Faustino Oro completó la hazaña de conseguir su primera norma de gran maestro a los 11 años, al conquistar el torneo Prodigios y Leyendas, en Madrid. Fue un torneo heterogéneo en la conformación de su elenco; Faustino no era el favorito entre los diez jugadores participantes, estaba preclasificado en el sexto lugar. Sin embargo, ganó el torneo de manera invicta con un punto y medio de ventaja (7,5).
Incluso en la ronda final, logró empatar una larga partida en la que siempre tuvo que defenderse, ante Julio Granda, gloria del ajedrez peruano. Una actuación sensacional. En la actualización del ranking Elo internacional que se hará pública el 1 de octubre por la Fide, Faustino Oro romperá la barrera de los 2500 puntos, siendo el jugador más joven de la historia en lograr tal cometido. Eso lo situará también dentro del Top 10 argentino.
Un tema delicado que se disparó en las redes fueron las acusaciones anónimas de que las partidas de Faustino estaban arregladas para que ganara, o de que el torneo mismo estaba amañado para favorecerlo. Es parte de la avalancha de fake news que inundan el mundo de las comunicaciones. El desaforado que descarga sus frustraciones insultando en una cancha de fútbol, hoy no necesita ser desaforado, con ser sibilino en una computadora le alcanza para generar una reacción y crear desconcierto, que es lo que busca. En este caso puntual, los propios organizadores del torneo, y los jugadores mismos, han contestado y desacreditado esas falacias.
Los argumentos de estos terraplaneros se basan en que Faustino pasó por muchas posiciones perdidas, o al menos dudosas, y luego las terminó ganando. Eso tiene explicación. Los aficionados actuales tienen la posibilidad de ser espectadores de las partidas en tiempo real, mientras el módulo de análisis de la computadora les señala tanto la evaluación de la posición, como los errores de los jugadores. Esto no ocurría antes del advenimiento de la informática. El aficionado de ayer veía con admiración jugar al maestro, y solo rara vez podía darse cuenta si el maestro cometía un error.
En cambio, el aficionado actual, con solo mirar el módulo de análisis, ya sabe si el maestro se equivocó, sin importar si comprende o no la naturaleza del error. Y las partidas de ajedrez, aun las de maestros, sobre todo aquellas con posiciones complicadas, son un continuo vaivén de errores de ambos contendientes. Los aficionados insidiosos señalan los errores de los maestros, sin advertir que esos errores son una constante del juego, y que el mismo Faustino los comete, y que ya le tocó y le tocará a él perder, víctima de los mismos.
Otro factor es algo que llamaré “el efecto Faustino”, y para mejor explicarlo voy a valerme de un ejemplo histórico. A fines de los años 50, surgió un ajedrecista letón que ganaba todos los torneos en que participaba, produciendo un caos de complicaciones tácticas en cada partida que jugaba. Era Mijaíl Tal, el más grande jugador de ataque de todos los tiempos. Sus rivales, pasmados porque Tal, en sus partidas, pasaba por posiciones perdidas, sin que ellos pudieran ganarle, empezaron a difundir el rumor de que Tal “hipnotizaba” a sus adversarios. A ello contribuía la fiera mirada felina del gran maestro letón.
Lo cierto era que Tal tenía una gran habilidad para llevar las partidas a situaciones fuera de los cánones ajedrecísticos habituales. Los maestros de entonces solo determinaban los errores de Tal, cuando la partida había terminado, y después de examinarla detenidamente durante horas. Pero en la partida viva, con el reloj apremiando, esas posiciones eran tan diabólicas, que la notable capacidad de Tal para el cálculo de variantes, era el factor que decidía al triunfador.
Con Faustino pasa algo parecido. Los rivales saben que están jugando con un geniecillo, una especie de duende, que a veces no parece ser muy preciso en su juego, pero que, invariablemente, en los momentos críticos de la partida, como movido por un resorte instintivo, empieza a jugar como un Argos que lo viera todo. Entonces los otros se ponen nerviosos, y cometen errores, y Faustino ahí, se muestra implacable.
El gran maestro ruso-holandés Genna Sosonko acuñó la expresión “killer instinct”. Dice que el 99 % de los jugadores, después de sufrir una larga partida en inferioridad, cuando finalmente consiguen una posición igualada, están felices de poder acordar tablas con el rival. Pero hay un 1%, que son los jugadores con categoría de campeones del mundo, que poseen ese instinto asesino, y para los cuales, en ese momento, la partida vuelve a empezar, y en ningún caso están dispuestos a conceder tablas a su eventual rival. Pues bien, Faustino posee ese “killer instinct”.
¿Hasta dónde puede llegar Faustino en el ajedrez? Si uno piensa en los niños prodigios que ha habido en el pasado, todos han llegado muy lejos en el ajedrez. Algunos fueron campeones del mundo, como Bobby Fischer. Los que no lo consiguieron, estuvieron cerca, como en los casos de Gata Kamsky y Sergey Karjakin, que llegaron a jugar encuentros por el cetro, aunque perdieron. El propio Faustino ha declarado que quiere ser campeón mundial. Es una aspiración natural y totalmente compatible con su talento.
Mientras tanto, tendrá que seguir dando sus pequeños pasos de gigante, valga el oxímoron. En el mes de noviembre tiene el desafío del Campeonato Argentino. No será fácil, pero si lo gana, con 12 años recién cumplidos entonces, será algo más que un récord. Solo hay que pensar que el campeón más joven en lograrlo fue Hugo Spangenberg, con 18 años.