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Segundo de siete hermanos varones, Juan Martín Zavaleta deja volar la memoria sobre aquella infancia en Tafí del Valle, en Tucumán, donde empezó a montar en el campo El Churqui, de la familia que encabezaban Clemente (El Duque) y Sonia, sus padres. “Era lejos. Llevábamos los caballos y taqueábamos con mi hermano mayor, Clemente. Cada uno tenía su petiso: él uno negro y yo una tordilla. Jugábamos los veranos. Tendría 6, 7 años. Después nos vinimos acá, a Buenos Aires, a estudiar al San Agustín. Y seguimos jugando en Capitán Sarmiento, en El Trébol”. Uno de los clubes ilustres del polo argentino, que regaría sus vitrinas de títulos y copas, entre ellos, seis del Abierto de Palermo, con el legendario equipo de los Duggan y los Menditeguy.
Hoy, Juan Martín, “El Negro Zavaleta”, anda por los 67. Ya no es el chico que tuvo el honor de taquear con Carlos Menditeguy, de conocer a Juancarlitos Harriott en una experiencia en Brunei, de ganar el Intercolegial por la Copa Santa Paula con quienes serían sus compañeros del futuro en el alto handicap en un equipo que hizo historia (La Espadaña). El mismo al que, en el momento de mayor esplendor como deportista de elite, con sólo 26, un golpe le cambiaría radicalmente su carrera como polista. “Yo soy el campeón olvidado”, repite en un par de ocasiones, hasta con cierta melancolía. La misma que lo acompaña al revivir los videos de aquella final del Argentino Abierto de 1984, cuando se consagró campeón del torneo más importante del mundo junto con Alfonso y Gonzalo Pieres y Ernesto Trotz.
Para combatir “el olvido”, vale la pena recorrer eslabones de la vida de este campeón, padre de tres hijos (Juan Martín, Cala y Olivia). Porque como dice, “no soy muchos los que han podido ganar Palermo y eso es un orgullo”.
-Conociste a los Duggan, a los Menditeguy, en El Trébol. ¿Qué sensación te produjo eso? Eran leyendas.
-Es que yo era muy chico. En ese momento no tenía dimensión de lo que eran ni estaba preparado para analizar a un jugador. Era el honor, pero fíjate que tampoco lo consideraba algo tan impresionante. Y después, con el tiempo, en la medida que fui jugando, empecé a valorar muchas cosas. Eso me pasó con ellos. Grandes de verdad.
-Jugaste el Intercolegial con los hermanos Pieres: fue la antesala de La Espadaña.
-Sí. Yo tendría 14 y Clemente, mi hermano, 15. Y los Pieres, 16 o 17. Ganamos por poquito, pero ganamos.
-¿Cuántos equipos participaban en esa época?
-¿El intercolegial? Unos 8 o 10 equipos. Se jugaba en Los Indios.
-¿Y se vivía con la pasión que transmiten los chicos de hoy?
-Y, uno ve los videos de ahora y realmente te impacta: es bastante más intensivo y los chicos se desesperan. Lo que yo criticaría hoy de la juventud es el apego que tienen a la ruedita esa (NdR: Roda polo). Porque son cosas distintas: el roda es un aparato y en el verdadero polo estás arriba de un caballo. Cambia todo. Sirve, sí, para que los chicos se entusiasmen sin necesidad de comprar equis cantidad de caballos para armar toda una organización que es muy costosa. Porque antes jugabas con caballos regulares. Ahora la demanda y la ambición de llegar es muy superior.
-Tu primer gran año en el alto handicap fue en 1983, con Los Indios.
-Sí, pero ya había jugado en Los Indios y Tortugas, con Juan José Alberdi y Marcelo Dorignac. A comienzos de los 80.
-¿Y Los Indios cuánto te marcó?
