo que tiene en Paredes al nuevo jerarca de Boca.
Brey enmendó su mal cálculo en el gol de Di María con buenas atajadas ante Malcorra, Komar y Santiago López. Del otro lado, Broun le sacó un gol a Merentiel y estuvo firme en un enganche y remate de Barinaga.
El empate le quedó bien al partido, cada uno había tenido su momento y ocasiones. Fueron generosos, dentro de sus posibilidades. “Sabía que Leandro me iba a pegar una, pero yo se la devolví”, dijo un sonriente Di María. Dos campeones mundiales que no olvidan el espíritu de potrero.