Alguna vez Diego Maradona anduvo como un turista cualquiera, en caminatas solitarias en medio del hormigueo de Nueva York. Lionel Messi también, en marzo de 2011, paseaba con sus 23 años como un desconocido por la Quinta Avenida. Solo Estados Unidos había sido capaz de, al menos por un rato, borronearlos del planeta. Ambos, en su tiempo, reconocieron que lejos de herir sus egos, la experiencia les mostró el confort del anonimato. Messi, con camperón y gorro de lana en una tarde gris, plomiza y, por instantes con alguna nevisca, se maravilló con el local de merchandising de la NBA y paseó sin que nadie lo interceptara por las tiendas de Dolce & Gabbana y Apple Store, donde hizo alguna compra. Apenas fue saludado en un par de ocasiones. Al regresar al hotel en el que se alojaba la selección, le ofreció a LA NACION un resumen muy singular de su aventura neoyorkina: “Fue lindo ser un chico común”, soltó, con la timidez de aquellos años.
Messi ni podía sospechar que ese país tan ajeno al soccer se clavaría en su vida futbolística. Aquella excursión, la primera por Nueva York, en realidad fue la segunda visita con la Argentina a los Estados Unidos. Le sucederían muchas más, tantas, que hoy es prácticamente su segunda casa en clave de selección. Este país será la sede de su sexto y último baile mundialista y, también, del cierre de su trayectoria, porque ya definió que todo se apagará en Inter Miami, por ahora, en diciembre de 2028.
Pero vale regresar sobre esa tarde libre de marzo de 2011 con el plantel albiceleste cuando, primero, paseó con el resto de los jugadores en ómnibus por Manhattan, y luego, caminó por algunas zonas con distintos grupos. Era los días de Sergio Batista como técnico, una época sin destino de recuerdo. Algunos caminaron por donde estaban las Torres Gemelas y el Museo de Arte Moderno (MOMA). Otros visitaron el Rockefeller Center y Radio City. Dos días después, el equipo empató sin goles con los Estados Unidos.
Antes de esa vivencia en Nueva York, el viaje bautismal de Messi a los Estados Unidos había sido en junio de 2008, con escalas en San Diego y en New Jersey, muy cerca de la ‘Gran Manzana’, del otro lado del río Hudson. Aquellos habían sido dos amistosos, contra México en la victoria 4-1 y el apuntado empate sin goles con los Estados Unidos. Eran días de Alfio Basile como entrenador, en la antesala de un tembladeral que cuatro meses después lo tendría afuera del cargo. A ese Messi lo único que le importaba era participar de los Juegos Olímpicos de Pekín, algo que lograría porque finalmente Pep Guardiola fue la llave para destrabar la tensión entre la AFA y Barcelona.
Si 2008 fue el desembarco y 2011 el descubrimiento de Nueva York, a partir de entonces en la agenda albiceleste de Messi los Estados Unidos comenzaron a anotarse con resaltador. Todavía sin intuir que se transformaría en la sensación del planeta soccer, un fútbol que vive rendido a sus pies ante un fenómeno deportivo y comercial. Ahora su camiseta es la más vendida y se volvió habitual encontrarlo en las centellantes marquesinas de Times Square. Ese Messi que acaba de cosechar otro título para su rebosante vitrina con la coronación de Inter Miami en la MLS tras superar 3-1 a los canadienses de Vancouver Whitecaps. Se trató de su su consagración número 47.
