Gonzalo Lazarte tiene 20 años y nació en Yerba Buena, Tucumán. Lo hizo con parálisis cerebral, una discapacidad que se le originó por la “falta de oxigenación al quinto mes de embarazo”. Pese a ello, empezó a desarrollarse “con bastante normalidad”, hasta que avanzado el año de vida tuvo trastornos que llamaron la atención de sus padres: no se podía sentar solo, se caía, no podía caminar.
“Ahí fue donde mis viejos empezaron a rebotar de médico en médico para ver bien qué es lo que tenía. Fue una búsqueda larga; al principio no estaba claro el diagnóstico y tuve que salir de Tucumán para ver más médicos, sobre todo a Córdoba. Una vez que estuvo más claro todo empecé con las terapias que me ayudaron a estimularme y a desarrollarme. No nací prematuro, pero tuve algunos problemas motrices y el desarrollo que van adquiriendo los bebés yo lo tenía más lento y eso despertó la alarma en mis viejos”, relata.
Hoy, Lazarte es tenista en silla de ruedas y, desde hace apenas un puñado de semanas, se convirtió en el primer argentino en alcanzar el top 10 mundial (hoy es 7°) de la categoría “Quad” de la Federación Internacional de Tenis, división que abarca daños en extremidades superiores e inferiores, un mayor grado de discapacidad que la “Open”, en la que el cordobés Gustavo Fernández (hoy, 4°; ex número 1) es una referencia desde hace más de una década.
“Gonchi”, como lo apodan, tiene muy buenos recuerdos de su infancia. Afirma que tuvo “facilidad” en el colegio; estudiar nunca le costó. Su incomodidad estuvo en otro lado. “Las terapias de recuperación, las horas de kinesiología, fonoaudiólogo… son lo que me quemaban la cabeza de chiquito, pero ahora de grande se los agradezco a mis viejos, porque me ayudaron a estar de esta manera”, le dice Lazarte a LA NACION, en el Centro Asturiano de Vicente López, donde se entrena, muchas veces, al lado de Gusti Fernández.
¿Qué significa “estar de esta manera”? Con pocas dificultades para caminar y hablar, teniendo una vida diaria independiente y sin ataduras para competir.

El deporte, cuenta, siempre le gustó desde chico. “Casi que no recuerdo haber visto dibujitos animados: ponía canales deportivos. Veía mucho fútbol; soy hincha de Atlético Tucumán. Después fui mutando un poco, porque jugando al fútbol no me iba muy bien -ironiza y sonríe-. Seguí con el tenis: primero lo miraba por la tele y, después, un kinesiólogo que yo tenía y que era profe de tenis, me invitó. Y comencé a jugar al tenis de pie. Siempre me gustó competir, entonces me empecé a anotar en torneos de las escuelitas. Tiempo después conocí el deporte adaptado”, describe Lazarte, que en enero pasado jugó por primera vez un Grand Slam (en Australia), estuvo en mayo pasado en Roland Garros como alterno y, la semana próxima, debutará en el US Open.
Simpático, amante del folclore y desenvuelto, Gonzalo avanza con desparpajo. “Hasta los 16-17 años yo no pensaba que tenía una discapacidad, porque pude hacer absolutamente todo, no me sentía limitado en ningún aspecto. Poco a poco empecé a tener más consciencia, hasta que pasó algo cuando fuimos al Mundial de Portugal [en 2022] y vi el video de la entrada del equipo argentino en la ceremonia inaugural. Gusti Fernández, que también estaba, me dice: ‘Vos, que caminás, llevá la bandera’. Después miré el video y dije: ‘No puedo caminar así’ [hace un gesto, como bamboleándose]. Ahí me di cuenta de que algo diferente tenía. Pero hasta ese momento nunca sentí que tuviera limitaciones y fue por la crianza que tuve. La discapacidad nunca me puso límites. No lo conocí a Gusti de adolescente, pero también se desarrolló normalmente más allá de las limitaciones físicas y esa filosofía marca una diferencia al crecer”, sentencia.
Y aporta, con entusiasmo: “El caminar es algo que sigo mejorando hasta hoy, con la ayuda de Juan Carlos y Mati [Varela y Tettamanzi, respectivamente, mismos kinesiólogo y preparador físico del Lobito Fernández], que me ayudan a seguir evolucionando. Hoy camino mucho mejor que hace un año. La parte buena de mi discapacidad es que la puedo ir mejorando, no sé si normalizarla, pero sí mejorarla. La estimulación temprana que tuve me vino muy bien”.
Su discapacidad lo lleva a tener contracciones involuntarias en los brazos. Se le ponen rígidos los músculos y pierde coordinación. “Me vienen por nervios, fatiga y la parálisis en sí -explica-. A la hora de jugar al tenis se necesita mucha soltura y es lo que más me está costando lidiar, sobre todo del lado de la derecha; de revés lo puedo manejar más. De derecha se me contrae el brazo, ya sea entrenando o compitiendo, entonces, por más que tenga mucha repetición de la técnica, el golpe se termina desarmando. No sé por qué en el revés es mejor; mi cuerpo lo administra de otra manera, estoy más firme desde ese lado, con más equilibrio. Nos costó un tiempo identificar el problema”.
