RÍO DE JANEIRO.- Fernando Meligeni nació en abril de 1971 en el cruce de la avenida Córdoba y Serrano, en Buenos Aires. Pero aquí, para todos es Fino o Fininho (Delgado). Su padre, Osvaldo, que era fotógrafo, mudó a la familia a Brasil en 1975 por trabajo y, si bien Fernando regresó con 15 años a la Argentina para entrenarse en la academia de Barral y Gattiker, donde permaneció dos temporadas, volvió a Brasil, donde se sintió más arropado; allí terminó de dar el salto y se potenció como profesional. Ganador de tres títulos individuales ATP (y siete en dobles, cinco de ellos en pareja con Guga Kuerten), número 25° del mundo en 1999 y semifinalista de Roland Garros ese mismo año, es una de las voces más escuchadas sobre tenis en Brasil, un país que en la actualidad empieza a disfrutar del fenómeno João Fonseca.
“Desde que paré de jugar [en 2003] me metí mucho en la información del tenis; me encanta. Mi viejo, antes de morirse, me dijo una cosa muy linda: que yo tenía la obligación de devolverle al tenis todo lo que me había dado. Y ese día le pregunté: ‘¿Qué es eso? ¿Tengo que darle guita a alguien?’, jaja. ‘¿Tengo que ser sponsor? ¿Tengo que ser coach?’. Me dijo: ‘No, no podés morir sin entregar toda tu experiencia, lo que sabés del tenis’. Y empecé a hacer cosas: a escribir mucho, por ejemplo, tengo cuatro libros de distintos temas. Hoy trabajo para cinco empresas, hago 70 u 80 eventos y clínicas. Vivo en San Pablo. Soy comentarista en ESPN en los Grand Slams y los Masters 1000. Yo no tengo nada que no sea tenis. No tengo un restaurante. Vivo para el tenis”, describe Meligeni, de 53 años, ante LA NACION, en un alto de sus actividades, potenciadas por estos días en Río de Janeiro durante la competencia del ATP 500 carioca.
“Me gusta la comunicación, pero no necesariamente estar en la tele todo el tiempo. Y ahora hice el libro de mi viejo, que falleció hace diez años y fue alguien que me ayudó mucho en mi carrera. Creí que era una buena oportunidad de contar nuestra historia. No es sólo de tenis, es de padres e hijos, para arriba y para abajo. Un libro que habla de tenis, pero que les servirá a los padres con hijos tenistas”, apunta el zurdo y se le humedecen los ojos. Casado con Carol, tienen dos hijos: Gael, de 15 años, y Alice, 11. Cuenta que, por lo general, una vez por año regresa a la Argentina, pero ya son pocos los familiares que tiene. “Tengo primas, que viven en Ciudad Evita. Mis tíos ya murieron, mis abuelos también. Yo nací en Belgrano y viví en la casa de mi abuela cuando me fui a la academia de Barral-Gattiker. También viví en la casa de Lobito [Luis Lobo]. Mis mejores amigos del tenis de ahí son Lobito, Hernán [Gumy], Orsa [Daniel Orsanic]. Hablo bastante con los chicos en Argentina”, dice.
-¿Qué radiografía hacés del tenis en Brasil?
-Brasil empezó a hacer un buen trabajo. Es simple desarrollar el tenis. Si tenés credibilidad empezás a hacer un buen trabajo en la parte de abajo, llegan los resultados y Brasil es un país muy grande, es distinto a la Argentina: si acá alguien empieza a tomar calor tenés 700 empresas que quieren invertir dinero y estar. Ya tuvimos un gran momento con Guga, pero no estábamos preparados para eso. Y ahora, con Fonseca, estamos un poco mejor; hay mucha gente que quiere poner dinero, hacer cosas con el tenis, hay un torneo muy grande [el Río Open], hay buenos juveniles. Todavía no tenemos la cantidad de profesionales como en la Argentina, pero estamos en ese camino.
-En poco tiempo Fonseca está generando una atracción fenomenal.
