Partido bravo si los hay el que tenía San Lorenzo por delante en la noche cordobesa. Instituto y el ambiente hostil de su gente lo aguardaban para ser una piedra en un andar casi impecable. A diferencia de hace pocos meses, Miguel Ángel Russo armó un equipo que invirtió la ecuación. Es la camiseta azulgrana la que molesta a los demás y le sobran virtudes: calma, estrategias claras y efectivas, compromiso, contundencia y solidez. El hincha se refriega los ojos fecha a fecha: venció a los cordobeses por 1-0 con el penal de Andrés Vombergar, es uno de los líderes de la zona B del Torneo Apertura, junto con Rosario Central, y llega en impecable forma al clásico del domingo próximo contra Huracán en Parque Patricios.
A San Lorenzo podía incomodarlo el hecho de que Independiente había igualado 1-1 ante Platense un rato antes, un resultado que en cierta forma le allanaba el camino para imponerse en Alta Córdoba, más allá de la dificultad descrita, e igualar la línea de Rosario Central. Sin embargo, pensar únicamente en ello -aunque resulte difícil de evitar- podía llevarlo a la confusión, en medio de un recorrido que llegaba limpio a la sexta jornada, con la paciencia y tranquilidad entre las virtudes de la identidad de juego que está logrando imponer Russo.
Lo mejor del 1-0 de San Lorenzo
El equipo azulgrana sabe de dónde viene. Parece recordarlo permanentemente en sus maneras. Aunque cercano en el pasado, lejos quedó aquella versión que tocaba los últimos puestos, apático, desganado y débil, en lo futbolístico y en lo mental. El entrenador y su plantel (siempre vale recordar que tiene mayoría de jóvenes en los recambios) necesitaban confianza mutua y, para eso, que pasara el tiempo de aquella tormenta, hace apenas dos meses.
Sobra inteligencia en estos momentos de agua calma. San Lorenzo no entró al campo a buscar ambiciosamente ser puntero: aparentó comprender que el equipo de Pedro Troglio le armaría un desarrollo en el que debía esperar su momento, ya que el local tomaría el protagonismo con la posesión y la disputaría con concentración cuando quedaba suelta. Aun perdiendo esos duelos sin dueño, el Ciclón exhibía estar preparado y haber estudiado lo que transitaría. Si tenía que llevarse un punto, lo firmaba a ciegas. Lo dicho: tiene otra forma y es capaz de plantarse en cualquier lado.
Ocupó espacios con sus dos líneas de cuatro, presionó sin cansancio con Alexis Cuello y, más allá de varias pelotas paradas de la “Gloria”, no dejó crecer al local. El de Miguel es un equipo que no se come las uñas por ver la pelota en otros pies ni se siente amenazado: por momentos, muestra querer eso. ¿Esperar su momento? Vaya si sabe hacerlo: en un partido en el que el juego no fluyó, que entró en modo clásico rosarino a partir de los ocho minutos de juego neto que se disputaron en los primeros 25, recién a los 41 arrinconó a los cordobeses. Un lateral de Ezequiel Herrera llegó a la cabeza de Vombergar, su peinada, y una chilena fugaz de Cuello exigió una atajada fantástica de Manuel Roffo.
Un accionar letal. Porque terminó desviada a un córner que conectó otra vez el ex delantero de Almagro, la volvió a sacar Roffo (esta vez como pudo, al punto de impactar en el travesaño) y le quedó a Malcom Braida, que la punteó hacia el arco de forma incómoda. ¿Qué sucedió? Francis Mac Allister tapó el arco con el brazo separado y la pelota tocó en su codo, impidiendo un remate que pedía red. El juez Brian Ferreyra (de flojísimo arbitraje) no la vio, por lo que debió ser convocado por el VAR a cargo de Yamil Possi y, cinco minutos después, sancionó el penal. Vombergar se hizo cargo con la confianza que arrastra por los dos goles de tiro penal que le convirtió a Platense, el jueves pasado, y rompió el arco.
Miguel Russo armó un equipo que se acostumbra a mostrarse fuerte ante escenarios que solían ser dificultosos. Supo soportar el vendaval característico de un equipo como Talleres y, cuando los cordobeses desaceleraron en una, los de Bajo Flores le ganaron el encuentro cerca del final. En su casa, asimismo, fue más que los millones riverplatenses e hizo un partido sólido en cada una de sus líneas, por más que el resultado no se rompiese. Ejemplos claros como los de este lunes, en el que visitaba a un conjunto que, especialmente en su terreno, suele ser un escollo complicado.
Se adaptó, incluso, cuando tuvo que sufrir. Algo dormido en el complemento, le permitió a Instituto entre los ocho y los diez minutos dos situaciones claras: con la misma moneda de la herramienta del lateral al área, un bombazo cerca del área chica se fue por encima de Orlando Gill y, enseguida, un tiro de esquina directo a la cabeza de Fernando Alarcón que también terminó alto.
¿Luego? Todo volvió a su tónica. San Lorenzo, cuando pudo, intentó aprovechar espacios para contragolpear, pero le faltaron situaciones; si no, entregó la pelota, se reacomodó con los ingresos de Nery Domínguez y Emanuel Cecchini para alimentar la mitad de la cancha y cerrarse más. El encuentro fue muriendo lentamente en intentos albirrojos sin claridad.
De repente, San Lorenzo es uno de los tres punteros que tiene el Apertura entre las dos zonas (Argentinos, en la otra). De manera justa, con una versión sobria que ni el más optimista imaginaba. Ahora, el pueblo azulgrana no puede privarse de la ilusión.