-Mucho. Llegamos a la final de Palermo y perdimos por un gol. Un partido que lo tengo grabado, lo veo, lo analizo, busco las diferencias, los errores. Lindo equipo, con Agustín Llorente, un gran jugador; Ernesto Trotz y Juni Crotto. Hicimos final de Hurlingham y de Palermo. Fue una final rara, con pocos goles (7-6 para Coronel Suárez II). Perdíamos 5-0 y fuimos recuperando de a un gol por chukker. ¡La cancha era un desastre! Hoy es mucho más fácil pegarle a la pelota. Los caballos eran de un nivel inferior a los de hoy.
-Pero no cambiaban en medio del chukker.
-No, claro. Jugábamos en 4, 5 caballos máximo. Llevábamos 8 a Palermo. Y eso lo hacían también Coronel Suárez, Santa Ana. Era otra época, cuando no existía el trasplante embrionario. Imaginate que yo compré una tordilla en un campo en Santa Fe y la jugué en la final del 84 con La Espadaña. Era eso: salías a buscar a los campos a ver qué encontrabas. O sea, las crías eran otra cosa. El desarrollo era totalmente distinto. Pero no dejaba de ser el mismo nivel de polo. Los caballos de hoy son superiores, de una enorme sensibilidad.
-Estabas en Los Indios, en tu mejor año polístico, y aparece el llamado de Gonzalo y Alfonso Pieres para formar La Espadaña. Se van vos y Trotz. Y ganás Palermo.
-Sí, La Espadaña me dio la máxima alegría deportiva de mi vida. Eso es Palermo. No son muchos los polistas que pueden decir “yo gané el Abierto de Palermo, el torneo más importante del mundo”.
-Se armó como los que se forman hoy: dos de un equipo (Los Indios) y dos de otro (La Toca). Y el equipo enganchó la onda enseguida. No es habitual que pase eso.
-No, no es común. Lo que pasa es que los Pieres fueron grandes jugadores. Trotz también, y yo acompañé bien. Cuando me llamaron, estando en Los Indios, no lo dudé: era una propuesta superadora.
-¿Qué tenía de especial La Espadaña?
-Yo tenía con Alfonso Pieres una conexión, un entendimiento donde no teníamos ni qué hablar. Gonzalo era el organizador de juego, y Trotz como back, pero con las condiciones de haber sido siempre 3, un gran jugador. Ganamos Tortugas y decidimos no jugar los dos mejores caballos en Hurlingham y los guardamos para el Abierto. No ganamos la Triple Corona porque perdimos en el último minuto la final de Hurlingham contra Coronel Suárez, que encima ese día no tenía a Gonzalo Tanoira. Después, en Palermo, con Tanoira, les ganamos por seis.
-La Espadaña ganó seis veces Palermo entre 1984 y 1990, jugando siete finales. Te tocó ser parte del primer título. Alfonso destacó hace poco tu rol, como que vos marcabas el ritmo del equipo, y eso por ahí de afuera no se ve, ¿no?
-No, no se ve. Soy el campeón olvidado. La gente ve más cómo juega el 3, si hay un uno que mete diez goles, el lujo, el que lleva la pelota en el aire. Creo que es tan relativo lo de la cantidad de goles, a lo que hoy le dan tanta importancia. Cuando lo importante es ganar. En la final del 84 que ganamos por seis de diferencia (NdR: 14-8 a Indios Chapaleufú) no metí ni uno y fui importante igual. No era un gran goleador, pero creo haber sido un gran jugador de equipo, aprovechando las ventajas que tenía cada uno. Supe hacer que los otros se lucieran para que fuéramos un equipo. Y lo fuimos. Ganamos los cuatro partidos por diferencia de seis goles, incluida la final ante los mellizos Heguy, Horacio padre y Alberto Pedro. Algo que tampoco ha pasado tanto.
El accidente que cambió todo
-Mencionaste la frase “Yo soy el campeón olvidado”. ¿Qué pasó? ¿Tiene que ver con el accidente que sufriste a comienzos de 1985?
