Cuando se produce un gran acontecimiento todos recordamos dónde estábamos en ese momento. La sorpresiva elección en 2013 de Jorge Bergoglio como pontífice fue uno de esos casos. En la media tarde argentina de un miércoles la noticia provocó un enorme impacto seguido de un gran entusiasmo en muchos de sus compatriotas que cumplían con sus obligaciones cotidianas. No fue el caso de la entonces presidenta Cristina Kirchner que reaccionó enfurecida. Es que ella y su marido siempre lo habían considerado textualmente el “jefe espiritual de la oposición”.
Más que eso: el matrimonio presidencial había promovido una campaña contra el entonces arzobispo de Buenos Aires que consistía en acusarlo a través de artículos de periodistas “amigos” de haber sido cómplice de la última dictadura militar por supuestamente “entregar” a dos sacerdotes jesuitas de cuya orden eran en ese momento el superior. La campaña fue efectiva: Bergoglio tuvo que declarar en calidad de testigo en la casa ESMA ante un tribunal oral con el riesgo de quedar imputado, si bien los jueces consideraron que no había fundamento.
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Las imágenes de los recibimientos del sumo pontífice a Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández y Javier Milei durante sus respectivas gestiones.
En aquellas primeras horas de la noticia la bronca de Cristina era tal que en un acto en el premio de Tecnópolis no pudo decir en su discurso que un argentino había sido elegido papa, sino que lo fue “un latinoamericano”, mención acompañada de silbidos por parte de simpatizantes de La Cámpora. Paralelamente, los diputados kirchneristas encabezados por el entonces presidente de la cámara, Julián Domínguez, se negaban a hacerle un homenaje a Jorge Bergoglio provocando la airada reacción de las fuerzas opositoras como el PRO.
Pero esa “foto” política convertida en “película” mudaría radicalmente en los años siguientes. Por lo pronto, en aquel momento, quien era secretario de Comercio, Guillermo Moreno, le advirtió con firmeza a Cristina que sería una locura seguir confrontando con Bergoglio como pontífice. Ella comenzó a volver sobre sus pasos y tras participar de la toma de posesión de Francisco, tuvo una larga reunión con él en la que le pidió a su modo disculpas: “yo creía que usted era otra cosa”, le dijo y le pidió ayuda para su gobierno.
La estrategia le dio resultado a Cristina. Nada mejor frente a Bergoglio que la disculpa y el pedido de ayuda en una charla mano a mano, sin protocolos. De hecho, en un momento de particular debilidad de su presidencia Francisco recomendó: “Hay que ayudar a Cristina” dado que temía un final como el que tuvo Fernando De la Rúa. Pero la explotación política abusiva que ella hizo del vínculo -lo visitó cuatro veces, en una con La Cámpora, lo saludó en Brasil, Paraguay y Cuba- disgustaron al Papa.

La relación se terminó de dañar cuando ella, tras elegir a Daniel Scioli como candidato a sucederla, puso como compañero de fórmula para intentar tenerlo controlado y eventualmente sucederlo a Carlos Zannini. Y, sobre todo, cuando ella designó como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires a Aníbal Fernández, a quien los curas villeros acusaban de tener vínculos con el narcotráfico y por cuya candidatura, sutilmente, salieron a hacer campaña en contra.
El gesto con Macri y la acusación de Bergoglio contra dos asesores estrella del PRO
Con el sucesor de Cristina en la presidencia, Mauricio Macri, las cosas fueron diferentes. Bergoglio como arzobispo porteño se había sentido defraudado por el fundador del PRO debido a que siendo jefe de Gobierno porteño no apeló un pronunciamiento de una jueza de la ciudad que declaraba inconstitucional el impedimento (todavía no había sido sancionada la ley de matrimonio igualitario) a que dos personas del mismo sexo pudieran casarse.
Poco antes, Bergoglio había accedido a un pedido de Macri de avalar la candidatura como constituyente con vistas a la reforma constitucional de la provincia de Misiones del entonces obispo de Puerto Iguazú, Joaquín Piña, un férreo opositor -con grandes posibilidades de lograr muchos votos- al único propósito que buscaba el entonces gobernador aliado al kirchnerismo, Carlos Rovira: la habilitación de la reelección indefinida para ese cargo y el del el vice.
Finalmente, Piña se impuso y no sólo Rovira no pudo presentarse para su reelección, sino que aquello sacudió en otras provincias los ímpetus de procurar la reelección indefinida, principalmente en la de Buenos Aires. La furia del entonces presidente Néstor Kirchner con el futuro papa era inocultable. Y se sumó al rechazo a las críticas homilías de Bergoglio en el tedeum por el 25 de Mayo, al punto que decidió trasladar el oficio patrio al interior.
Presionado por los sectores más conservadores del Vaticano que temían un avance de la legalización del matrimonio gay, Bergoglio necesitaba que Macri le devolviera el favor y apelara. Pero el líder del PRO no lo hizo, aconsejado por colaboradores como Marcos Peña que argumentaban que debía enviar una señal a los sectores progresistas de cara a sus aspiraciones presidenciales.

