Cinco años transcurrieron ya desde que el extenista Guillermo Pérez Roldán, en medio del silencio aturdidor de la pandemia, relató ante LA NACION y por primera vez los múltiples malos tratos que había sufrido por parte de su padre, Raúl, cuando éste era su entrenador. Esos años tormentosos aún siguen repercutiendo interiormente en él, pero Guillermo atraviesa una etapa de aprendizaje sobre la felicidad y empezar a vivir. A sus 55 años. De hecho, en su agenda para este viernes figuraba el casamiento con Laia, un paso adelante en pos de seguir espantando los temores que propiciaron aquellas marcas. Ahora, en una charla con Pía Shaw, cuenta vía LA NACION un presente de cambios rotundos.
“Estoy pasando un momento de vida muy particular, lindo. La vida continúa y las cosas cambian. Mi vida cambió para bien. Me estoy reinventando permanentemente y estoy, quizás, con la posibilidad de ser muy feliz”, sostiene quien, mientras estuvo en el circuito de tenis, llegó a ser el número 13 del mundo (1988) y ganó nueve torneos. Sin embargo, como “nada se puede cerrar por completo”, mantiene latente cierta intertidumbre en cuanto a haberse liberado de aquella experiencia. “Siempre es difícil, con la vida pasada, no mirar arriba para ver de dónde viene la piedra. Uno tiene un poquito de miedo a ser feliz, está como más atento. Pero estoy aprendiendo. Estoy trabajándolo porque mi vida ha cambiado”, manifiesta.
No alejarse del deporte fue un motor para establecer una distancia con el sufrimiento. “Estoy trabajando en Estados Unidos desde hace unos años, viviendo en Miami, como profesor de tenis. Mi pasión nunca va a cambiar. Trabajo mucho con los chicos para enseñarles y que terminen llegando a las universidades con becas. Es un trabajo muy entretenido, me gusta. Trabajo también con profesionales, aconsejándolos, y con otros entrenadores”, explica.
“Terminé de jugar a los 23 años, a los 24 terminé en la calle, hoy tengo 55, sigo trabajando unas doce horas por día y no me molesta. Porque me gratifican estar, compartir y enseñar; es mi vocación. Lucho por que los chicos puedan desarrollarse con sus propios talentos y no coartarles los sueños“, se reconforta, aún inmerso en un mundo que lo afectó pero ahora recorriendo el camino opuesto.
“Eso, para mí, es fundamental. Al intentar cumplir un sueño, no hay un fracaso. Vos podés hacer algo muy bien y puede no gustarle a la gente. Seguís intentando y no da resultado: perfecto, pero es tu pasión. Y las pasiones nunca cambian. Quizás, no te da dinero para comer. Bueno, trabajás de esto y seguís haciendo tu pasión. Lo bueno de todo esto es que el tenis, a pesar de todo lo que me ha pasado, sigue siendo mi pasión“, dice orgulloso Pérez Roldán en la redacción de LA NACION.
¿A qué refiere? La violencia que reveló en 2020 fue no sólo física, sino también psicológica y económica: “La traición de un padre a un hijo es terrible. Si yo te te contara realmente las cosas fuertes, como perder un partido, entrar en una habitación y que te peguen una piña en medio de la boca con el puño… O que te metan la cabeza en un baño o te agarren a cintazos arriba de una cama. O un robo de cuatro o cinco millones de dólares. Lo que gané jugando al tenis, al otro día no lo tenía. Mi vieja [Liliana Sagarzazu] y mi viejo firmaron para sacarme la plata de mis cuentas», añadió al revelar la situación hace un lustro.
La Justicia hoy está encargándose de una causa contra Raúl Pérez Roldán por lavado de dinero, pero “Rocky” –así lo apodaban en sus tiempos de drives y físico potentes– prefiere no tocar esos temas, sino depositar plena confianza en su abogado, Juan Ignacio Pascual. “Tengo que tener la mente limpia, no tengo que enfermarme de noticias. Me genera algún cambio de estado de ánimo y no lo quiero», enuncia.
De todos modos, pone sobre la mesa su situación económica actual. “Estamos hablando de 1994, y quizás recién ahora estoy empezando a tener ahorros. Yo no tengo casa, tengo dos autos. Eso es lo único que tengo como propiedad. Siento que estoy viviendo una vida muy linda. El objetivo de mi vida fue sentimental y no económico. Pero sí me he esforzado mucho por vivir discretamente bien», revela.