Hoy los Estados Unidos son su hogar. Y en ellos, una estadística de la selección no ha dejado de crecer: luego de la Argentina, naturalmente, el país donde más veces jugó Messi es Brasil, con 23 partidos. Es lógico, ya que en territorio vecino disputó un Mundial (2014), dos Copas América (2019 y 2021) y seis eliminatorias sudamericanas. Pero esa marca ya está bajo amenaza porque la tercera nación que acelera son los Estados Unidos: 21 encuentros, distribuidos entre New Jersey (7), Chicago (3), Houston (3), Miami (2), Washington (2) y San Diego, Dallas, Seattle y Boston. Como mínimo, por delante quedan otros cinco encuentros. Primero, dos amistosos, en junio de 2026 ante México y Honduras, en la antesala del Mundial. Y enseguida, las tres estaciones del Grupo J, donde tocará una nueva ciudad para su colección, Kansas, en el debut ante Argelia. Luego, contra Austria y Jordania pisará la ya conocida Dallas. Al cabo de la Copa, podrían llegar hasta 31 los partidos de Messi en los Estados Unidos, una cifra que toma más relevancia cuando se recuerda que en la Argentina ha disputado 52. Es decir que proporcionalmente…
Y vaya si le sienta bien el soccer a Messi que jamás perdió con la selección en los Estados Unidos: 16 victorias y cinco empates, aunque la igualdad en la final de la Copa América 2016 con Chile, con la posterior caída por penales, fue un sonoro cachetazo. La noche de la renuncia a la selección, que duró un suspiro para alivio de todos. Pero el año pasado pudo vengar aquel traspié con la coronación en la Copa América ante Colombia, más allá de que sufrió como pocas veces porque esperó el desenlace desde afuera por una lesión que lo obligó a salir. En síntesis, en los 21 partidos en suelo ‘yanqui’ convirtió 19 goles. Estados Unidos ha visto en buenas dosis lo mejor de su repertorio.
El repaso encuentra momentos imborrables, como la huella que Messi dejó en junio de 2012, en New Jersey, en el amistoso que la Argentina de Alejandro Sabella le ganó 4-3 al Sub 23 de Brasil con un golazo fantástico en slalom en diagonal desde la mitad de la cancha. Y en septiembre de 2015, en Houston, contra Bolivia, cuando reemplazó a Nicolás Gaitán a los 20 minutos del segundo tiempo y sumó dos tantos más para el 7-0 final. Y en junio de 2016, en Chicago, frente a Panamá por la Copa América, cuando sustituyó a Augusto Fernández a los 16 minutos de la segunda etapa y en media hora anotó un hat-trick para el 5-0 definitivo. Y unos días después, en las semifinales del mismo certamen, cuando con un golazo de tiro libre llegó a 55 en la selección y le arrebató el récord a Gabriel Batistuta. Y los cuatro tantos que le convirtió a Honduras y Jamaica, dos a cada uno, separados por cuatro días en septiembre de 2022, antes de ir a Qatar. En los últimos años las presencias se hicieron más frecuentes bajo el impulso comercial y el interés de la AFA por afirmar la marca selección en los Estados Unidos.
Messi siempre fue el principal activo de la selección. Un imán para los negocios. Y en los Estados Unidos parece que él también comenzó a entender mejor su dimensión y a involucrarse de manera directa. Lógicamente, porque sabe que su tiempo en las canchas se va agotando y asoma su próximo perfil laboral: un hombre de negocios, accionista de Inter Miami, interlocutor con Apple en la negociación por los derechos de TV, y con Adidas, socios y proveedor de la MLS. Alguien que, invitado al reciente American Business Forum, por primera vez describió un rol para su futuro: “El tema empresarial es algo que me interesa…”, lanzó. Está en el sitio indicado para cursar una maestría.
De manera increíble los Estados Unidos se instalaron en su vida. Si juega Messi, por las canchas han pasado Leonardo DiCaprio, James Harden, Liam Gallagher, LeBron James, Magic Johnson, Meghan Markle junto al Príncipe Harry, Owen Wilson, Kim Kardashian, Serena Williams… Leo recibió las llaves de Miami y también entró en la cancha junto con Theodore James, el nieto de 9 años de Donald Trump. En la industria del show, Messi ha agitado al soccer como nadie en la historia. Ha puesto todo en ebullición en los Estados Unidos, la sede que en seis meses le propondrá el último desafío trascendente de su carrera. El Mundial de despedida se jugará en el patio de su segunda casa. Donde alguna vez se sintió un chico común.


