Poco después de la toma de posesión de Donald Trump en 2017, Angela Merkel, quien entonces era canciller de Alemania, visitó Washington.
Ante la mirada del mundo, las dos líderes se sentaron frente a una chimenea apagada, esperando torpe y silenciosamente a que los fotógrafos hicieran su trabajo.
Tras oír a los fotógrafos exigir “apretón de manos, apretón de manos”, una insistencia que Trump ignoró, Merkel lo intentó ella misma, según relata en unas nuevas memorias.
“Quieren un apretón de manos”, dijo en voz baja y audible para la prensa que se encontraba a unos metros.
“En cuanto lo dije, sacudí mentalmente la cabeza”, escribió Merkel, según extractos de las memorias publicadas esta semana en Die Zeit, el semanario alemán.
“¿Cómo iba a olvidar que Trump sabía exactamente el efecto que quería conseguir?”, añadió.
Muy esperado en Alemania, el libro Freedom:
Memoirs 1954-2021, promete la historia interior de la mujer taciturna que muchos veían como la defensora de un orden liberal global.
Cuando el mundo se vio conmocionado por el voto británico a favor de abandonar la Unión Europea, la primera elección de Trump y la anexión rusa de Crimea, Merkel exudaba una especie de calma paciente y cerebral que muchos consideraban el bastión de un orden mundial antiguo y más predecible.
Desde que dimitió en 2021, las cosas han cambiado drásticamente.
Rusia invadió Ucrania, lo que obligó a Alemania a prescindir del gas barato ruso.
Al absorber tanto la falta de energía barata como la reducción del mercado de exportación chino, la economía alemana se ha estancado.
Los puentes, las rutas y los ferrocarriles del país, descuidados durante mucho tiempo, se están cayendo a pedazos.
Y la acogedora política migratoria de Merkel ha provocado un auge de la extrema derecha.
Todo ello ha provocado un descontento generalizado y un replanteamiento del legado de Merkel.
Mirada
Se espera que el libro de Merkel, que también se publica traducido al inglés y llega a las librerías el martes, sea algo más que una fascinante visión en primera persona desde la sede de una gran potencia europea.
También es una justificación de las decisiones que tomó y que contribuyeron a llevar a Alemania y al resto de Europa a un lugar peligroso.
En los extractos, Merkel escribe sobre su juventud en la Alemania Oriental comunista, la política estadounidense —deseaba que ganaran tanto Hillary Clinton como Kamala Harris—, el presidente Vladimir Putin de Rusia y los acontecimientos que presagian la invasión rusa de Ucrania en 2022.
También tiene clara su opinión sobre Trump.
“Él lo juzgaba todo desde la perspectiva del promotor inmobiliario que había sido antes de entrar en política”, escribe en el libro, que concluyó antes de la reelección de Trump este mes.
Al mismo tiempo, en aquella reunión de marzo de 2017 sintió que el presidente de Estados Unidos quería caer bien.
“Hablamos en dos niveles distintos”, escribe Merkel.
“Trump en un nivel emocional, yo en uno factual”.
Él no compartía su convicción de que la cooperación podía beneficiar a todos.
“Creía que todos los países competían entre sí, y que el éxito de uno era el fracaso del otro”, escribe.
“No creía que la prosperidad de todos pudiera aumentar mediante la cooperación”.
Juegos
Merkel califica a Putin de “alguien que siempre estaba en guardia para que no lo trataran mal, y siempre dispuesto a repartir castigos, incluidos los juegos de poder con un perro y hacer esperar a los demás”, una referencia a su propio miedo a los perros, que él manipuló de forma célebre en una reunión en 2007, haciendo entrar a un gran labrador negro.
“Todo esto te puede parecer infantil, censurable, puedes sacudir la cabeza ante ello”, escribe.
“Pero eso no hizo que Rusia desapareciera del mapa”.
Rusia, dice, “con su arsenal nuclear, existe” y sigue siendo “un factor geopolítico indispensable”.
Dedica algo de tiempo a la cumbre de la OTAN celebrada en 2008 en Bucarest, Rumania, en la que el presidente George Bush, en contra del consejo de su propia comunidad de inteligencia, dijo que quería ampliar a Georgia y Ucrania una vía hacia la adhesión a la OTAN, denominada plan de acción para la adhesión.
Merkel y otros colegas europeos se opusieron.
El quid de su reticencia era que hacerlo empujaría a Putin demasiado lejos, y que este respondería agresivamente para impedir tal paso.
Al final, un compromiso a última hora de la noche produjo una promesa vaga:
que los países se convertirían en miembros de la OTAN, pero sin un camino ni un calendario claros.
Putin respondió organizando una guerra en Georgia cuatro meses después e intentando cerrar la puerta al ingreso de Ucrania en la OTAN desde entonces.
Merkel escribe que no vio forma de proteger a Ucrania o Georgia de la agresión rusa en el período entre el plan de acción para la adhesión y la adhesión real, que tardó cinco años con los anteriores candidatos centroeuropeos.
Durante ese tiempo, no se beneficiarían de las garantías de seguridad del tratado de la OTAN.
Sería “una ilusión”, escribe, suponer que el status de plan de acción de Ucrania y Georgia “los habría protegido de la agresión de Putin, que este status habría sido tal elemento disuasorio que Putin habría aceptado pasivamente estos acontecimientos”.
Entonces, pregunta, ¿habría intervenido la OTAN con soldados?
¿Y podría haber pedido al Parlamento alemán, que debe aprobar todos los despliegues militares en el extranjero, que diera su visto bueno a la participación militar alemana en dicha campaña? “
“En caso afirmativo, ¿con qué consecuencias?”.
Putin, recuerda, le dijo más tarde:
“No serás canciller para siempre. Y entonces se convertirán en miembros de la OTAN. Y quiero impedirlo”.
Mientras volaba a casa, dice, se alegró de que la OTAN hubiera evitado una gran pelea pública.
“Pero al mismo tiempo, se hizo evidente que en la OTAN no teníamos una estrategia común para hacer frente a Rusia”, algo que muchos sostienen que sigue siendo cierto hoy en día.
Christopher F. Schuetze es reportero del Times radicado en Berlín, desde donde cubre temas políticos, sociales y culturales en Alemania, Austria y Suiza.
Steven Erlanger es el corresponsal diplomático jefe en Europa y radica en Berlín. Ha reportado desde más de 120 países, entre ellos Tailandia, Francia, Israel, Alemania y la antigua Unión Soviética.
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