-El accidente fue a los tres meses de haber ganado Palermo, en El Trébol. Preparándome para viajar, jugando una yegua nueva. Ni siquiera fue durante un partido, porque los accidentes no suelen suceder en los partidos, son muy pocos. Sí pasan cuando estás haciendo caballos, corrigiendo, tratando de juntar el lote para la temporada o para vender o para lo que fuere. Donde te equivocás y te puede pasar eso.
-O sea, te pasó preparando un caballo. ¿Qué tan serio fue?
-Tuve un coágulo en la cabeza, quedé dormido. Me llevaron a un hospital en Capitán Sarmiento. Me desperté ahí, pero no coordinaba mis palabras. Llamaron a un médico de acá y me trajeron. Me abrieron la cabeza y sí, tenía un coágulo.
-¿Cómo fue el posoperatorio?
-Me considero afortunado, dentro de lo duro que fue para mí ese accidente, porque cortó muchísimas cosas en mi vida, no solamente en el polo.
“Entiendo la decisión porque tiene su lógica. O sea, si vos ganaste el torneo más importante del mundo y al año siguiente querés seguir, siendo un profesional y dependés de los resultados, teniendo la propuesta de un gran jugador como fue Carlitos Gracida, ¿para qué te vas a arriesgar? Me hubiera gustado que me dieran la posibilidad de seguir en el equipo. Pero también comprendo la actitud».
-¿Tuviste riesgo de vida?
-No. Sí hubo secuelas, seguro. Pero, por ejemplo, eso fue en marzo, y en septiembre de ese mismo año jugué en Tortugas con La Espadaña y volvimos a ganar. Lo primero que hice fue preguntarle al médico si estaba en condiciones de jugar al polo. Me dijo: “Mirá, vos te podés morir de cualquier cosa, pero no por algún problema relacionado con tu operación”. Tenía el alta, si no, no hubiera jugado en Tortugas. Pero en el interín, como se habló mucho de mi accidente y teniendo en cuenta que Le Espadaña defendía el título en Palermo, lo que pasó fue que ya habían hablado con Carlos Gracida para que me reemplazara. Después de Tortugas me dijeron “Nos comprometimos con Gracida”. No me pareció correcto, pero tampoco podía decir nada porque tenía su lógica.
-¿Vos cómo te sentías física y polísticamente?
-Mirá, creo que evidentemente no estaba un 100%, pero podía jugar. Si no, no hubiéramos ganado Tortugas. Porque aunque no era la base de la organización del equipo, era una parte importante. Tenía un rol importante. Vos no ganás un abierto con un tipo en malas condiciones. Puede ser que mis compañeros hayan jugado verdaderamente muy bien y que yo haya acompañado. Un poco es como lo que le pasó a Horacito Heguy: cuando perdió un ojo en 1995, volvió a jugar a los pocos meses y ganó el Abierto.
-¿Entendiste la decisión de tus compañeros?
–La entiendo porque tiene su lógica. O sea, si vos ganaste el torneo más importante del mundo y al año siguiente querés seguir, siendo un profesional y dependés de los resultados, teniendo la propuesta de un gran jugador como fue Carlitos Gracida, ¿para qué te vas a arriesgar? Además, hubo toda una serie de cosas alrededor que decís…, te da un poco de bronca. Me hubiera gustado que me dieran la posibilidad de seguir en el equipo. Pero también comprendo la actitud.
-¿Posteriormente no hubo chances de volver tampoco? Digamos, pasado un año.
-No, porque además Héctor Barrantes, que estaba muy cerca de Gonzalo Pieres en ese momento y jugaba con él en Estados Unidos, ofreció muchos caballos para el equipo. Gracida compró caballos. El proyecto era con Carlitos en ese momento.
