Del sueño al suplicio, y del calvario a la incertidumbre. La asociación de Ferrari y Lewis Hamilton no ofrece en su primera temporada el resultado proyectado y la ilusión que provocó el desembarco del británico en Maranello se consumió de a poco, hasta desencantar a los tifosi. El séptuple campeón del mundo arribó a la Scuderia con la meta de oxigenarse, después de tres años espesos en Mercedes, equipo con el que sumó seis de sus siete coronas, aunque el nuevo recorrido lo descubre hundido, sin encontrar la salida del laberinto.
La estadística lo condena frente a su compañero de garaje, el monegasco Charles Leclerc, pero también lo derrumba en la riquísima historia del equipo en la Fórmula 1: es el peor debutante en el Cavallino Rampante en 75 años. Con contrato multianual, la presencia en 2026, calendario en el que el Gran Circo ensayará un radical cambio en el reglamento técnico y de motor, no corre riesgo, aunque la incertidumbre rodea el futuro del piloto de 40 años.
La empinada cuesta no desanima a Hamilton, que sabe de esfuerzo y dedicación para sortear obstáculos desde los días en que corría en karting. Su padre Anthony llegó a cumplir con tres trabajos para costear las participaciones del niño que estaba predestinado a reescribir la historia de la F.1: registra la misma cantidad de títulos que Michael Schumacher, aunque supera al alemán en victorias (105 a 91) y poles (104 a 68). “¿Qué sentí la primera vez que me subí a un Ferrari? Amor”, describe Hamilton, aunque advierte que ese encantamiento inicial y que por el momento no es correspondido con triunfos, ni tan siquiera podios, no diezma su espíritu.
“Querían que fuéramos ganadores desde el principio, pero Roma no se construyó en un día”, apunta, y el sentido de la respuesta, en una entrevista concedida a Ferrari Magazine, se detiene en múltiples aspectos, entre ellos los culturales. Hamilton trabajó en escuderías británicas, como McLaren y Mercedes, y hasta 2025 todos sus autos estuvieron motorizados por la fábrica que se levanta en Brixworth, a 30 kilómetros de Brackley, las dos sedes que alimentan el chasis y los impulsores de las Flechas de Plata.
Con 21 años, Hamilton debutó en la F.1, aunque uno de los máximos picos de emoción lo envolvió casi dos décadas más tarde. “Sentarse en una Ferrari es diferente, crea algo especial. Pero todo se sustenta en las relaciones humanas y las diferencias culturales me asustaban. Sin embargo, cuando se crea un vínculo, el resto pasa a un segundo plano. Con los italianos fue fácil, me fascina la forma en que expresan su pasión: con su idioma, su cultura, incluso con la comida… Pero siempre le digo al equipo: cualquiera que conozca la F.1 sabe que ganar llevará tiempo. No todos lo saben, solo cuando se forma parte de un equipo te das cuenta, de lo contrario solo puedes imaginarlo”, arremete, y con la respuesta levanta un escudo ante los detractores, aquellos que ven a un piloto apagado, sin energía, que sobrepasó los 19 grandes premios que le demandaron al francés Didier Pironi, entre 1981 y 1982, a treparse por primera vez a un podio con la vestimenta de Ferrari.
Una semana atrás en el circuito Hermanos Rodríguez, de Ciudad de México, el británico alimentó la ilusión de romper el hechizo: el tercer puesto en la prueba de clasificación, el mejor con la Scuderia, era una buena plataforma para provocar el despegue, aunque el caos de la Curva 1 y el despiste en la Curva 4, luego de pulsear con Max Verstappen (Red Bull Racing) la posición, debilitó las esperanzas, al extremo de perder rendimiento con la SF-25 y cruzar la meta en el octavo puesto.
Lo mismo sucedió en el comienzo del calendario, con aquella victoria en la Sprint Race en el Gran Premio de China, un éxito que se tomó con alegría, pero a la vez con mucha calma, interpretando que se trataba de un episodio aislado, porque el camino para desarrollar el auto no fue lo que sustentó del festejo. No falló en el diagnóstico: Ferrari no ganó en las 20 fechas y para descubrir su último triunfo en un gran premio hay que retroceder a la carrera en México del año pasado, cuando Carlos Sainz Jr. celebró su cuarto primer puesto con la Scuderia antes de marcharse a Williams.
Un piloto de Ferrari no logra un título desde 2007, con Kimi Raikkonen, y el equipo no obtiene el Mundial de Constructores desde 2008. Es la peor racha histórica para los autos de Maranello, que el año pasado batallaron hasta la carrera en Abu Dhabi con McLaren por la corona y en el actual curso pulsean con Mercedes y Red Bull Racing por el segundo escalón. Sin resultados, los rumores van saltando de un nombre a otro: a mitad de temporada se mencionó la posibilidad de que Leclerc analice un cambio de aire después de 2026 –este es su séptimo año en Ferrari, su mejor campeonato fue en 2022, cuando terminó segundo-; más tarde, ante la falta del anuncio, la tormenta se posó sobre el jefe de equipo Frédéric Vasseur, aunque finalmente renovó el vínculo; ahora es Hamilton quien sobrelleva la carga.
Mientras algunos medios especulan con una salida anticipada, tras 2026, la Gazzetta dello Sport reveló en agosto la existencia de una cláusula en el contrato que permite a Hamilton renovar por un año más con Ferrari sin que el equipo pueda oponerse. El piloto es quien tiene la llave para decidir si continúa sin tener que evaluarse el rendimiento en las carreras del próximo año. La activación de la misma derribaría las elucubraciones acerca del interés de Ferrari por George Russell (Mercedes) –dos semanas atrás extendió el vínculo con las Flechas de Plata- y Oliver Bearman (Haas), piloto de la Ferrari Driver Academy y que debutó en la F.1 con la Scuderia el año pasado, al reemplazar a Sainz Jr., que se sometió de urgencia a una operación de apendicitis en Yedá.
Imaginar que la experiencia y el respaldo de los títulos serían una coraza o que facilitarían la adaptación resultó un pensamiento ingenuo. La aventura precisa de varios episodios para tener todo bajo control, y la sociedad Hamilton y Ferrari todavía no cumplió el primer aniversario.


