Faltaban treinta segundos para que Darío Herrera diera el pitazo final de un clásico en el que el Huracán de Frank Darío Kudelka ya había convertido sobre la hora el gol de la serenidad y, a la vez, del delirio. Si no hubo peligro en casi la totalidad del encuentro ante San Lorenzo, más allá de que un partido de fútbol no finaliza hasta que el juez lo determine, ¿qué podía pasar con el 2-0 en ese mínimo lapso?
Al entrenador no le importaba, seguía viviéndolo con su cara de pocos amigos, haciendo “montoncito” con ambas manos y lanzando al aire el interrogante hacia el cuerpo arbitral: “¿pero cuánto más vas a jugar?”. Pitazo, saludo cordial con el cuarto árbitro (Sebastián Zunino) olvidando el reclamo y sin aportar sonrisas. Matko Miljevic quiso treparse a su espalda, pero no tuvo demasiado éxito. Aceptó el cariño, pero se lo sacó de encima rápido y se centró en caminar el campo del Tomás Adolfo Ducó sin perder la cordura, mientras ubicaba la caminata de Miguel Ángel Russo para saludarlo.
Una vez que las tensiones bajan, pone su voz ante el micrófono de la conferencia de prensa y se desnuda cuando combina la descripción de su búsqueda en el club con su manera de ser. Se reconoce públicamente y ahí, quizás, es cuando más fácil se le desprende una mueca de sonrisa, de esas que exponen su más grande sincericidio, casi entregándose al “tienen razón”. Aunque, en otras frases, mantiene una dureza que no pasa por el capricho de no querer cambiar, sino por la convicción de que, por el contrario, nadie le alterará sus maneras. En cada charla no tiene filtro porque no quiere tenerlo. Ser real no se negocia.
Kudelka, que nunca fue jugador profesional, guarda joyas para cada frase. Ganarle a San Lorenzo lo entusiasma, pero no lo exalta ni lo corre del eje. Repite en cada respuesta la sentencia de que “esto es un proceso”. Desde ya, no le gusta individualizarse en el trabajo hecho durante el mismo: “¿A qué recurrí en la semana? Uno podría subirse a un peldaño inadecuado a través del triunfo y yo no quiero soslayar lo otro: estamos tratando de hacer un proceso evolutivo, en nuestras prestaciones”. En el medio, una pausa que siente necesaria cuando le presta atención a su vocabulario, inusual en el fútbol argentino: “Perdón, hago un paréntesis. Lo digo de esta manera porque me gusta hablar así, por más que algunos digan que hablo demasiado. Si no, lo hablo con palabras más cortitas: ‘sí’ y ‘no’, pero ‘A buen entendedor, pocas palabras’. O sea, si uno explica es para que entiendan. Después, si no se entiende, no es problema mío”, se desliga de cualquier crítica que le dediquen al tiempo de sus apariciones y a su léxico.
Entonces, retoma, con la garganta más liviana: “Yo no salí conforme con la semana que transitamos, pero también entendí que, en medio de esta evolución, habíamos visto cosas importantes en estos días, fundamentalmente en lo estratégico. Hoy se cumplió, fuimos muy superiores al rival. Es para aplaudir a los jugadores porque concretaron este gran triunfo cumpliendo a rajatabla la premisa que teníamos”. Enorgullecido, pero sin dejar de pisar tierra, en diálogo con ESPN alimentó esa sensación con una aclaración ligada a una posterior autocrítica.
“En la semana nos faltaron cosas porque había situaciones no resueltas que debemos resolver aun con el resultado de hoy. Soy bastante obsesivo en mis pretensiones y por ahí pasa, no mi inconformismo, pero sí el deseo de que sea mejor”, se puso en primer plano, ahora sí, para advertir el motivo por el cual no se lo ve relajado. “Valoro mucho los resultados obtenidos hasta acá. No obstante, soy una persona exigente, obsesiva y eso hace que a veces uno, no que no esté conforme, sino que quiera siempre un poco más”. Por eso, encaja a la perfección otra respuesta de la conferencia post clásico en la que se reprocha y, a la vez, parece rendido ante esa forma de vivirlo: “Disfruto mucho los triunfos internamente. Mi cara no lo refleja, es cansancio… Debería disfrutarlos más”.
Esa mezcla, evidentemente, revela lo agotadora y estresante que le resulta también la previa a un compromiso. Más aún si se trata de un clásico. En las horas previas a vencer al “Ciclón”, su contacto con la prensa tuvo algunas respuestas que, pese al respeto que prepondera, albergaron un contenido algo desganado, cercano a la poca tolerancia con lo consultado: “Yo no creo tener la capacidad de analizar cómo va a ser el partido. Si digo una cosa y no resulta, hablé de más; si respondo y pasa lo que digo, acerté. Puedo contestarla, pero van a ser respuestas remanidas. Uno idealiza cómo quisiera que sea a favor nuestro. Muchas veces respondo esta pregunta y después pienso: ‘¿Qué estoy respondiendo? Si no sé cómo va a ser el partido’”. Dicen que, una vez terminada la interacción con los periodistas, Kudelka les ofreció disculpas por si alguna contestación se interpretó mal.
Evidentemente, además de trabajarlo, en su interior sí imaginó el partido ante San Lorenzo. Salió a la perfección: Huracán terminó jugando un clásico serio, a la altura, con la lectura perfecta. Seguramente, no tuvo ganas de comentarlo. Se insiste: hombre de 63 años, tiene el cassette bien guardado. Hace unos meses, cuando su equipo se jugaba la Liga Profesional ante Vélez, lanzó el dardo: “Muchos de ustedes no quieren que salgamos campeones por Boca y River (el primero se quedaba afuera de la Copa Libertadores y, el segundo, arrancaba desde el repechaje)”.
Es su esencia. Si no, no haría falta tampoco viajar a su primer ciclo, entre 2013 y 2014, cuando el “Globo” jugaba en la B Nacional: “Les vamos a demostrar que somos capaces a unos que no nos creían. No lo decimos como revancha: nos sacan el fuego interno y lo vamos a luchar hasta el final”. Luego, si aparece algún curioso, decide el accionar, si abre por completo o no el telón de la cuestión.
Incluso, este domingo se remontó a la reflexión social que ya había hecho durante su segundo ciclo, hace pocos años: “¿Desde el primer minuto ya estás insultando, flaco? Nadie le escapa a esto, no nos miremos por otro lado ni nos saquemos el poncho, eh. Porque mi cabeza también la ponen en la plaza para que la pateen, eh. A ver si me tengo que quedar o ir. Yo quisiera que alguno se ponga en mi situación, a ver si les gusta o no”, descargó aquella vez.
Ahora, lo ligó a la resistencia que arrastraba Rodrigo Cabral, autor del segundo tanto: “A uno le gustaría pedirle a la gente un poquito más de paciencia. Son chicos. No soy quién para pedirle nada a nadie, pero me parece eso. Nuestro lado izquierdo terminó con recursos genuinos. Pero eso hay que sostenerlo y ayudarlo, no fustigarlos. Anímicamente no es fácil entrar cuando no quieren que entres”.
“Yo soy defensor de los jugadores propios. Y a los jugadores propios los tenemos que defender los que estamos en esta casa: no los van a defender los que están en el otro barrio”, defiende a capa y espada, y confía: “Los jugadores captan nuestras formas, los mensajes, las ideas y se adhieren a eso”. Hace rato, Frank Kudelka es Huracán. Y con el clásico, fortaleció esa sensación.


