Boca no dejó pasar la oportunidad de su visita a Mendoza para golear a Independiente Rivadavia por 3-0 y romper los malhumores de un arrastre negro que llegaba hasta el ciclo de Fernando Gago, pasando por el interinato de Mariano Herrón y los siete partidos que tenía dirigidos Miguel Ángel Russo hasta este domingo. Un desahogo que incluyó a dos protagonistas particularmente. Exequiel Zeballos volvió a encontrarse con el gol después de medio año y Alan Velasco marcó el primero con la camiseta azul y oro, y descargó con llanto un el pesado 2025 en lo personal.
En la búsqueda por encontrar el equipo más competitivo, algo que llevará su tiempo, Russo no tuvo en cuenta en el once inicial al que fue refuerzo estrella en el comienzo de año ni al extremo surgido en el club. Todo un panorama de cómo vienen siendo observados.
El Changuito ingresó a los 19 minutos del segundo tiempo para ocupar el lugar de Brian Aguirre, mientras que el exatacante de Independiente lo hizo a los 28 para ocupar el lugar de Miguel Merentiel. Era el momento ideal para destaparse, aunque Boca coqueteaba con que le empataran el partido (lo arrancó ganando por el gol en contra del arquero Ezequiel Centurión), pero los espacios mendocinos empezaban a advertirse.
Faltos de confianza los dos, claramente. Se notaron en sus formas de convertir, también en sus festejos. Zeballos tuvo una charla con Russo hace algunas semanas: el técnico fue el que lo hizo debutar en 2020 y quiere recuperarlo, pero de a poco. De hecho, no concentró para algunos encuentros y, en otros, miró los 90 minutos desde el banco. Aislarlo pareció ser la receta que concluyó el hombre de 69 años para despertarlo. No ocurrió aun, pero la expresión del ‘7′ hace creer que para comenzar a recobrar la confianza necesitaba esto, un gol.
Williams Alarcón vio desde la mitad de la cancha la escapada al espacio del santiagueño y puso el pase perfecto para que afronte el mano a mano contra Centurión, a los 42 minutos del epílogo: miró una y otra vez la salida del arquero y definió con el pie abierto una pelota que no cruzó del todo, pero el desvío mínimo en el cuerpo del ‘1’ mejoró la definición.
Seis meses sin convertir. El 11 de febrero, en la Bombonera, fue el último contra el mismo rival, por el Torneo Apertura. Automáticamente, empezó a correr con los brazos abiertos y una sonrisa muy ancha que transmitió algo más que la alegría de volver a festejar. Nunca dejó de mirar a sus compañeros, que comenzaron a abrazarlo comprendiendo la significancia del momento.
Mucho se habla de que su condición física, después de las graves lesiones de ligamento que padeció, primero en 2022 y después en 2023, no tan lejano a su regreso. Frenó su crecimiento futbolístico y, entonces, los malos rendimientos, a su vez, fueron derrumbando la confianza. También, borrándole ese gesto feliz que lo caracteriza. Hoy regresó: se verá con cuánta constancia y, más importante, si lo logra a través del desequilibrio que se espera por su capacidad de gambetear.
Alan Velasco fue la apuesta fuerte de Juan Román Riquelme, presidente de Boca, para ingresar a la Copa Libertadores y apostar a ganarla. La máxima desde que es dirigente y maneja el fútbol, más allá del regreso de Leandro Paredes: puso sobre la mesa de Dallas, de la MLS, US$ 10.0000.000. Había muchas expectativas por ver al quilmeño, pero desde su llegada todo se dio al revés.
El Xeneize debía superar dos repechajes de la competición continental para estar en la fase de grupos, pero no pudo siquiera pasar la primera contra Alianza Lima. Justamente, fue Velasco el que se hizo cargo del quinto penal de aquella definición por penales en la Bombonera y lo falló, con una ejecución débil y fácil para el arquero. Se llevó la camiseta a la cabeza y no tuvo consuelo: sabía el efecto de lo ocurrido desde su pie y el peso de ser el jugador por el que habían gastado millones como nunca antes en la gestión.
Prontamente ya era resistido por el hincha, que lo chifló hasta el duelo con Racing del fin de semana pasado. Porque el penal sólo podía ser “perdonado” si su juego ofensivo comenzaba a agradar, sorprender, romper el molde de un equipo constantemente apático. Pero no.
Partido a partido se lo observó nervioso por ese comienzo de era inesperado. Revoltoso, pero sin conseguir nada. Cada pelota perdida desprendió murmullos. El Mundial de Clubes podía ser la oportunidad de despegar: algo efímero contra Bayern Munich, tamaño rival, como el pase profundo que derivó en el golazo de Merentiel, pero al terminar perdiendo ese encuentro, no poder ganarle a los amateurs de Auckland City y seguir hilvanando compromisos sin ganar hicieron que el trato no se modificara.
Por eso su reacción al ver la pelota ingresar a falta de un minuto para el final. Milton Giménez condujo el contraataque y le cedió la pelota para que definiera ya dentro del área. No quiso dar vueltas y lanzó un zurdazo tímido, toda una muestra de inseguridad. Incluso, la definición era cruzada, pero el ligero desvío en el zaguero Iván Villalba causó un manotazo flojo de Centurión que metió la pelota pegada al palo, con suspenso, pidiendo permiso.
El desahogo quedó expuesto. Brazos abiertos con puños cerrados y corriendo como un niño que ahora tiene algo que buscó por mucho tiempo. Se juntó un grupo de jugadores a abrazarlo entre sonrisas y los suplentes, desde el banco, se pararon a aplaudir. Todos esperaban su gol. Velasco largó el llanto y juntó las manos apuntando al cielo.
Mucho sufrimiento por descargar: 23 partidos sin convertir, pero también padeciendo las reprobaciones de la Bombonera y, seguramente, el retumbe en su mente de la eliminación copera, en cada noche.
Una especie de redención para los dos. De ellos dependerá que sea un punto de inflexión para ser lo que la gente (y Riquelme) espera de ellos o si será una anécdota y nada más.