“Las personas”, le dijo días atrás el líder ruso Vladimir Putin a su homólogo chino Xi Jinping, “podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad”. El chino se entusiasmó. Le habló a Putin de “predicciones” que “apuntan a que en este siglo se pueda vivir hasta los 150 años”. La conversación, registrada gracias a un micrófono abierto, en plena caminata por la histórica plaza de Tiananmen, tiene una lógica. Entre ambos acumulan 38 años de mandato. Tienen 72 años y la esperanza de vida promedio en el mundo es de 73 años.
Los multimillonarios tech no hablan de longevidad. Dicen “superhumanidad”. Biología molecular, informática e inteligencia artificial. A Leo Messi, nuestro dios terrenal, también lo querríamos eterno. Pero él mismo sabe (y por eso sigue prudente) que para ganar un Mundial no basta con tener poder ni dinero. Ni siquiera jugar en casa y ser Estados Unidos. O ser Brasil y perder contra Bolivia. La democracia de la pelota.
El Brasil de Carlo Ancelotti perdió anoche jugando a más de 4000 metros por un penal sancionado por el VAR, aún más polémico que el que decretó la derrota de la Argentina contra Ecuador, 0-1 en el calor y la humedad de Guayaquil, y, sin Messi, en una de sus versiones más discretas del gran ciclo, retrasado en el campo, sin la pelota, intención frustrada de verticalidad, bajas actuaciones individuales y casi medio equipo suplente.
También sin Messi, la selección había ofrecido en marzo su versión más brillante de la serie, un 4-1 contra Brasil en el Monumental, la noche que “todos fueron Messi”, según graficó Wesley, uno de los humillados en la cancha de River. Es ridículo pensar que la selección puede ser la misma con o sin Messi. Ingenuo, también, creer que la presencia de Messi bastará para ganar. Leo cumplirá 39 años y el Mundial será también con calor y humedad.
Magnético, todavía desequilibrante, Messi, por mucho que repitan ciertos relatos locales, ya no es “el mejor jugador del mundo”. En Estados Unidos estará el gran momento de Ousmane Dembelé liderando a Francia. Su compañero de PSG Vitinha con Portugal. Y, ante todo, la España de Lamine Yamal, que viene de ofrecer una exhibición notable goleando 6-0 a Turquía en su casa y no casualmente reemplazará a la selección como nuevo líder del ranking FIFA.
La ciencia ayuda a la longevidad de los campeones modernos. LeBron James iniciará con 40 años una nueva temporada en la NBA. Venus Williams jugó con 45 el dobles femenino del último US Open, donde Horacio Zeballos, 40 años, se coronó campeón en la versión masculina. Y donde Novak Djokovic (38) fue otra vez semifinalista en single. Allí está también la gimnasta uzbeka Oksana Chusovitina aspirando a su novena Olimpíada seguida con 50 años.
Y en Estados Unidos 2026 estará Cristiano Ronaldo con 41 años, uno de los motores competitivos que impulsan acaso a Messi para no faltar al próximo Mundial. Son todos cuerpos disciplinados, pero también estresados, que han perdido masa muscular, reacción, cognición y resistencia, y más proclives a lesiones que tardan más en recuperarse. Por eso Messi fue prudente tras su doblete del jueves pasado contra Venezuela. En solo cien días termina su contrato con Inter Miami y, más allá de las presunciones, todavía no hay un anuncio formal de renovación. Messi también es una marca.
Si fuera solo negocio, el deporte sería hoy “Enhanced Games”, los “Juegos Mejorados” (o “Potenciados”) que financian el libertario Peter Thiel, (fundador de PayPal), el alemán Christian Angermayer y otros megamillonarios que se sienten dueños del futuro. “Un carnaval” de anabolizantes y EPO, de trasplantes y manipulación genética, “disfrazado de competencia deportiva”, y cuya primera edición sería en 2026 en Las Vegas.
Idea del empresario australiano Aron D’Souza, que habla de inyectarse esteroides, anfetaminas y muchas otras drogas prohibidas por los reglamentos deportivos. Que habla también del “progreso científico” para “explorar los límites del potencial humano”. Y del “sueño” de que un atleta de 65 años, dice D’Souza, sea en el futuro el hombre más veloz del mundo. En 1950 las personas vivían 46 años. En el siglo 21, le dice el presidente chino a Putin, se podrá llegar a los 150 años. Como sea, el objetivo hoy de Messi y la selección es menos ambicioso: 2026.
Más que la eterna juventud, un elíxir mágico, o una inmortalidad supuestamente reservada a unos pocos privilegiados, Messi sabe que el año próximo serán él y el equipo. A Jorge Luis Borges no le interesaba la inmortalidad. Y, en caso de nueva vida, tampoco le interesaba volver a ser Borges. “Seguiremos siendo inmortales”, decía, pero “en nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes”. Muchos años atrás, descendientes de un célebre pintor latinoamericano me decían en plena recorrida por un museo que era imposible que su abuelo fuera autor de cuadros pintados cuando él ya estaba casi ciego. Y que, seguramente, las obras fueron completadas por sus discípulos, merecidos herederos de su legado. Héroe individual y obra colectiva.