-Curiosamente ese Abierto no se completó en 1985 por la epizootia equina. Concluyó recién en abril-mayo del 86 y no jugaste ni vos ni Gracida…
-Jugó el Chamaco Herrera. Yo no la tenía, ni para poner ni para imponer nada. O pretenderlo. Era comprensible. Yo estaba en buen nivel en esos años. Antes de jugar con ellos, les gané a Gonzalo y a Alfonso juntos jugando con tres americanos. También tuve el honor de haber jugado la World Cup en Palm Beach con Alfonso, Gonzalo Tanoira y Celestino Garrós. Y perdimos por un gol contra Memo y Carlitos Gracida y los dos Hipwood.
-¿Dónde tenés la camiseta de La Espadaña?
-No, no la tengo. La que tenía se la di a Gracida, al equipo en realidad.
-¿Tenían un solo juego de camisetas?
-Exacto.
-¿Y si se rompía una qué pasaba?
-Y bueno, te comprabas otra, qué se yo… No teníamos más juegos de camisetas. Era uno solo.
-¿Tus mejores caballos?
-La que más marcó mi historia fue una tordilla que jugó dos chukkers en la final de Palermo 84: Ninoshka. La que compré en Santa Fe, buscando caballos para vender, para jugar, para lo que fuera. Una vez, tipo 9 de la noche, andaba recorriendo con el flaco que me conseguía caballos y pasamos cerca de una canchita de fútbol. “Acá hay una yegua interesante”, me advirtió. Paramos y la vi: una tordilla lindísima. “Traéla”, le dije. Ni la probé. Me gustó el tipo de animal. Tenía 4 o 5 años. Me costó 3000 dólares. Al año siguiente la jugué dos chukkers en la final contra Chapaleufú. La tuve dos o tres años y la tuve que vender en Estados Unidos. Era así esa época: si no, ¿con qué comprabas? Compré diez caballos más, pero ninguno brilló como esa. Tuve suerte. Yo tenía que hacer 4000 kilómetros buscando caballos. Hoy el sistema es otra cosa: los haces acá, en un laboratorio. También tenía un zaino bueno: el Mudo. Y varios más. Me pasa de recordar bien los caballos, pero soy un desastre con los nombres jajaja.
-¿Cómo siguió tu vida polística después del accidente?
-Cuando La Espadaña juega esos años con Gracida, en el 88 yo estaba, te diría, un poco fuera de la ambición de volver a jugar el Abierto y trabajaba con un francés: Helie De Pourtales. Estuve 15 años con él. Le compraba caballos, se los llevaba a Francia. Al haber perdido la ansiedad o las ganas de volver a estar dentro de los mejores equipos, mi hermano Clemente me propone jugar por el Jockey Club en Hurlingham, con Ricardo Fanelli y Horacio Laprida. Era por eliminación directa y en el debut nos tocó…La Espadaña (derrota por 22-14). A mí me venía bien mostrar caballos que yo tenía para mi negocio en Europa.
-Hablaste de la motivación. ¿Cómo se explica la motivación de jugar una Triple Corona?
-Y bueno, vos imaginate haber llegado a tanto y que de repente de un día para otro se te acabe todo. Pero todo. En ese sentido, a ese nivel, yo seguí jugando hasta hace dos años, jugué con Adolfito Cambiaso en la Copa Senior. Nunca dejé de jugar, de competir. Pero fue un golpe muy duro. Más que por el accidente en sí, fue un golpe muy duro para mí como persona.
-En los ochenta, cuando vos explotaste, era el comienzo del profesionalismo en la Argentina.
