BOLONIA (Enviado especial).- Si no fuera por la sala de acreditaciones ploteada del verde tradicional de la Copa Davis y los logos de la Ensaladera que está montada en la esquina de Piazza della Costituzione 5, difícilmente se adivinaría que, allí, ocho países llegaron para luchar por ser campeones del mundo en el tenis (uno de ellos, la Argentina). El BolognaFiere, el escenario del Final 8, es un inmenso recinto de exposiciones con fríos pabellones distribuidos en 375.000 metros cuadrados, una superficie equivalente a siete predios de La Rural.
Una vez dentro del lugar, hay que caminar más de 300 metros para descifrar que ahí mismo se desarrolla una competencia deportiva de las más valiosas del mundo. Los distintos cambios de formato que sufrió la Copa Davis a partir de agosto de 2018, cuando la Federación Internacional de Tenis aprobó un rumbo distinto (con la tentación económica que prometió Gerard Piqué, un negocio que no prosperó y terminó mal, con cruces en los tribunales), fue alterando el espíritu y, sobre todo, la atracción y el colorido de las localías. En su momento se anunció que el histórico cambio, con sedes neutrales, se hacía buscando que las máximas figuras se comprometieran a jugar más, pero esa intención se fue diluyendo con el correr del tiempo: aquí, por ejemplo, Jannik Sinner optó por no actuar este año tras haber ganado la Copa en 2023 y 2024 (tampoco Lorenzo Musetti). Carlos Alcaraz es otra de las ausencias, pero por una lesión en el isquiotibial derecho.

En el BolognaFiere, tras avanzar por un pasillo largo y superar el primer control, los visitantes se encuentran con una suerte de hall central con escaleras, concreto y oficinas que rememoran a algunas universidades de la Argentina. Allí es todo silencio y calma; aún resta un largo trecho para entrar en la “experiencia tenística”. Sólo un cartel grande con letras blancas que dice “Davis Cup”, ideal para tomarse fotografías, es la única conexión con la competencia que allí se observa. Una vez que se deja atrás le pabellón y se camina por la intemperie, el frío del otoño impone respeto. Unos metros más y, por fin, aparece el pabellón 37, el sitio elegido por la organización para armar el Super Tennis Arena, un impactante estadio temporal habilitado únicamente para el Final 8, con capacidad para diez mil espectadores.
El espacio es tan amplio que, bajo el mismo techo, se distribuyó la zona comercial y de entretenimientos. Una cancha de tenis con las medidas originales es una de las atracciones donde el público puede darse el gusto de golpear algunas pelotitas. También hay raquetas gigantes para fotografiarse. Como siempre, el stand del merchandising es uno de los más deseados: como ocurre en los Grand Slams, la toalla (a 25 euros) está entre los objetos más vendidos. El patio de comidas ofrece cafetería (el espresso, 2 euros; el cappuccino, 4), gaseosas y agua (a 6 y 2 euros), cerveza (8) y copas de vino (8). Los panini de mortadela o jamón crudo y la focaccia “al pomodorini con mortadela o prosciutto di Parma”, 8 euros; la pizza, 6; los snacks dulces o salados, 4.
Dentro del estadio, la puesta en escena es similar a la de otros torneos europeos bajo techo, como el ATP Finals de Turín, con la cancha iluminada y las tribunas totalmente en penumbras. Esa unificación de la imagen hizo que todo sea más homogéneo, menos característico de cada país organizador de la serie. Ello no evitó, aquí, que se viera mucho color en las tribunas, con su pico máximo -lógicamente- durante la serie ganada por Italia ante Austria (este viernes, los locales jugarán las semifinales ante Bélgica, que eliminó a Francia).
Bolonia está recibiendo por cuarta vez una definición importante de la Copa Davis, aunque en 2022, 2023 y 2024 era por la fase de grupos; esta temporada, por primera vez, organiza el Final 8, con Italia (bicampeón vigente) teniendo un lugar asegurado por ser el anfitrión, lógicamente. La competencia colectiva más emblemática del tenis cuenta con el apoyo del ayuntamiento de Bolonia; por esta semana, la Piazza Maggiore, el corazón de la ciudad, está adornada con objetos de tenis; la torre Asinelli, de 97.2m, símbolo boloñés, está iluminada de verde, en honor a la Copa. Según distintos informes, el impacto económico que genera la Copa Davis durante esta semana es de unos 150 millones de euros.
Poco le importa a la ciudad del norte italiano que una porción de los espectadores (y también de los jugadores) consideren que el certamen perdió el espíritu de otros tiempos. “Jugué contra Nadal en una plaza de toros, esa es para mí la verdadera Copa Davis. Mantengo mi opinión, siempre la dije en estos últimos dos años, no creo que esta sea la verdadera Copa Davis, sólo es un torneo de exhibición que se llama Copa Davis. La jugaré por mis compañeros de equipo, que me pidieron que jugara, pero esto no tiene nada que ver con la Copa Davis”, dijo Alexander Zverev, número 3 del ranking y uno de los más críticos.
Muchos comercios aprovecharon las visitas impulsadas por el Final 8 y subieron las tarifas, sobre todo en el sector hotelero, donde el precio medio de una habitación doble pasó de 205 euros por noche “en condiciones normales” a 285 durante la Copa Davis. Los alquileres de habitaciones por la plataforma Airbnb siguieron la tendencia, pero con un aumento ligeramente inferior: el precio promedio de un departamento subió de 152 euros por noche a 185. Michele de Pascale, presidente de la región de Emilia-Romaña (cuya capital es Bolonia), apuntó: “Recibir la Copa Davis es una decisión estratégica, fruto de una relación con la Federación Italiana de Tenis y Pádel, una de las más sólidas, arraigadas y fuertes de nuestro país. Una relación que hoy tiene su mayor logro en la Final 8”. Con sus particularidades y diferencias (algunas, no aptas para nostálgicos), esta semana la Copa Davis encumbra a Bolonia como el centro del mundo de las raquetas.


