Escondido en una oficina, de un mediodía cualquiera cuando la temporada ya se había terminado, el fútbol argentino definió quién era su campeón 2025. Hasta Frankenstein, el torneo de 30 equipos, se revolvió en su pestilente pantano. Los otros 29 partícipes del grotesco se enteraron que un título estaba en juego cuando ya no tenían derecho a nada. El poder de daño de la gestión Tapia logró superar a la ficción. Este mamarracho no podía anidar ni en la mente del más afiebrado psicópata futbolístico. La AFA de Tapia lo hizo de nuevo: borroneó sus reglas para establecer nuevas a puro golpe de antojos y con tufillo a intereses dirigidos.
Rosario Central es apenas la anécdota. Sí, se podrían haber reservado para un espacio privado las sonrisas complacientes en la fotografía con el trofeo. Los méritos son indiscutibles, pero las formas resultan inaceptables. Pillería consumada. Pierde derechos a cualquier pataleo futuro aquel que se suma a las trapisondas actuales. Para detener el derrumbe, alguna vez, alguien debe sentirse avergonzado. Cuidar al fútbol es alzar la voz con valentía, porque la AFA acelera en su obstinada cruzada por destrozarlo todo. Acabó con la transparencia, desconoce la nobleza y nunca le interesó la prolijidad.
Parece una cínica competencia por empujar los límites del espanto y burlarse una y otra vez de los actores del fútbol. De todos, comenzado por los hinchas que, muchos, ya asqueados, empiezan a mostrar su hartazgo. Pero no votan, por eso Tapia tampoco los registra.
Tantos desatinos están sostenidos por una telaraña de incapaces. Cobardes y acomodaticios. Masoquistas, también, felices con el triste papel de aplaudidores del horror. Dirigentes serviles que empiezan por las conducciones de Boca y de River, aliadas en el silencio o desde un cortejo dantesco.
El regreso de los visitantes fue una parodia de vuelo gallináceo y tinte electoral. Los arbitrajes naufragan entre las sospechas y la deshonra. El VAR certifica entre líneas inventadas su estilo tendencioso. Los escándalos a cielo abierto se repiten cada vez en más canchas porque la indignación de sentirse ultrajado exaspera hasta a un monje tibetano. La agencia Aprevide borra con la mano sus sentencias para que también desaparezca su utilidad. El Tribunal de disciplina de la AFA espía, entonces la suya no es justicia, y el Tribunal de ética se esmera por cumplir con su función… que es la de atemorizar y adoctrinar.
De los últimos 40 años, al menos, nunca el fútbol argentino vivió bajo tanto sofocamiento. Y a Tapia no se le ocurre mejor consuelo que buscar blindaje en los cuestionamientos a la figura de Julio Grondona. Una estrategia que lo desnuda. Porque Tapia elige culpar a los demás, a los que llamó “artistas que predisponen mal”. Ridículo victimismo. Y señaló a los jugadores, a los periodistas, a los técnicos y a los hinchas, desatendiendo que la conducción impone el clima de época. Un tiempo oscuro, imposible de iluminar cuando sus faroles son la repugnancia y la impunidad.


