En el último baile de Lionel Messi, todo encajó como una partitura perfecta: precisión, justeza, elegancia. Era su noche, y Scaloni armó un once que parecía pensado como un homenaje al capitán: toque fino, desmarque constante, destellos de habilidad. Sobre todo, en los más jóvenes, en aquellos que crecieron viéndolo en la televisión, eligiéndolo en la PlayStation, juntando sus figuritas. Mastantuono, Almada… y Julián Álvarez, que, inspirado en su ídolo, se transformó en el gran asistidor de la jornada, cediéndole el gol que selló otra velada perfecta.
No fue la actuación más brillante de la selección, pero cumplió con lo que pedía el contexto: mover la pelota de lado a lado, generar sociedades, crear espacios, jugar por y para el 10. Enlazar el pasado, el presente y el futuro. Mostrarle a Messi que su legado trasciende sus goles, sus títulos, sus estadísticas. Se refleja en las nuevas generaciones. Tenía cinco años Julián Álvarez cuando Messi jugó su primer partido por eliminatorias; tenía seis Almada cuando anotó su primer gol en la competencia. Ellos mamaron su fútbol desde chicos. Y esa influencia se notó en cada toque, en cada enganche, en cada decisión sobre el campo.
Thiago lo evocó en cada recorte, en cada gambeta, perfilándose para buscar el segundo palo, emulando aquel inconfundible gesto técnico de Messi que tantas veces cambió partidos en Barcelona, PSG o ahora en Inter Miami. Julián, que nació centrodelantero, se vistió de partenaire en la noche de gala en el Monumental. Podía haber definido él, sobre todo después de haber fallado una ocasión clarísima a los tres minutos tras una gran jugada colectiva. Pero entendió que la noche era del 10: desbordó a Makoum, que había seguido a Lionel durante toda la primera parte, y lo dejó solo frente al arco. Messi definió con su marca registrada: picadita sutil para esquivar la estirada del arquero y la desesperación de los defensores, que cerraban sobre la línea.
El primer tiempo de Argentina tuvo ritmo de vals: armónico, distinguido, con la intención de embellecer cada acción. La mejor representación de cómo los futbolistas más jóvenes, marcados por la impronta del capitán, entienden el juego. Mastantuono, de los más activos, ofreció chispazos de jerarquía: pie a pie, giros de cintura y movimientos distintos que levantaron a la gente. Ni siquiera había nacido el Superpibe de Azul cuando Messi jugó por primera vez en ese estadio, pero es de los que mejor representan su herencia. Y su esencia.
Venezuela fue un rival digno hasta el gol de Messi. Necesitado de un triunfo para soñar con la clasificación directa -hoy está en zona de repechaje-, se animó a presionar alto, intentando cortar los circuitos y cercar a Messi, obligando a que la pelota pasara por los demás. El riesgo era irremediable: cualquier futbolista argentino podía filtrar un pase letal. Sucedió cuando Paredes recuperó tras un resbalón de Savarino y lanzó un pase de tres dedos para Julián, en la previa del 1 a 0. Argentina robaba en todos los sectores y volvía a construir. Con paciencia, con serenidad. A veces el ritmo se diluía con tantos cambios de frente, con tanto pase hacia atrás, pero cuando lograba acelerar y conectar por dentro resultaba imparable. Almada, en especial, ofrecía una marcha distinta: atacaba con decisión, probaba de media distancia y buscaba sorprender, fiel al estilo que aprendió mirando a su referente.
Fue Messi quien terminó rompiendo el molde, cuando decidió dejar de ser el homenajeado para transformarse en protagonista. Bajó a recibir a tres cuartos y en la primera jugada provocó una falta cerca del área. El tiro libre dio en la barrera, pero ese movimiento alcanzó para despertar a la gente y contagiar a sus compañeros, que, a otra velocidad, entraron en su misma sintonía: atrevimiento, precisión. Belleza.
En el segundo tiempo apareció la mejor versión del equipo. Mastantuono se soltó, Almada y Julián fueron más constantes, y el ingreso de Lautaro y Nico González hizo que Argentina fuera todavía más punzante, más directo, más peligroso. Él mismo asistió para el 2 a 0 de Julián. Y luego Thiago convirtió a Messi en figura. Fútbol, intensidad y eficacia. Como marca la historia. Con el sello de Lionel.