ASUNCIÓN, Paraguay (enviado especial).– Lanús tiene la piel más curtida. Ya no le duelen las cosas que antes le dejaban cicatrices. O también será que aprendió de esas marcas que le dejó la vida para superarlas y seguir adelante. Cuando se cayó, supo levantarse, aunque sea a tientas, tembloroso. Ahora y tiempo atrás. Y, cuando pudo, dio el zarpazo como un boxeador terco y orgulloso. El Granate levanta la Copa Sudamericana en el Defensores del Chaco y la ofrenda a su gente. A los que están acá, apiñados, insolados y extasiados. A los que están allá y salieron a los gritos por cada rincón del barrio cuando Nahuel Losada voló contra un palo. Miles de granates parecieron sostenerlo en el aire para desviar el tiro de Vitor Hugo. El tiempo se detuvo una milésima de segundo y, entonces, sí. Se entregaron a las lágrimas. Esta vez de felicidad.
Lanús se consagró campeón en la Copa Sudamericana porque sostuvo el 0-0 con Atlético Mineiro. Se llevó el trofeo por las manos de Losada, que desvió tres tiros en una definición electrizante que terminó 5-4. Quedó en lo alto por el coraje de José Canale y el orgullo de Carlos Izquierdoz, que siempre dijo que volvía para retirarse con un título. Todos ellos fueron las columnas de una victoria épica, con la que el club del sur logró su tercer título internacional, después de la Conmebol 97 y la propia Sudamericana 2013.
Habrá que ser justos y reconocer a otros pilares en la campaña que hoy se entregaron con amor propio cuando el talento no apareció o se agarrotaron los músculos. De Marcelino Moreno y Eduardo Salvio se trata. Rodrigo Castillo, el hombre de goles importantes, anoche se puso el traje de luchador para fajarse con cuanto brasileño anduviera cerca suyo, en un esfuerzo emocionante. Qué decir de Lautaro Acosta, el futbolista récord de presencias en el club (429) y que ya tiene una estatua. El Laucha apenas jugó un par de minutos y tuvo en sus pies un match point que hubiera cerrado una carrera para una serie de Netflix. Un condenatorio penal a la tribuna hubiera sido muy injusto como imagen final de su carrera.
Lanús fue una estructura sólida a través de la construcción de un entrenador como Mauricio Pellegrino, que de a ratos puede parecer inexpresivo, pero que hizo encajar las piezas para un éxito resonante. Justo él, que como jugador de Vélez había privado a Lanús de un título en 1998, tras una acción imposible en la que rechazó con el último aliento una definición de Gustavo Bartelt. A mano. Lanús y Pellegrino quedaron a mano.
“Si ganamos, nos recibimos de grandes”, había dicho su presidente, Nicolás Russo, horas antes de la final. Quién sabe si ese será el destino. Pero fue un buen paso tan importante que la tierra se abrió.
Si una final ya es estresante de por sí, cómo podrá medirse el desgaste mental que puede generar un tiempo suplementario. Cuando falta el aire, el cerebro trata de mantenerse lúcido y las piernas hacen lo que pueden. Cómo habrá reaccionado Losada con tanta frescura ya cerca del final, en una mano a mano para los libros con Igor Gomes, que parecía sentenciar el pleito ya sin tiempo para la reacción. Ni que decir en una definición por penales larga y angustiosa porque la victoria coqueteó con los dos.
Controlar los nervios y los excesos de fuerza era una misión titánica para Lanús. A diferencia de la última final que disputó en la Sudamericana, en enero de 2021 –perdió 3-0 con Defensa y Justicia–, cuando la pandemia de coronavirus provocó un gran recambio en el plantel y le hizo lugar a la fuerza a un montón de jóvenes inexpertos, esta vez el club argentino llegó más curtido. Se aseguró hombres de experiencia e incluyó juveniles en lugares puntuales siempre y cuando la situación lo ameritara.
Atlético Mineiro era imprevisible, como su DT, Jorge Sampaoli. Podía ser feroz en un rapto de conexión colectiva. O manso como un cachorro si le ajustaba la correa en los lugares apropiados del campo. En un estadio repleto, con la movilización de hinchas de Lanús jamás vista, solo quedaba apelar al juego y al corazón.
Pellegrino evitó sorpresas y mantuvo la formación estable de los últimos tiempos, con Carrera en el medio campo y Gonzalo Pérez, un marcador central devenido en lateral derecho que cumple en la marca pegajosa, pero que pierde en velocidad, ya sea en el ataque o en la defensa.
Los primeros momentos descubrieron lo reñido que sería todo. Desde el saque inicial al estilo rugby de Mineiro solo para ganar metros, ya una marca patentada por Sampaoli. Hasta el primer córner para el Galo, con seis jugadores amarrados en la media luna del área para evitar un posible cabezazo lanzado en velocidad.
Si algo tuvo Lanús en esta carrera a la final fue fortuna en momentos cruciales. Como el gol sobre la hora de Dylan Aquino que lo llevó a los penales con Central Córdoba o el cabezazo en el palo de Germán Cano, en el Maracaná, que hubiese llevado a la misma definición el partido con Fluminense. Y, ayer, algo de esa magia sucedió con un tiro libre de Bernard que pegó en el poste izquierdo de Losada. Podía ser la noche, claro que sí. Un campeón también precisa fortuna.
A mediados del primer tiempo los brasileños dominaban campo y desarrollo, si bien no tenían demasiada profundidad. Hubiese sido un duro golpe para las aspiraciones de Lanús verse en desventaja en esos momentos de resistencia, más cuando la diferencia física se acrecentaba.
La tendencia se repitió durante los 120 minutos. Atlético Mineiro insistió por todos los lados que pudo. La decepción se hacía cada vez más fuerte con cada intento fallido. Era cuando Canale crecía como un león e Izquierdoz se entregaba a la lucha cuerpo a cuerpo con Hulk. Era un combate de gladiadores más que de superhéroes.
La final tuvo de todo menos goles. Losada fue uno de los culpables. La ausencia de ingenio de Lanús y, a veces, el excesivo retroceso, también. Pero lo que no faltó fue emoción con las energías consumidas y cuando cualquier cosa podía pasar con medio campo suelto y resquebrajado.
Dio la sensación de que Pellegrino se demoró un tanto con los cambios, que, a la larga, frenaron cualquier impulso del adversario. Porque Aquino, Armando Méndez, Franco Watson y Juan Ramírez entraron con frescura y dinámica. No le escaparon al rigor físico y aportaron aire ofensivo. La búsqueda no tuvo el peso necesario, pero sirvió para alejar a Atlético Mineiro del campo argentino.
Compacto de Lanús 0 (5) vs. Mineiro 0 (4)
Los malos recuerdos con el Galo también se esfumaron en la noche de Asunción. Los brasileños eran un problema sin solución para los granates, que ya habían caído con ellos en las finales de la Conmebol 97 y la Recopa 2013. La historia se torció. Tal vez aquella de sueños de grandeza que Lanús quiere construir apenas esté empezando.