-Sí. Estamos muy acostumbrados a tener ídolos que no atraen, que no generan, porque son agrandados, egoístas. En estas horas hice una entrevista de media hora con él y está siempre preocupado por el otro. Es un pibe que no quiere llegar solo arriba, que tiene a su familia, a su coach desde los doce años, una conciencia muy linda. Acá tenemos el mismo problema que en Argentina: el fútbol es lo más fuerte. Es muy difícil generar acá. Si sos jugador de fútbol y hacés dos goles sos Dios, sos Pelé. Pero él consiguió trascender, entró en la gente, porque tiene buena cara, buenas actitudes. El domingo pasado había un clásico de fútbol entre Palmeiras y San Pablo mientras se jugaba la final del ATP de Buenos Aires y en la previa la gente estaba mirando el tenis, algo que acá es impensado. En Argentina es más normal, porque tiene una tradición, pero acá no. En Brasil, el tenis está en el quinto o sexto lugar. En Argentina está dos, tres.
-Se cree que el tenis en Brasil es únicamente para gente de clase alta. ¿Es así?
-La pregunta que siempre hago es: ¿qué deporte en Brasil no es caro? ‘Ah, quiero ser jugador de básquet’, dicen. ¿Adónde jugás? ¿En la plaza? No, en un club. Para ser socio de un club la cuota es cara. ‘Ah, pero una raqueta es cara’, dicen. Pero una raqueta, si no la rompés en el piso, la podés tener seis años, diez. Ser un tenista es caro, sí, tenemos el dólar a seis reales. Yo cuando jugaba estaba a 1,3. Entonces, otro problema es salir y jugar en el exterior, como les pasa a los jugadores argentinos. Salir al exterior es caro. Jugar al tenis recreativo no es caro, pero acá siempre hubo una idea de: ‘Ah, poné al tenis como de elite y chau’. Soy un tipo que siempre me peleé y me pelearé para demostrar que puede ser popular. A ver… si es caro, ¿por qué mie… el gobierno no saca algunos impuestos que hacen que la raqueta sea cara? En fin.
-¿Qué te une con la Argentina?
-Yo tengo mucho, mucho cariño por Argentina. En un momento sentí que allá no me miraban y, cuando fui con 15 años, gané el Orange Bowl y me quedé hasta los 18, fui número 1 de juveniles, ya me tenían catalogado como brasileño, algo muy raro, porque yo me entrenaba ahí. Una vez no me dejaron jugar un torneo Metropolitano en River porque yo era brasileño, habiendo nacido en Argentina, con la cédula de identidad argentina y todo; no me dejaron. Y una segunda vez fui a otro Metropolitano, con 16 años, que lo gané, pero después de la primera vuelta me quisieron sacar del torneo de nuevo. Dije: ‘No, otra vez no’. Cosas de los padres de ahí… Entonces mi relación fue una cosa media rara. Mi familia era muy argentina, mi vieja me puteaba cada vez que jugaba por Brasil, pero yo sentía que tenía que hacerlo. Estuve seguro de mi decisión cuando hablé con Willy, con Guillermo Vilas, en esa época en la que podía ser capitán de la Copa Davis, y me dijo en un Roland Garros: ‘¿Te puedo tener en cuenta? Sé que todavía hay argentinos delante tuyo, pero…’. Y le digo: ‘No’. Vilas, que siempre fue muy grande, me mira y me dice: ‘¿Por qué?’. ‘Porque voy a jugar por Brasil’. Y me dice: ‘Mmm… bueno, está bien’. Era un sentimiento mío. Siempre me encantó Argentina, me encanta la cultura, fui educado de la manera argentina.
-En 2023 escribiste un largo y profundo posteo que tuvo mucha repercusión ponderando la fibra íntima del jugador argentino, refiriéndote con admiración a la “rabia interna” del deportista que debe superar las distintas limitaciones y, así y todo, se sigue destacando. ¿Qué te motivó hacerlo?
