Cada generación toma lo que ve y le da su perspectiva a los seres y las cosas. Y en el final, hay una idea integral que reúne lo que uno vio y vivió con lo que escuchó, leyó y le contaron. Para los testigos del Independiente copero de los años 70, Miguel Ángel López, el zurdo que jugaba de 2 en zaga con Pancho Sá, es uno de los superhéroes que forjaron la mística. Que unió aquel mandamiento de la pierna fuerte y templada con el tan mentado paladar negro que marcó a fuego la dupla Bochini-Bertoni. El Zurdo, que murió este lunes a los 83 años, ganó todo con Independiente.
Le costó despegarse de Ticino, un pueblito cordobés distante 40 kilómetros al sur de Villa María. Pero lo hizo para forjar su deseo de ser futbolista profesional. De Sarmiento de Junín saltó al Estudiantes de Zubeldía, previo a las hazañas coperas. Y tras un breve paso por Ferro y dos años en el River maldito de los 15 años sin títulos, llegó a Independiente para llenarse de gloria. Pero las generaciones que no vieron ese Zurdo recio y de pase firme acaso vivieron al de un logro que con los años fue cobrando forma de hazaña. Ya cincuentón y siempre de traje y corbata, López encabezó como técnico la conquista del Maracaná en la Supercopa de 1995, cuando Independiente resistió al Flamengo de Romario y retuvo el título que había conseguido un año antes, de la mano de Miguel Brindisi, frente al Boca que dirigía Menotti.
Aquel maracanazo fue el pico emocional y deportivo de un ciclo corto y repleto de sinsabores. Casi un ejercicio de transición de lo que había sido el exitoso –tanto en resultados como en juego- período de Brindisi y lo que decantaría en la vistosa etapa de Menotti, 1996/97.
López –que había tenido un ciclo en Independiente como DT entre 1981 y1982- asumió en un club que luego de un lapso institucional de despilfarro y generación de deuda producto del gobierno de Horacio Sande, intentaba volver a las raíces de la mano del presidente Jorge Bottaro. Héctor Grondona, que había dejado momentáneamente su titularidad en Arsenal, estaba a cargo del fútbol. Para suceder a Brindisi había un candidato fortísimo: Marcelo Bielsa. También Enzo Trossero entraba en la carrera. Pero el elegido fue toda una sorpresa: Miguel Ángel López, que tomó las riendas en mayo de 1995, en las fechas finales del Torneo Clausura que consagró a San Lorenzo (aquel incipiente Independiente del Zurdo López le frustró el título a Gimnasia, en La Plata, con el recordado gol de Javier Mazzoni).
El fútbol tiene reglas y razonamientos únicos. Uno de ellos es que alguien que ha sido canonizado como jugador puede ser rápidamente bajado del pedestal en otra función, la más común, la de director técnico. Miguel Ángel López era una gloria como futbolista, a la altura de Santoro, Pavoni o Rubén Galván. Sin embargo, su andar como entrenador recibió enseguida un casi total rechazo del público rojo.
El Zurdo tomó un equipo al que se le habían ido figuras claves como Craviotto, Garnero, Rambert y Usuriaga, y al que habían llegado nombres de peso como Néstor Clausen y Jorge Burruchaga. Con Humberto Grondona como ayudante, dispuso de un sistema táctico que muchas veces improvisaba a volantes como delanteros y viceversa. Pero el martillo popular ya había sido bajado: se lo consideraba un técnico defensivo.
Los números no lo respaldaban. Estuvo las primeras 9 fechas del Torneo Apertura sin ganar, incluido el clásico de local contra Racing, que terminó 2-2, por el memorable gol de tres dedos de Chelo Delgado. A la experiencia de Mondragón, Clausen, Burruchaga, Serrizuela y Carlos Bustos se le sumaba la frescura de Gustavo López, la potencia goleadora de Mazzoni y la polifuncionalidad todoterreno de Domizzi (un delantero natural que en la final del Maracaná jugó de lateral izquierdo).
Debilitado en el frente interno, el Zurdo afrontó en septiembre de 1995 la defensa del título de la Supercopa, torneo que en aquellos años disputaban los equipos que habían ganado una Copa Libertadores. Independiente pasó con sufrimiento y por penales ante Santos en Brasil, dejó atrás como local a Nacional de Medellín y dio el gran golpe de carácter al eliminar en semifinales al River de Ramón Díaz, por penales, en el Monumental.
Aquella noche, el Zurdo fue un show. Terminó expulsado por reclamar una infracción de una manera peculiar: sacó dinero de su bolsillo para ofrecerle al cuarto árbitro, Ángel Sánchez, que inmediatamente lo mandó al vestuario.
Para la final, esperaba Flamengo, que contaba con el Chapulín Romario como figura excluyente. Mazzoni y Domizzi sacaron la ventaja en Avellaneda, que le permitió a Independiente ir con un 2-0 a jugar a Río de Janeiro.
Mientras en el plano doméstico Independiente penaba en el Apertura y se hablaba de que el Zurdo López tenía los días contados, el 6 de diciembre de 1995 su Independiente desbloqueaba un nuevo nivel para su rica historia: consagrarse campeón en el Maracaná. Perdió 0-1 con gol de Romario, pero la diferencia conseguida en la Doble Visera le alcanzó. ¡Maracanazo!
El Zurdo, pelo engominado hacia atrás, agitaba sus puños y gritaba: “¡Rojo por demolición! ¡Rojo por demolición!”. Pasada la euforia, en pleno césped del Maracaná, dio la definición perfecta de cómo había llegado al enorme logro: “Si alguien podía lograrlo, era Independiente. Con el sello de la casa: garra y fútbol. Este triunfo es para todo Avellaneda, es un momento para que lo disfrutemos todos”.
Jorge Burruchaga, símbolo de aquel equipo, no podía contener sus lágrimas y dedicaba el logro: “A todos los que estuvieron en los malos momentos, este triunfo muy especial para mí”. Cinco meses antes, su esposa, Laura, había muerto en un accidente.
Esa calurosa noche, en Avellaneda, cientos y cientos de hinchas coparon la avenida Mitre, frente a la sede social, para celebrar.
Cuatro días más tarde, el Rojo recibía en su estadio al Vélez de Carlos Bianchi, que tenía que ganar para consagrarse campeón del Apertura. Lo hizo de manera contundente, por 3 a 0. El Zurdo, que pese a haber abrazado la gloria en el Maracaná seguía siendo mirado de reojo por el hincha, dejó su cargo tras ese partido. No solo el 14° puesto y los 4 triunfos en 19 partidos le pasaron factura; también una premisa que aquella gente no le perdonó a quien fuera ídolo como jugador: en Independiente, además de ganar, había que jugar bien.