LA PLATA.- El clásico platense más importante en mucho tiempo fue para el equipo que desde hace casi dos décadas, a partir de la vuelta de Juan Sebastián Verón para cerrar su carrera de futbolista, puso el historial de enfrentamientos de su lado. Ya con la Brujita de dirigente, desplegó una paternidad con apenas interrupciones. Ese fue Estudiantes, que tuvo en cada una de las líneas del equipo a una individualidad superior a la vergüenza y el orgullo que expuso Gimnasia, merecidamente despedido por su público con aplausos. El dolor por perder una vez más el clásico no podía desplazar en el hincha del Lobo el agradecimiento hacia un equipo que estaba disputando un lugar en la final, cuando hace poco más de un mes lo consumía la angustia por la latente posibilidad de dar con los huesos en la Primera Nacional.
El fútbol es materia de estudio constante, hasta en los detalles más minuciosos, para intentar sorprender al rival, pero Estudiantes triunfó con la misma fórmula que en los cuartos de final ante Central Córdoba: desborde del electrizante Cetré por la izquierda y entrada por el sector opuesto de Tiago Palacios para definir. Eso y la solidez defensiva para contener la búsqueda de Gimnasia, que fue intermitente en el primer tiempo, y arrebatada cuando en el final se le iba el partido. Zaniratto había cambiado los extremos y apostado al doble “9″ con Torres y Hurtado, a lo cual Domínguez respondió con un tercer zaguero central. No hizo falta ninguna gran atajada del atento Muslera.
Hasta hace unas semanas, ninguno de los dos se imaginaba en esta situación tan promisoria. Gimnasia estaba inmerso en las tribulaciones por evitar el descenso, con la soga al cuello. Tres victorias consecutivas, un sprint que ni el más fanático imaginaba, le permitió dar un doble salto mortal y caer de pie, enhiesto: permanencia asegurada y bonus-track de la clasificación a los play-offs. Estudiantes languidecía, tres derrotas en fila en el cierre de la etapa de grupos lo llevaron a depender de la carambola de otros resultados para meterse entre los ocho primeros. Entró por la ventana y ahora golpea la puerta grande. En un pestañeo, los dos habían cambiado su actualidad.
En ninguna previsión figuraba este clásico para llegar a la final del Clausura. Pero se acumulan las evidencias sobre las situaciones rocambolescas del fútbol argentino. Pocas cosas son lo que parecen ser y el imprevisto es más norma que excepción.
El pase a la final los cargó de tensión y responsabilidad. No era un clásico más, si es que alguna vez hubo un Gimnasia-Estudiantes insustancial, desprovisto de adrenalina y crispación. El Lobo intentó asumir la iniciativa, pero con los nervios metidos en el cuerpo, la pelota pesaba una tonelada, los espacios los veía de la dimensión del ojo de una cerradura. Necesitaba que la zurda prolija de Barros Schelotto pusiera calma y precisión.
Gimnasia iba, con voluntad, empujado por su gente, aunque las ideas escasearan. Estudiantes, con más potencial individual, prefirió ser cauteloso, selectivo en los ataques, siempre priorizando el flanco izquierdo, con Arzamendia como punto de partida, Medina de enlace y la motoneta de Cetré para cambiar el ritmo con gambeta en velocidad; la misión de Ascacíbar era llegar al área por sorpresa, y por la derecha Palacios debía meter la diagonal hacia adentro para aprovechar lo que se construía por el sector opuesto. Alario, sorpresivo titular, no estaba para nada. Esas coordenadas del Pincha en el primer tiempo serían la receta para el gol del triunfo en el segundo.
Gran parte de la primera etapa fue chata, tosca, absorbida por los recaudos y los temores. Con más amonestados que remates al arco. El Lobo insinuaba algo con el colombiano Piedrahita, pegado a la banda izquierda, pero era pura espuma; Merlini no encontraba la pelota, y de la agresividad del Chelo Torres apenas si había noticias, siempre bien custodiado por Núñez y González Pirez.
El tedio se sacudió un poco en el final de la primera etapa, los dos se soltaron un poquito más. Siempre quedaba la sensación que Estudiantes tenía mejor pie con Medina, que hizo todo sencillo y preciso, además de Cetré y Palacios. El resto acompañaba con seriedad y orden táctico, especialmente en defensa. Un equipo muy a lo Eduardo Domínguez, que no llena los ojos, pero tampoco hace dormir. Hay que esperarlo, tenerle paciencia, como en ese largo pase de Arzamendia a Cetré, que le ganó a Giampaoli en el cierre para enviar el centro para la puntual aparición de Palacios. Con Carrillo suspendido y Alario desaparecido, Estudiantes ni necesitó de un centro-delantero para crear peligro.
Con el 1-0 se desencadenó el intervencionismo de los entrenadores con la lluvia de cambios que cambiaron poco y nada el desarrollo. Estudiantes se sintió seguro y no terminó de explorar debidamente el contraataque ante un Gimnasia abierto y desesperado. Atrás habían quedado las conversaciones de los abonados a la platea de Gimnasia, un rato antes de empezar el partido: “¿Quién hubiera dicho que nos íbamos a volver a ver, eh? Te acordás, después de perder acá contra Talleres decíamos ‘nos vamos, nos vamos a la B’. Esto [la semifinal] es gratis, no me importaría perder si fuera contra Argentinos, pero es Estudiantes…”. Y quedó en suspenso un cántico que tenían preparado: “Que de la de mano, de Zaniratto, todos la vuelta…”. El entrenador interino también había hecho de alquimista para encontrar la luz en medio de las tinieblas.
El arbitraje de Tello, sin ser impecable, no dejó margen para ninguna polémica. Dato no menor estando de por medio Estudiantes, el único club que alzó la voz contra los desaguisados de la AFA. Y que ahora infla los pulmones para ver si ante Racing le da para gritar campeón.


