El dato está por envejecer. Seis directores técnicos que comenzaron el torneo ya no están dirigiendo a ese equipo. Los nombres cambian, las razones se repiten: pocos ven más allá, el fútbol se hizo histérico, en la cancha se condensa una manera de vivir en la que todo tiene que ser ya. Tal vez haya que buscar por otro lado. Si no es posible modificar las consecuencias, replanteemos las causas.
No se equivocan al echarlos, sino al contratarlos. Que cada dirigente que toma decisiones responda esta pregunta: en su faceta privada, en su empresa o en su negocio, ¿contratarían como gerente o encargado a alguien que llega sin consenso como algunos de los técnicos que contratan para sus clubes? A veces la falta de aprobación es entre los hinchas que darán su veredicto, en otras incluso entre integrantes de la comisión directiva que no tardarán en ventilar en off que la idea correspondió sólo al presidente. ¿Por qué en un club importa menos el contrato que se firma? ¿Porque la plata es de otro? Ya que estamos planteando lo que se exige en trabajos convencionales y no suele pedirse en el fútbol, ¿por qué no se realizan exámenes psicológicos a los refuerzos? ¿El talento no necesita asistencia? No necesariamente la búsqueda podría apuntar a cuestiones de la vida privada sino también a cómo estará preparado un jugador para, por ejemplo, asumir responsabilidades.
Volvamos a los entrenadores. El primero en irse, con apenas dos fechas disputadas, fue el uruguayo Marcelo Méndez, de Gimnasia. Ya se había especulado con su salida a partir de su disconformidad por el libro de pases. Que haya empezado el torneo sólo estiró la agonía. Algo similar ocurrió con Facundo Sava, que dejó Atlético Tucumán luego de la cuarta jornada.
A esa altura del torneo, hace apenas doce días, Belgrano echó a Walter Erviti. Aquí la sorpresa había sido su llegada: sin una trayectoria que lo elevara ni un vínculo con la institución que lo sostuviera, necesitaba resultados rápidos. Tres derrotas fueron suficientes. La decisión del cambio, así le dijeron a Erviti, pasó más por lo social que por lo futbolístico. También habría que analizar la convicción para determinar las continuidades de los interinos. Lo era Ernesto Pedernera, de Godoy Cruz. Ya volvió a la reserva.
Nadie puede negar, obviamente, que una persona puede desplegar mejor sus condiciones mientras más tiempo disponga para desarrollarlas. También hay tendencias irreversibles. La semana pasada, Newell’s negoció a contrarreloj que Cristian Fabbiani, en ese momento en Riestra, cambiara de equipo y asumiera para dirigir el clásico rosarino. No lo logró. Con semejante confianza en el técnico de ese momento, Mariano Soso, nada podía malir sal. La derrota precipitó el cambio. No se pueden esperar noticias negativas para tomar decisiones.
Suena lapidario el siguiente concepto, aunque real: si el primer problema es cómo se contrata, un segundo error sería mantener a quienes no entusiasman. Muy pocas veces de un técnico inicialmente cuestionado surge uno ganador. El ejemplo de Gustavo Quinteros, que perdió 5-0 contra River en el tercer partido de su ciclo en Vélez y luego fue campeón, es más bien una excepción.
Existe un atenuante: llamativamente hay pocos técnicos confiables hoy. De esos que son garantía absoluta, como si algo así existiera en el fútbol. No es una cuestión de cantidad: todos los años se reciben decenas de entrenadores. Sí de nombres seductores.
Son rehenes de la irregularidad general. En una competencia pareja como la argentina, a cualquiera le cuesta ganar tres partidos seguidos. El concepto de mejor equipo está en permanente revisión. Los entrenadores, en definitiva, son quienes ilusionan por un par de victorias y, enseguida, preocupan por dos derrotas.
La lista se reduce porque hay varios técnicos bien considerados que ponen muchos reparos para trabajar en nuestro país: Mauricio Pochettino, Gabriel Milito, Guillermo Barros Schelotto, Hernán Crespo, Matías Almeyda, Gabriel Heinze. Ni a los clubes grandes se les abre el abanico. Cuando hace dos años Gerardo Martino le dijo que no, Juan Román Riquelme se encontró con un panorama poco claro. Se había quedado sin candidatos. Un puñal al esto es Boca. La elección de Jorge Almirón resultó una sorpresa: sus mejores resultados eran parte de un tiempo pasado. River prescindió de Martín Demichelis sólo porque el hombre de la estatua había mostrado interés en volver. Sin Marcelo Gallardo a disposición, a la lista de alternativas le hubiesen faltado variantes.
En este contexto parece contracultural el respaldo a Sebastián Domínguez en Vélez. En caso de no ganar el partido siguiente, los próximos días serán determinantes para saber si lo ratifican por plena confianza o por todavía no encontrar al nuevo.
Ya nadie se ruboriza cuando se conoce que una dirigencia de un club con entrenador en funciones llama a un posible sucesor. Pareciera que a los propios técnicos dejó de molestarles: saben que hoy son el clavo a sacar y mañana serán el clavo para reemplazar. Esa búsqueda será la que evite el error del manotazo. El error de incorporar un técnico sin seguridad para luego tratar de mantenerlo sin convicción.