En términos puramente militares, la sorpresiva incursión de Ucrania en Rusia este mes es una apuesta dudosa.
Moscú no ha desviado fuerzas de sus avances en el frente de Donetsk, uno de los principales focos de los combates actuales, y el costo físico en tropas muertas o capturadas y ciudadanos evacuados no preocupa al presidente ruso, Vladimir Putin.
El potencial más significativo de la invasión reside en el otro frente:
el de la información, la propaganda, la moral, la imagen y las narrativas en pugna.
Ahí es donde se está librando la lucha para mantener a Occidente involucrado, para mantener a los ucranianos esperanzados y para que los rusos se preocupen por el costo de la guerra en vidas y dinero.
Y es ahí donde Ucrania puede ver una ventaja.
La mera mención de Kursk, la región por la que Ucrania avanzó, es conocida por todos los rusos como el lugar no sólo de un gran triunfo soviético en la Segunda Guerra Mundial, sino también del catastrófico accidente que hundió un submarino nuclear soviético en 2000.
Al avanzar hacia Kursk, el ejército ucraniano ha anunciado a viva voz su audacia justo cuando parecía que sus tropas nunca podrían recuperar la iniciativa.
Sorpresa
La sorpresa y la velocidad del ataque ucraniano y la floja respuesta rusa han dado nueva fuerza a los llamamientos del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, para que Estados Unidos y sus otros partidarios occidentales abandonen su insistencia en que no use sus armas para atacar territorio ruso.
Zelensky llama a esto la “ilusión ingenua de las llamadas líneas rojas”, y hasta ahora, sus aliados no se han quejado de la invasión de Kursk.
Tal vez vean poco valor en regañar a Ucrania, el valiente David en esta guerra, justo después de haber asestado un audaz golpe a un Goliat que avanza lentamente.
Igualmente importante es que la incursión de Ucrania en Kursk pone de relieve la contradicción inherente a la propaganda de Putin, que presenta el conflicto como una guerra por poderes contra potencias occidentales que tratan de negar a Rusia su destino, y una guerra en la que una Rusia tranquila, unida y próspera seguramente prevalecerá.
Pero esa ilusión se desmorona una vez que las fuerzas ucranianas logran penetrar en Rusia y obligar a decenas de miles de rusos a huir de sus hogares.
El imperativo primordial de la propaganda de Putin, heredado de la Unión Soviética, es reforzar la creencia de que, pase lo que pase, por grave que parezca y cualquiera que sea el costo, el Kremlin –Putin, para ser precisos– tiene el control total.
La profundidad del desastre precipitado por la guerra de Rusia se revela por la intensidad del esfuerzo —los eufemismos, las insinuaciones, los chivos expiatorios y las excusas— dirigidos a la propaganda.
Putin, un producto de la antigua KGB, es un experto en este arte oscuro.
Desde el momento en que comenzó la guerra contra Ucrania en febrero de 2022, ha sido implacable a la hora de hacer cumplir la prohibición de incluso llamarla guerra.
Versión
Los rusos están sujetos a arresto si no la llaman una «operación militar especial», aunque el propio Putin ha cometido algún desliz ocasional.
Cuando el proveedor de catering y señor de la guerra ruso Yevgeny Prigozhin murió en un sospechoso accidente aéreo después de enviar a sus mercenarios que luchaban en Ucrania a marchar sobre Moscú, Putin mantuvo la cara seria mientras ofrecía sus condolencias, señalando únicamente que su última víctima había «cometido graves errores en la vida».
Así que cuando el ejército ucraniano lanzó su inesperada ofensiva en la región de Kursk el 6 de agosto, la maquinaria de propaganda del Kremlin se puso a trabajar.
Por supuesto, no hubo invasión, sino sólo una “provocación armada”, una “situación”, un “ataque terrorista” o “acontecimientos en la región de Kursk”.
Y, por supuesto, el culpable fue el insidioso Occidente.
En una reunión televisada en su residencia con los jefes de seguridad y gobernadores regionales seis días después de la invasión de Kursk, Putin declaró que una vez más era “Occidente el que nos combate con las manos de los ucranianos”.
Insistió en que las fuerzas rusas tomarían represalias apropiadas y aun así lograrían “todos nuestros objetivos”.
Cuando el gobernador interino de la región de Kursk, hablando a través de un enlace de video, comenzó a dar algunos detalles reales de la invasión, incluyendo el número de ciudades y pueblos afectados y la cantidad de territorio confiscado por el ejército ucraniano, Putin lo interrumpió bruscamente, diciendo que debería dejar esos detalles a los militares y centrarse en la respuesta humanitaria.
El pobre gobernador, que probablemente nunca imaginó que su remota provincia sería invadida por alguien, debe haber asumido que su presidente quería saber lo que realmente estaba sucediendo.
Tal vez no se dio cuenta de que su trabajo no era preocupar a la población con hechos, sino sólo demostrar que el gobierno tenía el control y cuidaba de su gente.
Putin se ha mantenido firme hasta ahora en su postura de “todo está bajo control”.
No se ha molestado en visitar Kursk ni ha pronunciado un discurso conmovedor en el que pida una gran defensa de la patria.
Los medios de comunicación controlados por el Estado se han centrado en mostrar que el gobierno garantiza que los evacuados están a salvo y reciben atención y que la nación se está movilizando con una efusión de ayuda humanitaria.
El último informe del Ministerio de Emergencias de Rusia del martes decía que más de 122.000 civiles habían sido reubicados, incluidos más de 500 en las 24 horas anteriores, muchos de ellos a refugios en toda Rusia.
Al mismo tiempo, el Kremlin no ha puesto freno a los blogueros y comentaristas belicosos que exigen una represalia brutal por Kursk o avergüenzan a los evacuados por no plantarse y luchar contra los invasores extranjeros.
Esas críticas en realidad sirven a Putin.
Los halcones que piden a un gobernante autoritario que sea aún más autoritario son un contrapunto útil, presentando al gobernante como relativamente razonable.
Aunque es difícil medir la opinión pública en un país donde la franqueza es peligrosa, en las redes sociales se ha detectado cierto descontento con respecto a Kursk, y parece que Putin se ha sentido nervioso.
Su irritación con el gobernador interino fue una señal; otra fue su manifestación de enojo cuando declaró que la iniciativa ucraniana socavaba la posibilidad de negociaciones.
“¿De qué tipo de negociaciones podemos hablar con gente que ataca indiscriminadamente a la población civil y la infraestructura civil, o intenta crear amenazas a las instalaciones de energía nuclear?”, preguntó, ajeno a la rica ironía de sus palabras.
Mensaje
No está claro si el discurso reveló que Putin estaba considerando la posibilidad de negociar o que estaba advirtiendo a Occidente de que tiene que mantener a raya a Ucrania si quiere negociar.
Zelensky solo ha dicho que el objetivo era empujar a los rusos más lejos de Ucrania.
Las fuerzas ucranianas han avanzado poco en Kursk después del asalto inicial, mientras que al sur, las tropas rusas avanzan hacia su próximo objetivo importante, la ciudad de Pokrovsk.
Pase lo que pase en esta guerra impredecible, no se debe subestimar la importancia del frente informativo.
Cualquier operación que eleve la moral ucraniana, fortalezca el apoyo occidental y sacuda la narrativa de Putin es una batalla ganada.
c.2024 The New York Times Company