El año pasado, Lazarte y su equipo elaboraron un informe médico y aplicaron para ser aprobados en la categoría “Quad”, acción que se confirmó tras la evaluación de los especialistas de la ITF. El escenario se modificó positivamente para el argentino; en la otra división se sentía en desventaja. “Antes estaba en la ‘Open’, porque tenía contracciones, pero no las vinculábamos con mi discapacidad, hasta que fuimos conscientes de eso y apliqué. Fue un alivio, porque en la otra categoría podía competir, pero tenía muchas limitaciones”, agrega. Y describe el circuito ‘Quad’ en el que actúa: “Viene en crecimiento. El nivel está en constante aumento. Hay una nueva generación, un recambio. Entre otros chicos y yo estamos desplazando a los que estaban desde hacía años en el top ten. Se está cambiando la forma de jugar: es cada vez más parecida a la del circuito ‘Open’. Se va poniendo la vara cada vez más alto”.
Javier Zubirí, director técnico de la selección argentina de tenis adaptado y uno de los entrenadores de Lazarte (el otro es Lalo Ojea), recuerda haber recibido a Gonzalo con doce años junto con otros chicos, tras una convocatoria de la Asociación Argentina de Tenis Adaptado (AATA). No era el más virtuoso, pero sí el más disciplinado. “Por su discapacidad no es tan fácil coordinar la parte muscular -reconoce Zubirí-. El cerebro manda información, pero no siempre la recibe bien y termina haciendo movimientos involuntarios. Para mí es algo nuevo, nunca había trabajado con parálisis cerebral, hay cosas que vamos descubriendo. La memoria muscular y de los movimientos se pierden; es un trabajo del día a día. No es que aprende algo y ya está; hay que estar repasando siempre, se desordena. Así y todo, va evolucionando”.
Para Lazarte, obviamente, Gusti Fernández es un espejo. “Al principio me costaba asumir que podía jugar al tenis en una silla de ruedas; me resistía -reconoce-. Pero vi que podía hacerlo y me enteré de ese mundo gracias a Gusti. Me acuerdo de haberlo visto jugar en Australia, que era un mundo totalmente desconocido para mí. Hoy, crecer y compartir cada vez más tiempo con él es una ventaja. Gran parte del camino que estoy haciendo, él ya lo pasó, entonces sé que cuento con Gusti para seguir su camino. Tenemos una muy buena relación afuera de la cancha”.
A partir de 2022, Lazarte empezó a viajar de Tucumán a Buenos Aires (para entrenarse en el Cenard) con frecuencia, hasta que el año pasado decidió radicarse en la ciudad. Vivió casi un año en el centro de alto rendimiento porteño; primero compartió habitación con otro tenista adaptado tucumano, Benjamín Viaña. “Sabía que el primer año iba a ser duro. La transición en la que dejás de tener los torneos juniors que te mantenían contento para jugar los más grandes no es fácil. Si bien tuvo y tiene su parte dura, vivir lejos de la familia y amigos es algo que decidí convencido. En el Cenard todos hablamos el mismo lenguaje y me ayudó para hacer la transición”, expresa Lazarte, que desde hace un tiempo ya vive en un departamento, muy cerca del Centro Asturiano.
Paralelamente a su carrera deportiva, estudia licenciatura en comercialización en la Universidad de Palermo. “Me encanta el tenis, pero me parece oportuno tener algo que me saque un poco la cabeza del deporte. Cuando vine fijo a Buenos Aires no tenía mucha vida social. Terminaba de entrenar los sábados y recién volvía a jugar el lunes; se me hacía durísimo el tiempo. Y ahí el estudio me ayudó bastante”, narra Lazarte, que -desde hace tiempo- quiere aprender a conducir autos, meta que quedó archivada por la falta de tiempo.
Y va más allá: “El circuito de tenis en silla, si no estás en los torneos grandes, no es redituable económicamente; viajar al exterior desde Argentina es muy caro y todas las semanas perdía plata. Recién este año puedo ganar algo de dinero”. Cuenta con el apoyo económico del Enard y la Secretaría de Deporte; también tiene sponsor de raqueta e indumentaria. Lo que le faltaría ahora es tener otro argentino competitivo en el circuito ‘Quad’ para formar un equipo y competir en los Mundiales. “En otros países tienen una cantera de chicos que terminan seleccionados. En Argentina se podría, porque hay mucha gente con discapacidad motriz, pero estaría bueno fomentar más y que haya un circuito nacional. Por redes sociales me escriben muchas madres preguntándome dónde pueden arrancar a jugar sus hijos. En el Cenard, los sábados funciona la escuela de AATA de tenis adaptado”, comenta el tucumano.
Lazarte apunta estar haciendo cambios en su juego y “encontrando la identidad”. Celebra estar ganando los partidos “que se aprietan” y que hasta no hace mucho se le escapaban. ¿Qué sintió al verse como top 10? “Siempre fue un objetivo. Quizás no lo tenía pensado para este año. La temporada pasada terminé 17° y la brecha entre ese ranking y el 10° es grande. Pero por primera vez saqué el objetivo de mi cabeza y pensé en jugar cada día un poco mejor. Y así llegó”, festeja Lazarte, soñando despierto, pero sin conformarse.