No obstante, cuando Cristina Kirchner excluyó a Macri de la delegación oficial a la toma de posesión de Francisco, Bergoglio se ocupó personalmente de que el jefe de gobierno porteño estuviera en primera fila. Su sucesor en la ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, y otros dirigentes del PRO como Esteban Bullrich y María Eugenia Vidal consolidaron una relación personal con el Papa iniciada en Buenos Aires.
Tras el triunfo electoral que llevó a Macri a la presidencia, su primera canciller, Susana Malcorra, declaró que el nuevo gobierno buscaba una “relación institucional” con el Papa, a diferencia del modo informal de Cristina y su embajador ante la Santa Sede, Eduardo Valdés. Francisco interpretó que lo querían bien lejos. Paralelamente, el asesor estrella de Macri decía que el Papa “no conseguía ni diez votos” en su país.
Tres meses después de su asunción Macri tuvo su primera audiencia como presidente con Francisco que pasó a la historia por la foto en la que el Papa aparecía con un gesto adusto, más allá de que permitió que el presidente ingresará junto con su esposa en segundas nupcias, Juliana Awada, que implicó romper el protocolo del vaticano. Para muchos aquella imagen confirmó que sólo simpatiza con los peronistas.
El vínculo siguió deteriorándose luego de que Francisco le dijera a Macri durante una conversación telefónica que dos de sus principales colaboradores -Marcos Peña y Durán Barba- “me están haciendo campaña en contra”. Ya fuera del gobierno, Macri se preguntaría en su libro Primer Tiempo sí “en las numerosas reuniones que tenía con sindicalistas y opositores” el Papa alentaba las críticas a su gobierno.

La llegada de Alberto Fernández a la presidencia generó una expectativa en el Papa que en el pasado había tenido algunas conversaciones con el nuevo presidente. Al igual que Cristina, Fernández le pidió ayuda y Francisco intercedió por la Argentina ante la directora del FMI, Kristalina Georgieva, con quien tenía una excelente relación, ante la deuda del país con el organismo financiero.
Pero la buena disposición del Papa rápidamente entró en crisis a partir de que Fernández -siguiendo el libreto de Cristina- abrazó una actitud de confrontación con la oposición que tanto rechaza Francisco. Y que también -como hizo Cristina- comenzara a explotar políticamente el vínculo con el pontífice diciendo que hablaba con frecuencia con él y recibía periódicos consejos.
El haber promovido la legalización del aborto en el peor momento de la pandemia terminó de deteriorar su vínculo con Francisco. En los dos últimos años de su mandato fueron vanos los intentos de ser recibido por el pontífice. Discretamente, el Vaticano le decía que no pidiera la audiencia. Al final, ya fuera del poder, logró saludarlo en la residencia de Santa Marta.

El vínculo con Javier Milei no pudo tener un origen más explosivo. Ya antes de ingresar a la política, en sus intervenciones en los medios, el libertario lo tachaba de comunista y no ahorraba insultos hacia su persona. Pero en la campaña presidencial -mientras los curas villeros organizaban desagravios- él más de una vez le pidió disculpas públicamente.
Convertido en presidente, fue a verlo a Roma en el marco de la canonización de la primera santa argentina (Mama Antula) y lo abrazó efusivamente. Al día siguiente, Francisco le otorgó más de una hora de audiencia. La relación parecía encaminada aunque Jorge Bergoglio no comulgaba con sus posiciones ultra liberales y con su estilo muy confrontativo.
La represión de una manifestación frente al Congreso para pedir por los haberes de los jubilados generó una dura crítica del Papa. “En vez de destinar el dinero a la justicia social se usó para pagar el costoso gas pimienta”, disparó. La relación parecía dañarse seriamente, pero Milei evitó que la situación escalara no respondiéndose él y sus colaboradores.

Desde entonces, sin embargo, Milei dejó de hablar de una posible visita del Papa a su patria. En los meses anteriores venía expresando su anhelo de ser el presidente argentino que recibiera al Papa argentino. Acaso no lo hacía porque comenzó a temer que los pronunciamientos papales podrían ser críticos a aspectos de su gestión de cara al año electoral.
El papa Francisco, la política argentina y la visita que nunca se concretó
Lo cierto es que durante el pontificado de Francisco pasaron gobiernos de diverso signo y Jorge Bergoglio no volvió a su país. En sus cercanías dicen que la grieta que divide políticamente a los argentinos fue el principal motivo. Porque él quería hacer una contribución a la unidad de sus compatriotas y para eso el clima debía ser mejor.
Las opiniones estaban divididas. Había quienes decían que tenía que venir de todos modos porque su presencia ayudaría a cerrar la grieta. Y otros que consideraban que el nivel de enfrentamiento debía ser menor para evitar que todo lo que dijese o hiciese -o no dijese y no hiciese- fuera motivo de polémica y de más división.
En medio de tantas controversias políticas en torno a su figura en su país, el hecho de que parte de la sociedad le achacara simpatía por el peronismo y una actitud sectaria, y el hecho de que haya recibido a dirigentes ultra polémicos como Juan Grabois, resultó para ellos una situación indigerible.
Otros compatriotas, en cambio, lamentan que no se lo haya valorado adecuadamente y aprovechado para beneficio del país. Aunque su no venida quedará como una gran carencia. Al fin de cuentas, en Francisco se cumplió la premisa evangélica: “Nadie es profeta en su tierra”.