“Ojalá se haga justicia. Uno tiene que hacerse responsable de sus actos. Para mi hermana, que se ha portado realmente mal, porque iba a apoyar la causa [también sufrió ataques de Raúl] y no lo hizo. Para mi mamá y mi padre, que son personas pero no fueron padres. O, al menos, les faltaron unos renglones por leer”, anhela. Y se diferencia: “Yo prefiero pasarme de sobreprotector, que también está mal, y no lo que hicieron conmigo”.
En 2022 protagonizó un documental, suscitado tras aquella primera entrevista con LA NACION que destapó lo que guardaba en su mente. Participar generó más dolor en su alma. “Me trajo muchos malos recuerdos. Golpes muy fuertes, por volver a contar. Pero con la ayuda de la gente y mi ayuda a los chicos, ya mi esfuerzo está. A la vez, a raíz del documental, tuve la posibilidad de conocer a Laia, con quien me caso. Soy un agradecido a las cosas que pasan. El documental fue un antes y un después, porque la gente pregunta y tenés que estar muy sólido para no volver a ver lo que te ha dejado eso, que son marcas con las que tenés que convivir”, aclara.
“El documental fue justamente hecho para la protección a los chicos, para cuidarlos de esas cosas, pero yo había comentado que seguramente iban a volver a pasar. Y enseguida, después de dos o tres meses, pasó con una chica. Desde entonces, ATP y WTA hicieron cosas como para protegerlos. Me siento orgulloso de haber colaborado con esto, porque llegó a todos lados y ayudó a llevar la bandera de la protección”, se complace. Y añade: “Yo no hablo de eso con los chicos, que van desde los siete u ocho hasta los 20 años. Pero a mí me enseñaron lo que no hay que hacer. Y a medida que pasa el tiempo, voy descubriendo lo que tengo que hacer”.
«Podría contar un millón de cosas más en un segundo capítulo. Lo que pasa es que al documental lo filmamos en unas treinta y pico de horas. Me lo hicieron ver antes y, cuando lo miré, me enojé. Les dije «chicos, a esto no va a verlo nadie. Está muy liviano porque es una historia ínfima de lo que pasó». Yo quería un documental cercano a la realidad”, detalla. Y promete desnudar otros sucesos: “Después de que saliese, el tema sigue: responder miles de mails, incluso a gente que pasó por algo parecido, y ver el soporte de la gente que lamentablemente se vio identificada. Los dos años posteriores fueron desgarradores. Ahí se juntó todo un clan que, llegado el momento, comentaré“.
Ricardo Pristupluk
“No puedo decir todo por respeto a mis cuatro hijos; quizás les haría mal. Entonces no voy a hacer nada. Sí voy a proteger a ellos y a todo el círculo al que amo: ellos, mis cuatro amigos de siempre, Laia, la gente con la que trabajo, los chicos que son alumnos míos. Siempre trato de llevar un poquito la bandera de la sobreprotección, que no me gusta porque me hace estar muy alerta y me canso”, explica.
En esa necesidad de mantenerse una parte en silencio hay una percepción muy personal en Pérez Roldán: “Hace unos años dije que estaba en la juventud de mi vejez, y ahora cambiaría la frase: hasta los 40 años uno va subiendo, hace una meseta hasta los 45 o 46 y después empieza a volar el tiempo. Es una sensación mía, pero cuando peor la pasás, más rápido pasa el tiempo. Me gustaría frenarlo, cosa que no puedo hacer. Pasándola bien, el tiempo tiene más recuerdos fehacientes que podés llevarte”, considera.
Una vez descargadas las cuestiones negativas, disfruta las buenas sensaciones que experimenta tras estos cinco años de quiebre en su vida. “Me parece raro estar bien, es difícil. No puede ser que esté viviendo bien, que mi trabajo esté bien, que haya visto a mis hijas y nos hayamos ido de vacaciones. Estoy empezando a disfrutar la vida, hoy, con 55 años. El amor verdadero. La gratificación de estar con una mujer que me dice la verdad. Estoy realmente bien», concluye Guillermo Pérez Roldán.