Colapinto… Colapinto… ¿Quién es este tal Franco Colapinto que aparece así, de repente en todos los diarios, noticieros de TV y programas “del corazón” porque ahora empieza a correr en la Fórmula 1? Esa fue la pregunta común que se hacían aquellos que no siguen habitualmente al automovilismo y que de Fórmula1 sólo escucharon por ahí los nombres de un tal Schumacher, de un Fernando Alonso, de un Lewis Hamilton…
Es que más de una generación había pasado desde 2001 sin un argentino en la Fórmula 1 (Gran Premio de San Marino 2001, la última carrera de Gastón Mazzacane sobre un Prost-Ferrari), y 42 temporadas desde que colgara el casco el inolvidable Carlos Reutemann.
Hasta que, desde el martes pasado, con los camiones de la Formula 1 viajando desde Zandvoort hasta Monza, teníamos a Colapinto en los principales medios de comunicación, convertido en trending topic en las redes sociales. Por razones que habría que analizar en un relajante diván de psicólogo o por puro carisma que emana de ese rostro todavía aniñado de Franco, los argentinos se entusiasmaron tanto con él como con un gol de Lionel Messi con la selección.
Franco transmite frescura, da bien en cámara, la imagen de un lago en calma se sugiere desde el fondo de sus ojos castaños y, cuando escucha, lo hace con absoluta concentración, el máximo respeto. Siempre añade un toque de sinceridad durante las ya demasiado frecuentes entrevistas. Va directo al grano y no busca excusas cuando comete un error técnico, como el de la clasificación del sábado previa al GP de Italia. Es tan valiente para correr y pasar rivales como para juzgarse a sí mismo, a veces con demasiada dureza, a la Charles Leclerc.
Erguido, luciendo el corte de pelo mitad rebelde y mitad de galán tanguero impresionó a Christine Giampaoli Zonca (31 años), la enviada de la plataforma DAZN Europa a los grandes premios en su rueda de prensa del viernes. De entre todos los periodistas, Franco concentró más su mirada en la periodista y cuando ella le acercó el micrófono, le apuntó: » Gracias por hacerme una nota vos. Me contaron que eres muy divertida, muy graciosa, así que quería reírme un poco acá”. Un sobrepaso de manual por el interior. Anticipo de los que iba a realizar el domingo.
Se sentía aliviado ese día como el nadador que ha cruzado un rio atestado de tiburones de la Formula 1, de la Formula 3 y de otros tipos desde el día, a los ocho años, en que se empecinó en ser piloto de la máxima categoría.
Su talento evidente le iba a facilitar la misión pero, como sucede con muchos deportistas de elite, una cierta soledad, la falta de la contención cálida de la propia familia en los años de adolescencia, hacen un camino de espinas. Se pasan sin compañía las dudas, los berrinches y los peligros propios de la adolescencia en las temporadas de entrenamiento y formación lejos de casa. Como le ha sucedido en su momento, también, a pilotos como Pechito López y Esteban Guerrieri.
Aníbal, su padre, y su madre, Andrea Trofimczuk, se convencieron de su vocación cuando, cursando la escuela primaria, una de sus maestras se mostró preocupada porque el niño no salía a jugar a los recreos. Se quedaba leyendo un libro con la biografía de Juan Manuel Fangio, ya que no lo podía retirar de la escuela. Por eso decidieron apoyarlo totalmente y de una manera especial: atendiendo las partes técnicas y las de desarrollo personal.
Así que, ya a los 11 años, Franco, buscando introducirse en el entrenamiento mental, el coaching deportivo y los simuladores, participó de un seminario de dos días organizado en Buenos Aires por Juan Pablo Bonomo, expiloto y director propietario del centro de simuladores Cockpit, y quien esto escribe. Nos impresionó por su dedicación, absoluta concentración y madurez en los ejercicios. Se los tomaba muy en serio, lo que no es habitual en niños de esa edad. Suelen jugar, lo que está bien, pero Franco ya se sentía corredor de verdad.
Colapinto en un simulador, hace 10 años
Tras esa jornada, Colapinto comenzó a trabajar de manera regular con el psicólogo deportivo Gustavo Ruiz, y de allí seguramente deriva esa tranquilidad en el combate en pista y la agresividad calculada que mostró con sus defensas y adelantamientos en la Formula 3 y la Formula 4.
Lo llevaron en 2017 a Italia para correr en karting y alojarlo en una habitación en una planta por arriba del equipo que le iba a cuidar. Andrea y Aníbal recuerdan que le dejaron allí tras un largo abrazo. “Lloré -dice Andrea -, teníamos dudas porque pensábamos sobre si estábamos haciendo lo correcto. Es que apenas era para nosotros un niño”.
Así se inició el recorrido que cumplió un hito histórico el domingo. Y que se aceleró tras su campeonato en la F4 española, ya confiada su suerte a la empresa de gestión de pilotos Bullet, de María Catarineu y Jamie Campbell-Walter.
Catarineu sabe bien acerca del paso del Franco niño-adolescente al joven adulto ya profesional. Colapinto tuvo que acostumbrarse a una habitación en la que no tendría los posters de los ídolos de su niñez. Al menos tenía la compañía de los hijos de María cuando le recibieron en Mallorca.
Es posible que no pueda verbalizar que, por momentos, se sentía atrapado en un limbo entre dos mundos; aquel de su escuela y el de los viajes y contactos con sus compañeros de pista en karting, y el más frio y distante del automovilismo en España y Europa. Era un presente y un futuro extraño, pero que él había elegido. Quizás llegaba a preguntarse si había dejado, en la Argentina lejana, una parte de sí mismo que no sabría cómo recuperar.
Las videollamadas diarias ayudaban aunque, como explicaba emocionada su madre, “no son lo mismo”. Incluso parecía compungida cuando añadía que Colapinto tuvo que aprender a cocinar, a prestar atención a cotidianeidades cómo coser reparando un par de calzoncillos, plancharse una camisa. Y, es obvio, cuidar su traje de carreras o mono ignífugo. Sí, también hubo algunas lágrimas, ahora por una alegría inmensa, cuando Franco terminó duodécimo en su primer Gran Premio tras haber arrancado en el puesto 18°.
Anibal, el papá, le contaba luego a LA NACION en el paddock de Monza que era un día muy especial: “Hizo una gran carrera, no cometió un solo error. Me acuerdo de aquel día que lo dejamos solo en Italia. Habíamos hablado y le preguntamos si quería regresar a la Argentina. Pero nos dijo: Yo elegí esto, pasaré malos momentos pero es lo que quiero”. Y, sí, hubo momentos buenos y malos, pero jamás expresó que quería regresar. Y aquí estamos. Puedo decir que valió la pena”.