Vivo en las tres competencias, el pulso futbolístico de River es oscilante. Cuartofinalista en las copas Libertadores y Argentina, y puntero en su zona del Clausura, el equipo de Marcelo Gallardo resuelve mejor de lo que juega. Atraviesa por más de una realidad, con algunas certezas y no pocas incógnitas. Estandarizó una irregularidad futbolística que su técnico, acertadamente, hace unos días la calificó con “cinco puntos”. Ni despega ni se derrumba, avanza un poco a los tumbos, en un proceso que sigue abierto a mejoras necesarias.
Venció 2-0 a un San Martín de San Juan que, si no desciende, se mantendrá en primera división con lo justo. Ante un rival sin malicia, preso de sus propias limitaciones para defender y atacar, River consiguió un triunfo lógico, pero dejó pasar la oportunidad de mandar un mensaje más convincente y rotundo en cuanto al rendimiento. Otra vez los claroscuros, los pasajes de dispersión y desconexión.
River tiene claro a lo que debe jugar, pero le falta estilo y personalidad. Se desdibuja con frecuencia en la mayoría de los partidos. Quizá este domingo destemplado no era el día para afinar el funcionamiento, ya que Gallardo decidió hacer una rotación en la formación, más allá de que el próximo compromiso será dentro de 13 días, frente a Estudiantes. No había necesidad de preservar a nadie por una exigencia inmediata.
Pero quizá por esa nota de “los cinco puntos”, Gallardo quiere mover el plantel, encontrar alternativas y variantes, tener a todos atentos, más allá de que hay entre siete u ocho titulares fijos. River salió con una alineación con varias novedades, que hasta ahora nunca había coincidido en una cancha.
No hizo falta que corrieran muchos minutos ni un progresivo desgaste para que quedara en evidencia la endeblez defensiva de los sanjuaninos. A River se le simplificó el asunto, también porque la diferencia de jerarquía individual, aun reservando a varios titulares, lo puso un par de escalones por encima de su rival. Aun con algunas lagunas defensivas –no son nuevas, independientemente de quienes jueguen-, cuando River se enchufó, la resistencia de San Martín fue más fina que la lluvia que por momentos cayó sobre el Monumental.
A los 17 minutos, River ya ganaba 2-0, sí, pero unos segundos antes, Maestro Puch había reventado un palo con un remate. La asistencia larga para el ex Independiente había caído en la zona que debían cubrir Paulo Díaz y Casco, ambos muy desentendidos de la marca. En el cuarto de hora inicial, el partido tenía un aire abierto, con River tratando de encontrarse y San Martín animándose más de lo imaginado.
Las buenas intenciones del equipo de “Pipi” Romagnoli quedaron rápidamente condicionadas por su flojera para cubrir espacios en campo propio. River encontró más de un atajo para atacar. Tras un buen pase de Castaño, la proyección de Bustos continuó con un centro a la cabeza de Quintero, que demostró que su zurda es infinitamente mejor que su juego área; le entró con el techo del cráneo, a contramano de cualquier manual.
Mientras a Portillo no se lo veía seguro ni confiado para adueñarse del centro del campo, el dinamismo de Castaño era un buen nexo con los compañeros de ataque. Con Quintero y Lencina compartiendo la función de enlace, cada arranque de Salas era dinamita para una defensa que amenazaba desintegrarse con mucho menos, con un simple petardo.
Lencina comenzó la jugada que terminó con su gol para el 1-0, en una acción previa que le había costado clarificar a Subiabre, demasiado nervioso en varias de sus intervenciones. Lencina resolvió con un zurdazo y se fue a festejarlo con bronca –pateó el palo del banderín del córner-, quizá sacándose alguna espina en el proceso que fue de una serie positiva, con dos goles a Instituto, a un bajón que lo había relegado al banco de suplentes.
El partido le quedó rápidamente de cara a River. Tres minutos después de la apertura del marcador, un pelotazo de Casco lo puso a correr por la izquierda a Salas, que le pasó por encima a Cáseres para definir con zurdazo cruzado. El delantero que llegó de Racing es un derroche de energía, piernas y pulmones al servicio de la intensidad. Solidario en todo momento.
Gracias al resultado, el desarrollo se le hizo ameno a River, sentía que tenía el gatillo ofensivo, más allá de que su escudo protector defensivo mostraba algunas grietas. San Martín seguía columpiándose entre el atrevimiento y la inocencia. El balance le dio mal, seguramente porque anda escaso de material para que lo acompañen mejores resultados.
River pasa por los partidos con chispazos. Entre los 10 y los 15 minutos del segundo tiempo pudo golear con un tiro libre de Quintero, un cabezazo de Paulo Díaz y una escalada de Bustos. Fue como si hubiese echado el resto, porque lo que siguió fue pobre, deshilachado. No mejoró con los cambios, con los ingresos de Galarza, Juan Meza, Dadín y Borja.
Portillo nunca tuvo presencia y Castaño había bajado el nivel. San Martín siguió buscando el descuento con tanta dignidad como con escasa pegada. River ya no se esmeró, se dedicó a esperar al final, triunfal, sí, y dándole otra vez la razón a Gallardo y el equipo de los “cinco puntos”.