-Soy muy fan de la actitud argentina. Es lo que trato de decir cuando hay una rivalidad tonta entre ambos países. Lo veía mucho desde el lado de Brasil hacia allá, pero hoy veo que hay un lado muy duro con el brasileño desde allá, no sé si generado por el fútbol o qué; perdimos la razón los dos. Hoy es feo lo que los dos hacen para lastimar al otro lado. Cuando encima se mezcla el racismo y varias pavadas más, innecesarias. Volviendo al tenis, el jugador argentino, al que conozco mucho, es una clase, una cátedra de la lucha por sus ideales y lo que deja dentro de la cancha no es normal. Hablo mucho con los pibes de acá y no tengo ningún tipo de problema en decir que hay que copiarlos o que los argentinos deberían venir a Brasil para ayudarnos. Me encanta la actitud argentina; yo era así dentro de la cancha. No jugaba un gran tenis, tenía un revés pésimo (sonríe), pero las luchaba todas, era pura actitud, pura cabeza, pura pierna, corazón. Y nuestra generación era así: Hernán [Gumy], una bandera. Creo que ese es el gran valor del deportista: dejarlo todo. Y eso se lo digo a Felipe [Meligeni Alves, su sobrino, actual 149°] todos los días. Hay que dejar todo por un motivo. ¿Cuál es tu motivo? Ser el mejor tenista que podés ser, ok, adelante. Cuando veo a Navone, que no lo conocía; a Burruchaga, que tampoco lo conocía; a Báez y a Schwartzman, teniendo menos tiros y altura que otros…. me saco el sombrero. Es increíble. Por eso me motivó a escribir esa vez.
Meligeni logró victorias ante figuras como Pete Sampras, Patrick Rafter, Carlos Moya y Andy Roddick, entre otras. Obtuvo los títulos de Bastad 1995, Pinehurst 1996 y Praga 1998. Consiguió la medalla de oro para Brasil en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003. Y en la Copa Davis jugó 19 series, entre 1993 y 2002.
-¿Qué te generaba Vilas?
-La pucha, tengo una anécdota con él que es la demostración de la generosidad de una persona. Cuando me voy afuera del país con 18 años, después de la etapa juvenil, voy a un torneo en Pembroke Pines, en Estados Unidos. Llego con un compañero brasileño para jugar la qualy y él estaba entrenando; me quedo mirándolo. Era la primera vez que lo veía. Era esa etapa de locura de su última vuelta al tenis. Se quedaba horas y horas en la cancha sin salir. Era en 1991. Me mira y me dice: ‘¡Flaco! ¿Jugás? ¿Venís al torneo?’. Le digo que sí y me dice: ‘¿Mañana a las 8?’. ‘¿A las 8 qué?’, le pregunto. ‘Vení a entrenar conmigo’. Él no sabía quién era, no me conocía. Él estaba tan pirado con entrenar cuarenta horas que iba agarrando a los pibes que veía en el torneo. Lo que disfruté ese entrenamiento… Se cambiaba de zapatillas y de remera veinticinco veces, típico de Guillermo. Comía banana, no se iba de la cancha. Me sacó a mí, entró el pibe brasileño que me acompañaba, después otro. Cuando entrenamos tarde, me dice: ‘¿Qué van a hacer a la noche?’. Ahí le cuento un poco mi historia y nos invita a comer. A las 8 de la noche nos fuimos a Miami Beach y cuando llegamos al restaurante le digo: ‘Willy, no tengo dinero para pagar esta comida’. ‘Daaale, loco, estás conmigo’. Y pasó la noche entera contando cosas de su carrera, lo del número 1 que sentía que era injusto que no se lo dieran, de cuando cantaba… Inolvidable.
-¿Después continuaste esa relación?
-Jugamos una exhibición acá, en Brasil, en la que estaba más viejo. Viene y me dice: ‘Flaco, ¿vas a aflojar, no? No me hagas quedar mal’, jaja. Jugamos una exhibición lindísima y fue una de las alegrías más grandes. Cuando terminamos, que estábamos en el vestuario, me dice: ‘Me acuerdo cuando me dijiste que no a la Copa Davis. ¿Y sabés que me enseñaste una cosa? Cuando decidís con el corazón nunca te equivocás’. Me impactó. Por eso es que también utilicé ese título en el libro que escribí sobre la relación con mi papá: ‘As decisões do coração são sempre certas (Las decisiones del corazón siempre son correctas)’. Guillermo es inolvidable y me dejó muchas enseñanzas.