-Era muy chico, el profesionalismo estaba empezando. El primer contrato fue como para empezar a vender caballos, ni siquiera cobraba como profesional. El tema pasaba por ahí. Hoy es otra cosa, es tener una buena organización. Mi hijo Juan tiene 10 caballos en Inglaterra. Es mucho más complicado hoy tener 10 o 12 caballos en Inglaterra todo el año para jugarlos 3 o 4 meses la temporada, con el costo anual que tenés, el lugar para guardar los caballos. Nosotros antes íbamos con el taco y vendíamos caballos. No cobrábamos la guita que pueden cobrar hoy, pero tampoco teníamos una organización armada. Hoy Cambiaso tiene una organización en Inglaterra, otra en Estados Unidos y una acá. No quiero ni pensar los costos de todo eso, la gente que se mueve, petiseros, veterinarios.
Otra cosa que cambió fue que en nuestra época no existía la preparación física. ¿Vos creés que Gonzalo Pieres hizo gimnasia alguna vez? Es más, cuando estaban de moda las dietas se descreía de todo eso.
-Sí, Horacito Heguy solía decir “Yo no voy a pegarle mejor a la pelota por hacer gimnasia y comer sano”.
-No se tenía en cuenta, no era parte de lo que significaba ser polista. Ahora es una religión. No creo que un jugador pueda ser mejor por cuidarse más que antes. Es una cuestión mental: si montás y taqueás todos los días, ya estás. Entrenar quizá pueda ayudarte, pero no serás mejor o peor jugador por todas esas cosas adicionales. Influye en la cabeza, en la mentalidad, no en la lucidez.
-Pero están mejor preparados los jugadores. Si les toca un partido muy físico, se sienten más enteros cuando llegan al séptimo chukke, ponele.
-Mirá, si llegás cansado al séptimo chukker mejor ni jugués. A mi no me pasó nunca mientras jugué. Y no me entrenaba: jugábamos al golf, montábamos todos los días. El entrenamiento era ese: montar y taquear. Y no creo que los jugadores de hoy sean mejores que los de antes. El polo ha cambiado, los caballos y las organizaciones, pero el jugador en sí, por estar en mejores condiciones físicas, no. Desde el momento en que sos un gran jugador no influye tanto. Porque el esfuerzo lo hace el caballo. Y depende de cómo lo manejes, cómo distribuyas el tiempo, regularizar hasta dónde le podés exigir y hasta dónde el caballo puede llegar.
-De la era que vos jugaste, ¿quién te sorprendía más?
-Sinceramente no me sorprendía nadie, porque yo consideraba que estaba a la par y no tenía por qué compararme. Juancarlitos sí me pareció un crack, lo conocí en Brunei. Obvio sabía quién era y lo había visto, pero no llegué a jugar contra él porque ya había finalizado su carrera.
-Hablaste de que jugaban 4/5 caballos máximo. Cómo cambió respecto de hoy, que cambian entre una y hasta dos veces por chukker.
-Me impresiona eso. Creo que no es bueno. Creo que los clones han desvirtuado la cría. Mejoró la cría en muchos sentidos, pero se ha perdido la competencia que había, la búsqueda, el testeo, el hecho de saber, de conocer y de interpretar un caballo.
-El trasplante embrionario ayudó, ¿no? Para no tener que esperar que la yegua se retirara para poder criar.
-Sí, hay madres e hijas que están jugando juntas. En mi época no pasaba nunca. Eso es lo bueno. Pero por otro lado se desvirtúa un poco el hecho de lo que un caballo realmente puede dar como madre. Ya es como un robot, una partícula que se reproduce en lo mismo. Lo has visto a Cambiaso jugar en seis Cuarteteras. No le hace mal al polo, pero se ha desvirtuado. Ya no es “la hija de”. Tenés veinte Cuarteteras. Entonces le resta un poco al hecho de la cría, de la hechura. Se hace muy químico todo, ¿no? No estoy en contra, pero creo que es una pena.
-¿Cómo ves el polo hoy?
-Ha evolucionado en estos últimos años. Volvió el polo de antes. La época de Cambiaso fue impresionante, pero era otro polo. Era él distribuyendo, armando, diciendo y haciendo, con todos a sus órdenes. Es tan inteligente que supo aprovechar sus momentos. Cuando era lo que fue, nadie podía competir con él y todos se entregaban a su idea, a su manera de jugar. Y cuando fueron pasando un poco los años, resolvió buscar otro camino. Es admirable.
