El irritado presidente Donald Trump que asaltó las pantallas en la noche del miércoles, seguramente habrá espantado a los líderes republicanos, alegrado a los demócratas y confundido a los norteamericanos en general. El magnate perdió en esos 18 minutos de discurso una enorme oportunidad de sintonizar con los problemas de la gente que le reprochan el alza de los precios y de la desocupación, este último a niveles sin precedentes en los últimos cuatro años.
Trump, en cambio, dedicó su mensaje leído a una autocelebración de su gestión, revoleando números incomprobables de inversión y crecimiento y citando constantemente a su predecesor Joe Biden como el responsable de cualquier problema que aparezca en ese mosaico ideal. Toda la escena es particularmente importante porque revela debilidades ya evidentes cuya profundidad determinará la evolución futura del liderazgo trumpista y su capacidad de mantener alianzas, en especial con los jueces del Supremo.
El mensaje presidencial tuvo una enorme audiencia debido a que el magnate, que se ufana de manejar con éxito la comunicación pública, sugirió que haría anuncios graves ligados principalmente a la crisis militar en Venezuela como insistieron algunos de sus seguidores más radicales. No hubo nada de eso, pero el discurso se convirtió en una cadena nacional, algo poco común en EE.UU.
Se notaba, sin embargo, que aunque logró lo que se proponía, Trump no ocultaba su incomodidad, sin un interés real para estar ahí y obligado por sus asesores que le recomendaron enfrentar un problema que afecta a los consumidores, es decir a los votantes. Hasta ahora, para Trump esa realidad inflacionaria era una falsedad, una “estafa inventada por los demócratas”, afirmando que su gestión merecía un diez multiplicado varias veces como afirmó sonriente en una entrevista en el portal Político.
Aquella incomodidad que revelaba su desacuerdo con la necesidad de defender su gestión, se advirtió en un amontonamiento de exageraciones por momentos extravagantes. Trump repitió ahí que Estados Unidos se apresta a recibir inversiones por 21 billones de dólares ($ 21 trillión), un absurdo según analistas como Bloomberg Economics que señala que la cifra equivaldría al 70% del PIB de EE.UU. Aunque los especialistas reducen esa posibilidad a cifras más lógicas por el regreso o la llegada de nuevas factorías al país para evitar el costo de los gravámenes, se trata por el momento solo de promesas.
En la misma autoalabanza, el mandatario remarcó que es el primer dirigente en 3.000 años (!) que cesa la guerra de Oriente Medio. O que Biden dejó ingresar al país “a 25 millones de inmigrantes ilegales” cuyas viviendas desocupadas ahora por las expulsiones masivas, pasaran a manos de estadounidenses de cuna.
Con un estilo que recordó a ciertos dirigentes latinoamericanos, arrancó y repitió luego que “heredé un desastre”. Argumento que poco antes también había esgrimido su vicepresidente JD Vance prometiendo un 2026 con los éxitos por ahora ausentes. Señales consistentes de que las cosas no están funcionando según lo que se esperaba .
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, posa en la alfombra roja para los Kennedy Center Honors 2025 en el Centro John F. Kennedy para las Artes Escénicas en Washington. Foto ReutersComo esta columna ha indicado anteriormente, Trump recibió hace un año cuando regresó a la Casa Blanca una economía relativamente estable. Biden, en junio de 2022 confrontó, es cierto, una inflación cercana al nueve por ciento como consecuencia del daño de la pandemia. La logró reducir a menos de tres por ciento, sin recesión y crecimiento del país, además con descenso de la desocupación.
El bolsillo de la gente
En su campaña Trump y sus aliados necesitaban negar esos números e insistían, en cambio, que el país estaba atragantado por una crisis inflacionaria que destruía el bolsillo de los consumidores porque de verdad no llegaban a fin de mes. Eso sería consecuencia, afirmaban, de una mala praxis del líder demócrata por su incapacidad para gobernar debido a su edad avanzada (tenía 71 años cuando asumió) que le impedía reconocer los problemas.
Hay una dificultad real en ese armado que le garantizó a Trump una victoria aplastante, incluyendo el voto mayoritario y control de ambas Cámaras. Era debido a la irritación de más de cien millones de norteamericanos que reprochaban que el gobierno demócrata exhibía buenos números macro, pero los precios de la canasta familiar seguían al nivel elevado que alcanzaron durante la pandemia, por encima de lo que costaban cuando Trump gobernó su primer mandato. En términos más claros, el chango del supermercado quedó un 20% aproximado más caro al margen de la caída verificable del costo de vida.
Ahora es Trump, que cumplirá 80 años en junio próximo, quien está en el mismo sitio que estuvo Biden, cuestionado por las bases que lo votaron que esperaban que resolviera ese problema. Una dificultad que en cambio el magnate ha agravado con su política arancelaria proteccionista que encarece insumos y el costo final para los consumidores. Los exportadores no pagan esos sobrecostos.
Según las propias cifras oficiales de la Casa Blanca, la inflación está ahora rondando el 3 por ciento, por encima de donde la dejó el demócrata, pero con números relativos tras el cierre del gobierno, un nivel que podría incluso reducirse por debajo de lo que pronostican los analistas. Pero lo que la gente mira, como con Biden, es que el precio de las naftas es 50% superior a la cifra que sostiene Trump, o que la carne trepó 20% y el café otro tanto.
En niveles macro en noviembre la curva de alza del costo de vida se acercó notoriamente con la que marca el descenso del empleo. Ese dibujo es un callejón para los directivos de la Reserva Federal. Han bajado las tasas para estimular el empleo, pero el crecimiento del dato inflacionario obligaría a una suba de los tipos para enfriar la economía con el riesgo de que crezca la desocupación. Trump rechaza esas sofisticaciones, y reclama controlar el tipo de interés directamente desde la Casa Blanca con su gente en el directorio de la FED, rompiendo la independencia del Banco Central, una novedad que ha colocado en una posición muy cautelosa a la Corte Suprema.
Como la economía no está mejorando, más bien al revés, los republicanos han sumado derrotas electorales centrales en noviembre y diciembre que preocupan porque anticiparían un revés en las legislativas de noviembre próximo que dejarían a Trump como un pato rengo, que es como describen en EE.UU. a los mandatarios cuyo poder está condenado a extinguirse.
Esto sucede porque no hay nada escrito en piedra. La suposición de que la gente vota por arrebatos ideológicos es un tanto ilusa. Vota por intereses inmediatos muy por encima de ideas. Es lo que acaba de suceder en Chile, donde no hubo un pasaje de la izquierda a la derecha como se proclama por comodidad informativa, sino de un gerente a otro detrás de la demanda de una mejora general, una deuda que se viene arrastrando desde hace más de una década en ese país.
Este es un fenómeno global y se vincula con la aguda concentración del ingreso que marca este cuarto de siglo y que ha dejado a masas enormes e irritadas en las orillas del reparto. Solo notar que las victorias demócratas en New Jersey y Virginia en noviembre fueron por más de diez puntos en ambos casos y superó los 25 en California.
Es debido a ese panorama y a la ignorancia de Trump sobre su gravedad, que un grupo de legisladores republicanos se rebelaron en la Cámara baja para impedir que este primero de enero el sistema de salud para los más pobres, el obamacare, pierda los subsidios estatales que lo hacen posible, incrementando los costos de cualquier atención. Esos políticos saben que esa agresión se traducirá en votos que se perderán en noviembre, de personas que hace poco más de un año eligieron a Trump como su salvavidas.

