Será el Mundial de la diáspora. Históricamente el fútbol de selecciones incluyó jugadores que no habían nacido en los países que representaban. Ya en 1962, tres argentinos muy recordados se pusieron la camiseta de Italia: Enrique Omar Sívori, Humberto Maschio y Antonio Angelillo. Pero el paso de los años y los movimientos migratorios debido a distintos padecimientos cambió al mundo y, por decantación, también a las selecciones. Entre decenas de ejemplos de los últimos tiempos, un caboverdiano (Gelson Fernandes) jugó para Suiza, país al que llegó a los 5 años, y un danés (Oliver Sonne) lo hizo para Perú, simplemente porque allí había nacido su abuela. La FIFA no les pregunta cuánto saben de su nueva camiseta.
No hay federación seria que no se ocupe de rastrear sangre talentosa desparramada en otros países. Esa se convirtió en la clave de las selecciones que representan a países de constantes exilios económicos o políticos. Fue la clave de Marruecos, cuarto en Qatar 2022 con 14 extranjeros en un plantel de 26 jugadores y campeón juvenil reciente en Chile con 10 de 21. Argentina también necesitó rastrear. El conocimiento de Lionel Messi llegó por el boca en boca; el de chicos de la actual sub 17 (José Castelau de Roa, español de padre argentino, y Can Güner, alemán de madre jujeña) dependió de una estructura. Ahora bien, si la idea es desarrollar selecciones multiétnicas, los papeles por lo menos deben estar en regla.
El 10 de junio, Malasia goleó 4-0 a Vietnam en un partido clave de las Eliminatorias para la Copa Asiática 2027. La diferencia, según comentarios de medios de la región, la hicieron los extranjeros nacionalizados que utilizó Malasia, que entre titulares y suplentes fueron diez: los había nacidos en Barbados, España, Países Bajos, Australia, Brasil, Bélgica, Finlandia y tres en Argentina. El brasileño Joao Figueiredo, el español Jon Irazábal y los argentinos Rodrigo Holgado, Imanol Machuca y Facundo Garcés fueron incorporados para ese partido; los demás ya habían jugado en partidos anteriores. La normativa permite que un futbolista pueda representar a una selección que no es la originalmente suya en el caso de que uno de sus padres o uno de sus abuelos haya nacido en el territorio de dicha asociación. El problema fue cuando en la FIFA leyeron los documentos.
Holgado es un delantero de pasado en Almagro y Gimnasia en nuestro fútbol, y presente en América de Cali. Machuca surgió de Unión, fue transferido a Fortaleza de Brasil y, desde allí, cedido a Vélez. Garcés jugaba en Colón aunque llegó libre al Alavés de España. Machuca y Garcés comparten representante. La segunda coincidencia fue que supuestamente tenían familiares nacidos en Penang, Malasia. Increíble punto en común… Hasta que las partidas de nacimiento a las que tuvo acceso la FIFA tenían otros datos: Carlos Fernández, el abuelo de Garcés, nació en Villa María Selva, en la ciudad de Santa Fe, y Concepción Agueda Alaniz, la abuela de Machuca, en Roldán, a 25 kilómetros de Rosario. Veinte años no serán nada, pero veinte mil kilómetros de distancia es bastante.
Se sabe lo que sucedió luego. El 7 de octubre, la FIFA inhabilitó por un año a siete jugadores, entre ellos los argentinos. También multó a la Federación malaya con 440 mil dólares. Y Vélez, sin ninguna responsabilidad en el supuesto ilícito, ya no pudo utilizar a quien había sido su jugador más desequilibrante en la llave de Libertadores contra Racing. Lo que no se sabe tanto es la trastienda. Cuando los Mellizos Barros Schelotto le preguntaron a Machuca si tenía algún familiar malayo, el jugador apenas les contestó “mi abuela”, giró y se fue. Al día siguiente, viajó a Malasia a tratar de solucionar el problema. La única explicación que desde el entorno del jugador le dieron a Ricardo Álvarez, manager de Vélez, fue insólita: le dijeron que, debido a un feriado en Malasia, no habían podido presentar en la FIFA los papeles originales de la nacionalización, pero que en breve ya podrían hacerlo. La Federación apeló y la FIFA tendría que resolver definitivamente el próximo 30. Mientras, no es fácil llegar a la punta del ovillo.
El Johor Darul Takzim es el multicampeón de la liga malaya: ganó las últimas once ediciones. El club pertenece a Tunku Ismail Idris, el príncipe del sultanato de Johor, con una fortuna estimada en 750 millones de euros. En estos años, el sultán contrató a empresarios futbolísticos de habla hispana para armar los planteles que les dieron los títulos. A uno de ellos lo habría acercado luego a la Federación, que el propio príncipe presidió en la década pasada y sobre la que sigue teniendo mucha injerencia. En Asia comenzó a ser común el armado de selecciones con jugadores foráneos. Emiratos Árabes, por ejemplo, genera que decenas de jugadores permanezcan cinco años en el país y así logran nacionalizarlos. No falta mucho para que la selección emiratí sea una Brasil clase C. Malasia, entonces, es acusada de haber hecho algo que están haciendo varias competidoras, pero de manera indebida.
Tal vez haya sido uno de los casos en los que la FIFA buscó con más severidad una posible ilegalidad. Probablemente en Zúrich hayan entendido que deben ponerle un freno a una práctica de la que no se conoce el rumbo. Será imposible ganarles a las selecciones de cultura futbolística y buenos jugadores en cantidad. Pero debajo de esa primera línea, las victorias no serán de quien promueva mejores jugadores, sino del que tenga más dinero y que los pueda comprar.

