Independiente se dio el gusto de despedir su año con una sonrisa. Le quitó el invicto a Rosario Central venciéndolo por 1 a 0 y mantiene la ilusión de encontrar un hueco en la Sudamericana, lo cual es suficiente para achicar la bronca por quedarse fuera de la lucha por el título.
Hay partidos que se desarrollan con la cabeza y la atención en demasiadas cosas por fuera del juego y, hasta cierto punto, incluso del resultado. El cierre del año para el Rojo y el de la fase regular para el Canalla fue un ejemplo perfecto al respecto.
Para los rosarinos, el choque, a priori, no revestía mayor interés que sostener el invicto y darles opciones de mostrarse a muchos que no son habituales en la formación inicial, ya que el pensamiento lleva semanas puesto en los playoff y la posibilidad de redondear un año brillante con la celebración de un título. Por eso, Ariel Holan (recibido con más indiferencia que aplausos y silbidos) dejó en casa a Ángel Di María y Alejo Véliz, entre otros titulares.
Para los de Avellaneda, la despedida de su público tenía en los papeles bastante sabor a nada. La pésima campaña del segundo semestre lo había condenado de antemano a la crítica de su gente, más allá de las tres victorias consecutivas en los últimos partidos. Es verdad que un triunfo mantenía viva, dependiendo de un par de carambolas ajenas, la chance de meterse en la Sudamericana 2026. Pero aun así para Independiente el partido tenía una inevitable sensación a fin de ciclo.
Conocer el plantel que tendrá a su disposición Gustavo Quinteros el año que viene es hoy mismo una materia indescifrable. Entre la necesidad de llenar la caja -escuálida según el balance presentado en la semana- con la venta de jugadores bien cotizados, como Kevin Lomónaco y Felipe Loyola; el final de contrato de algunos otros (Federico Mancuello, por ejemplo, que ni siquiera pudo estar en el banco por una molestia muscular); la decisión de recuperar -o no- a los 18 futbolistas a préstamo en otras instituciones, como Santiago López, rival esta vez y bastante maltratado por quienes en su momento lo consideraban una “joya de las inferiores”; y la incógnita sobre aquellos a los que el entrenador les enseñará el pulgar para abajo; el futuro aparece lleno de preguntas.
Si faltaba un punto más para desviar la mirada del hincha local, la previa vino cargada por amenazas cruzadas entre la barra “oficial” y la facción liderada por Pablo Bebote Álvarez, expulsada desde hace tres años del estadio. Álvarez se ocupó personalmente de calentar los ánimos con anuncios de un inminente “regreso triunfal”. Si al final la tormenta no llegó a desatarse (tampoco la meteorológica, pese a los múltiples anuncios) fue porque la policía de la provincia de Buenos Aires fue a esperar a las huestes de Bebote y luego de algunos enfrentamientos en la zona de Siete Puentes cercana al Bochini, terminó llevándose detenidos al líder y a más de un centenar de sus “soldados”. Después, durante el encuentro, se vieron unas pocas escaramuzas en la grada que ocupa la barra oficial mientras se disputaba el primer tiempo, pero sin pasar a mayores.
En medio de todo esto, y aunque resulte increíble, también hubo lugar para un rato de fútbol. Quinteros y Holan son entrenadores alejados de la especulación defensiva como propuesta natural. Quieren que sus equipos manejen el juego desde el control de la pelota y la vocación atacante. No siempre consiguen que sus dirigidos lo hagan con criterio, coherencia y eficacia, pero al menos la ausencia de marcas asfixiantes o encierros exagerados aseguran dinámica y espacios abiertos.
Los 45 iniciales se fueron de largo de ese modo. Con mayores dosis de buenas intenciones que de emociones concretas (y con cierto abuso de faltas, amparadas por cierta indulgencia de Sebastián Zunino a la hora de sancionarlas), pero suficiente ritmo como para mantener el interés, y una leve superioridad de Independiente. Una palomita de Gabriel Ávalos para aprovechar un muy buen centro de Facundo Zabala a los 27 se encargó de plasmarlo en el marcador.
A Central, entretanto, se le notaba el buen funcionamiento cuando sus volantes lograban enhebrar pases en el medio, y le fallaban los intérpretes cuando le llegaba el momento de profundizar. Holan corrigió parcialmente tras el descanso. Adelantó en el campo a Ignacio Malcorra, que sería expulsado después del partido (se perderá el encuentro de los octavos de final), fue cambiando a todos sus delanteros y de a poco arrinconó al local. Si el Canalla no consiguió empardar el resultado fue porque se topó con un muro infranqueable: Rodrigo Rey.
Como contra Riestra cinco días atrás (y tantas otras veces en los últimos años), el arquero apareció tres veces para ahogarle el grito al mejor equipo del certamen. Le ganó dos veces a Garpar Duarte, con una atajada espectacular con la rodilla y un anticipo cuando se iba solo al gol; y otra por arriba a Agustín Módica.
En las manos de su arquero Independiente se guardó la sonrisa final antes de sus prematuras vacaciones. Ahora le toca esperar las carambolas necesarias para saber si la levantada de última hora vale una Sudamericana. Central ya puede poner la cabeza en lo que realmente le interesa. Volverán los que faltarán y el sueño de campeón tomará más forma que nunca.