-Se está jugando como a vos te gusta.
-Claro. Lo digo más allá de Cambiaso. El juego en general se ha hecho muy lindo. Como se jugaba antes. Se volvió a las bases. No es tan enredado. Antes, de 10 partidos, nueve eran trabados y sólo uno te divertía. Hoy eso cambió.
-¿Pero por qué se da esa tendencia? No es que Cambiaso haya cambiado y todos los jugadores lo siguieron en la idea.
-Durante diez años todos buscaron copiar el modelo de Adolfito. ¡Que es incopiable! Cambiaso hubo uno solo. Hoy, los chicos hacen cosas impresionantes, pero no me parece que puedan armar un equipo en base a su juego como hizo Cambiaso. Hacen cosas brillantes, pero son momentos. Los dos Castagnola y Poroto Cambiaso son superdotados, pero se los puede complicar. En Hurlingham y en Tortugas, Ellerstina Chapaleufú los complicó mucho. La final de Palermo la ganó bien y La Natividad La Dolfina es un justo merecedor de la Triple Corona.
-¿Y con las reglas, cómo estamos?
-Para mí, lo mejor que hicieron fue que cuando la bocha sale por encima de las tablas no se reanude con throw-in. Le da mucha más armonía al partido, no se corta tanto. Y después fueron agregando cosas, tratando de mejorar, de cambiar. Algunas cosas fueron buenas y otras no.
-La cantidad de chicos que hay hoy, compitiendo en gran nivel…
-Es enorme. Compitiendo realmente, porque antes aparecía un chico y bueno, hasta que se fogueaba… O jugaba con tres mayores. Hoy te aparece Nico Pieres y te arma un equipo de chicos y compiten en serio. Llama la atención la cantidad, además. Es impactante. El desarrollo que han tenido es algo que, sinceramente, nunca pensé que iba a suceder. Porque no es solamente acá en Buenos Aires, sino que en todos lados.
-¿En cantidad y calidad el polo puede estar atravesando su momento de mayor esplendor?
-Yo creo que sí. En ese sentido, ¿no? Sí. Y lo más extraordinario es que sigamos siendo insuperables. Me refiero a Argentina. En cualquier lugar del mundo. He estado en Nigeria, en Borneo, en Estados Unidos. Francia ha crecido, España, Alemania.
-¿Qué tal Nigeria?
-Muy especial. Estuve con Dawule Baba, que falleció en mayo de este año y fue socio de Castor Fernández Ocampo muchos años. Era un símbolo del polo nigeriano. Me invitó una vez, no a jugar, sino a su casa, vivía allá, pasé diez días. Y es un país que impresiona por el contraste: la pobreza, la humildad, con otros lugares espectaculares. Gente sentada en la calle, en las estaciones de servicio, y de golpe cambiás a lugares de una riqueza inentendible. Son muy pocos los que tienen poder. La cantidad de gente que practica polo es reducida. Es el país más extraño en el que estuve.
-Y Brunei, con las particularidades del sultán…
-Claro. Eso fue una de las experiencias más curiosas que viví. La cancha del golf iluminada. Nunca había ido y Paul Pieres, que jugó muchos años allá, me invitó. Y fui como diez veces. Llegué a hacerme amigo de todo el grupo poderoso, andaba en sus aviones. Pude conocer muchos famosos, artistas, deportistas. Los músicos de The Police por ejemplo, la selección de fútbol de Inglaterra. Tenían un aeropuerto común y otro para ellos, con sus aviones y helicópteros. Otro mundo. ¡Y los galpones donde guardaban sus autos, de unos 200 metros de largo, con dos pisos, llenos de autos con el modelo que se ocurra! Estaban ahí, de adorno.


