Al borde de la crisis, bienvenidas sean las victorias. Inglaterra llegó al Seis Naciones urgido de lavar su imagen después de varios años sombríos. En el juego, la deuda sigue sin saldarse. Pero con base en defensa, juego físico y actitud ya consiguió dos triunfos seguidos sumamente valiosos.
El éxito por 16-15 frente a Escocia en Twickenham no sólo le sirvió para gozar ante su clásico rival y sacarse una espina de cuatro derrotas consecutivas contra el Cardo, sino que se apila sobre el triunfo de la fecha previa sobre Francia para dar aire no sólo al cuestionado entrenador Steve Borthwick, sino también a todo un equipo cuya idoneidad para ser competitivo en el rugby internacional estaba siendo puesta en tela de juicio.
Además, los cuatro puntos le permiten mantenerse vivo en la lucha por el título de campeón. Está a cuatro unidades de Irlanda, que resignó un punto frente a Gales, y le quedan dos partidos accesibles en los papeles, contra Italia y los galeses, mientras que irlandeses y franceses deben jugar entre sí.
Para considerarse completamente absuelto de las críticas, no obstante, Inglaterra todavía debe elevar su nivel de juego. Como ante Francia, al que venció en la última pelota luego de que el rival desperdiciara tres situaciones claras de try, su rival fue el equipo que más propuso con la pelota en las manos, el que tuvo más dinámica, el que jugó más tiempo en territorio ajeno y el que dispuso de las mejores ocasiones. En el duelo táctico, en el que predominó el uso del pie, también fue mejor el visitante e hizo pagarles a los ingleses la elección de Marcus Smith como fullback. Como muestra, basta advertir que el Cardo llegó tres veces al in-goal, contra una sola de la Rosa.
Otra vez la definición del partido se produjo en el final. En este caso, la fortuna cayó del lado de los ingleses. El verdugo Duhan van der Merwe llegó al try a falta de 1m15s y puso a Escocia a un punto, pero Finn Russell falló la conversión desde una posición esquinada (pasó besando un poste) e Inglaterra festejó. El apertura de Bath, considerado uno de los mejores del mundo en su posición y usualmente infalible en los envíos a los palos, no tuvo una buena noche: falló las tres conversiones (las dos primeras eran accesibles) y estuvo errático en las patadas al touch.
¿Por qué ganó Inglaterra, entonces? En primer lugar, porque se entregó el todo por el todo en defensa. En el primer tiempo falló la marcación por las puntas, es cierto. Van der Merwe, que le había anotado por triplicado en 2024, volvió a ser una pesadilla, quebrando tackles y juntando marcas para generar espacios para los compañeros que llegaban en apoyo. Así quebró dos veces el in-goal en los primeros 20 minutos.
Pero tanto en el juego corto como en el centro de la cancha el asedio de Inglaterra fue asfixiante, y una y otra veces hizo retroceder a los avances del cuadro azul, que pese a tener más la pelota no encontró espacios. Cuando Inglaterra tuvo la pelota en sus manos fue pragmático. Consiguió un try luego de una jugada de penal en la mitad de la cancha, line-out y varias fases pegadas a las formaciones que lo mantuvo en partido. Un try fantasma, ya que Tommy Freeman nunca llegó a apoyar, pero ni el árbitro francés Pierre Brousset ni el TMO intervinieron. Las imágenes televisivas fueron elocuentes.
El local se adelantó a 16-10 con dos penales en el segundo tiempo y luego se dedicó a aguantar. Tackleó con vehemencia (194 contra 88) y logró disputar la pelota en el piso. En ataque, poco y nada.
Compacto del éxito inglés
Suficiente para recuperar la Calcutta Cup, el trofeo internacional más antiguo del mundo, y cortar una racha de cinco años sin vencer a Escocia y siete sin hacerlo en Twickenham. En los últimos siete partidos, Escocia había ganado cinco contra uno solo de Inglaterra, más un empate.
Borthwick respira, Twickenham festeja. Sin gustar, sin convencer, Inglaterra intenta renacer con triunfos. Antes del partido con Francia acumulaba siete derrotas consecutivas a manos de equipos del Tier 1; ahora suma dos victorias. De paso, vuelve a prenderse en la pelea por el Seis Naciones. El buen juego puede esperar.