El Masters 1000 de Toronto parece tener un grado extra de dificultad para los principales favoritos a ganar el trofeo en el cuadro de singles masculino sobre el cemento canadiense. Con miras a la segunda y decisiva semana, la cantidad de preclasificados que van quedando en el camino aumenta cada día, y se suma a las ausencias, avisadas antes del certamen, del italiano Jannik Sinner, el español Carlos Alcaraz y el serbio Novak Djokovic.
En ese contexto, lo del ruso Daniil Medvedev resulta preocupante. Por las respuestas deportivas, anímicas y corporales. Ex número 1 del mundo y hoy 14º en el ranking de la ATP, el moscovita no consiguió trofeos en lo que va de una temporada en la que perdió en el debut en Roland Garros y en Wimbledon y apenas superó una instancia en Australia. Rumbo al US Open, el restante torneo de Grand Slam, la desazón crece y Medvedev ya no oculta lo que siente.
En la noche del jueves, falló antes de los octavos de final por sexta vez en lo que va del año, como en Rotterdam y en Miami. Preclasificado décimo en Toronto, por lo que comenzó su participación en la segunda ronda, había superado con esfuerzo el debut contra el checo Dalibor Svrcina, surgido de la clasificación, y se llevó el primer set por 7-5 frente al australiano Alexei Popyrin, defensor del cetro. Parecía capaz de seguir adelante, con el incentivo de que otros favoritos iban quedando atrás –este viernes cayó también el checo Jakub Mensik (12°)– y se allanaba el camino. Pero no.
A los 29 años, lejos de su mejor versión, Daniil sumó otra frustración. Su rival se quedó por 6-4 con los dos parciales siguientes y lo eliminó. Impotente, el ruso tuvo energías sólo para levantar una mano para saludar a su vencedor y repetir el gesto ante el juez de silla; luego fue incapaz de levantar la mirada del piso, mientras meneaba la cabeza sin encontrar respuestas en su juego.
En cierto momento, en el segundo parcial, reflejó su fastidio con un paso de comedia. Ya había sido quebrado su saque y estaba 1-3 cuando una devolución del australiano se iba larga y amagó con impactarla de todos modos. Mientras la bola se iba larga, simuló que le había pegado y miraba lejos, haciéndose visera. Las sonrisas estuvieron en la tribuna. Él no se lo permitió.
Al cabo de dos horas y 30 minutos, Medvedev no volvió a su lugar, donde estaban sus raquetas, ropa y bebidas. Popyrin agradecía por los aplausos e intercambiaba miradas de satisfacción con su equipo, pero las sonrisas llegaron cuando se sentó en su banco y observó una situación atípica: el ruso se fue directo al vestuario, sin saludar al público y sin siquiera llevarse la raqueta con la que había terminado el encuentro. Dejó todo.
Enseguida, ante la curiosa situación, un asistente se acercó a la bolsa, guardó las raquetas y se encargó de llevar las pertenencias del ruso hasta las entrañas del estadio. Medvedev no tuvo energías siquiera para dejar unas palabras.
En rigor, no se trata sólo de una temporada lejos de sus expectativas. Ya pasaron más de dos años de su última consagración, en el Masters de Roma de mayo de 2023. No parece capaz de evolucionar en su juego, que se volvió predecible, y a la luz de los resultados, se muestra vulnerable incluso para adversarios de nivel claramente más bajo. En ese escenario, puso fin a su trabajo con el entrenador Gilles Simon después de alrededor de un año, y actualmente depende exclusivamente del asesoramiento de Gilles Cervara.
“Ya no intimida a sus rivales y perdió la seguridad, sin marcar la diferencia en los momentos decisivos. Su cuerpo ya no soporta eso como hace unos años y, técnicamente, no mejora desde 2019″, sostienen algunos analistas europeos que siguen de cerca su preparación. El ruso opta por el silencio. Quiere dar respuestas en la cancha. Pero las sensaciones con miras al US Open están lejos de lo que necesita para hacerlo.