“Casa Nostra”, dice Kash Patel. El director del FBI quiere denunciar a la “Cosa Nostra”, la mafia que, según afirma, ha corrompido a la NBA. Pero dice “Casa Nostra”. Y cita a “las familias Bonano, Gambino, Genovese y Lucchese”. Faltó “Colombo” para completar al quinteto de la mafia italiana que controlaba la Nueva York glamorosa y salvaje, pero de los años ’70.
Hoy, medio siglo después, la “Casa Nostra” de Patel, así dicha, podría sonar, pues, a una casa italiana de pastas. O a la propia Casa Blanca, una “Casa Nostra” que, ironizan algunos, manda buques de guerra o “préstamos” según qué país le rinde pleitesía y cuál no. Una “Casa Nostra” que ejecuta a sus críticos a través de funcionarios poco aptos pero leales, como Patel, hijo de millonarios inmigrantes indios, ex fiscal que promocionó libros infantiles en los que él es un mago con túnica que salva al “Rey Donald”. La hora de la “venganza” incluye hoy a la NBA, la Liga deportiva que más confrontó al Rey Trump. Y apunta a LeBron James. “El enemigo”.
La mención de LeBron en un tema tan delicado es completamente desprolija: el exjugador Damon Jones avisó a los mafiosos que su amigo estaba lesionado y no jugaría un partido de 2023. Bastó para que la jauría virtual acuse hoy de corrupto al ídolo antiTrump. Los acusados por el FBI son 34. A los primeros tres que Patel mencionó por su nombre fueron Jones, el entrenador de Portland Chauncey Billups, y el veterano base de Miami Terry Rozier, único jugador activo acusado entre casi medio millar. Suficiente para poner bajo cuestión a toda la NBA, justo en la apertura de la nueva temporada.
El duelo Steph Curry (42 puntos) vs Nikola Jokic (21). Victoria de los Warriors en tiempo extra. Aaron Gordon anotando 50 puntos para los Nuggets. Doble prórroga en la batalla inaugural Oklahoma City Thunder vs Houston Rockets. Actuación estelar de Victor Wembenyama en San Antonio Spurs. Luka Doncic. Giannis Antetokounmpo. ¿Todos mafiosos? ¿Todos jugadores de partidas tramposas de póquer como Billups? Allí estaba Patel, director del FBI denunciando a la NBA. Vinculándola a la vieja “Casa Nostra”. Secundado por Joseph Nocella, donante republicano, nuevo fiscal del Distrito Este de Nueva York. Serio, el fiscal habló de los “Toronto Rangers”. Era Toronto Raptors.
Patel aclara que la causa que él lideró de modo ostentoso en conferencia de prensa el jueves pasado fue abierta años atrás bajo el gobierno de Joe Biden. La NBA sufrió en 2007 el escándalo Tim Donaghy, el árbitro encarcelado por sus arreglos con los apostadores. Luego fue Jontay Porter, primer jugador suspendido de por vida. Y mucho antes, la supuesta protección a Michael Jordan, que apostaba millones en partidos de golf y de póquer. El asesinato de su padre, tan misterioso como su retiro de dos años, con el béisbol de refugio. La mafia endeuda al deportista para luego controlarlo.
¿Pero por qué millonarios como Billups (más de 100 millones en su carrera, 5 millones al año como entrenador) y Jones (que igualmente se declaró dos veces en bancarrota) caen tentados por un mafioso como Robert Stroud, que en 1994, según la fiscalía, asesinó a un hombre en pleno juego de cartas? Años atrás, conocí en un congreso en Inglaterra al mafioso arrepentido Michael Franzese. “La apuesta”, me dijo Franzese, “es una extensión del espíritu competitivo del deportista”. Otros se ensucian invocando necesidad. Y otros son adictos al poder.
Partidos de relleno de fin de campeonato. Jugadores novatos. Suelen ser campo fértil. La NBA pide ahora a sus socios que prohíban apuestas sobre rendimiento individual. Evitar la sospecha (y el insulto) ante cualquier tiro fallado. Sus “socios”, digo, porque la NBA, como casi todo el deporte, se abrazó a las casas de apuestas. Fue un dinero salvador cuando el interés por el deporte comenzó a decaer y hubo que atraer al nuevo público. Espectáculo deportivo más apuestas. Un combo irresistible. Acuerdos millonarios con los titanes FanDuel y DraftKings. “Así todo será ahora más trasparente”, dijo el comisionado Adam Silver.
La NBA autorizó a que las cotizaciones aparecieran en pantalla en pleno partido. Casi la mitad de los estadounidenses de entre 18 y 49 años tienen hoy una cuenta de apuestas deportivas en línea. El partido es simplemente una excusa. “Ruido de fondo”. Las casas legales denuncian a las ilegales y donan algunos millones para cuidar a los ludópatas. Son veneno y remedio.
“Las apuestas están matando a los deportes y consumiendo a Estados Unidos”, escribió ayer en The New York Times el periodista Joon Lee. “Compran publicidad”, son “dueñas de cadenas deportivas”, casi intocables en la prensa y tienen lobby para frenar regulaciones. “No saben lo que están haciendo”, avisó en 2012 David Stern, entonces comisionado de la NBA, cuando el Estado de Nueva Jersey legalizó las apuestas deportivas.
La Corte Suprema dio la autorización decisiva en 2018. “Si perdemos los deportes, el último lugar donde se nos permitió gritar, creer, perder y aun así regresar, no solo perdemos un partido”, advirtió ayer Joon Lee. “Perdemos uno de los últimos lugares compartidos donde la justicia aún se sentía posible: la fe en que el esfuerzo, la honestidad y la esperanza aún podían decidir el resultado”. Welcome to the jungle. Bienvenido a la jungla.

