Donald Trump es afortunado. Más allá de su griterío, en enero cuando asuma nuevamente la presidencia, lo hará en un país con un desempeño económico extraordinario.
Es el reverso del resto del planeta que suma en simultáneo la zozobra alemana, el retroceso de China de sus aspiraciones de hegemonizar la economía global, el parate crónico italiano, la crisis en el vecino Canadá, también por el temor a la novedad en la Casa Blanca y, en fin, Japón que perdió este año su tercer lugar entre las economías planetarias y Brasil, en su laberinto.
El mundo parece roto frente al país que Joe Biden le deja a su feroz adversario. Estos días el magnate, a quien la saliente vice premier canadiense, Chrystia Freeland, describe como un “nacionalista económico agresivo”, volvió, sin embargo, a repudiar la situación económica de EE.UU., insistiendo en el principal ariete de la campaña que le dio la victoria.
Pero la realidad es que el país entra en 2025 con un impulso impresionante. Es la única potencia cuya producción marcha por encima de los números de la pre pandemia. Con crecimiento, desempleo a la baja sin precedente en tres décadas en torno al 4% y la inflación corriendo al objetivo de la FED del 2% anual.
Biden en junio de 2019 confrontaba un costo de vida de 9% en un país lacerado por las consecuencias económicas de la enfermedad, lo mismo que le sucedía al resto del planeta. Pero el demócrata logró revertir ese cuadro con un crecimiento que duplicó al de la eurozona. El tercer trimestre de este año indicó un anualizado de 2,8%, el ansiado aterrizaje suave, conteniendo la inflación y sin recesión.
Además, con una estimulante baja de las tasas que muchos temen que acaba de ver su último descenso. Los demócratas perdieron pese a esos logros porque la macro no alcanza para ganar elecciones si convive con una alta concentración del ingreso. La lección del gran fallido social del gobierno saliente. Una reciente encuesta de AP-NORC muestra que un tercio del país duda que pueda pagar los alimentos los próximos meses. Tres de cada 10 creen difícil incluso comprar regalos navideños, o saldar el gas o electricidad.
Lejos de esas preocupaciones, el magnate exhibe una fuerte vocación desreguladora que celebran las energéticas, porque facilitará la obtención de permisos de perforación; los gigantes tecnológicos, por la expansión de la inteligencia artificial y las firmas financieras, por la ampliación de la concesión de préstamos. También ha prometido recortar impuestos.
“Pero estas políticas pueden no brindar el crecimiento a los niveles que sueña Trump”, advierte The Economist. Sucede que la producción de crudo y gas llegó a máximos históricos con Biden, y no hay mucho margen para aumentos. En cuanto a los recortes de impuestos, con el déficit federal en el 6%, algunos republicanos en el Congreso pondrán limites, añade la revista británica.
De anuncios y preocupaciones
Otros anuncios del magnate generan mayores inquietudes. Se reprocha que la prometida expulsión de migrantes y la lluvia de aranceles pueden reavivar la inflación. El líder republicano ya se está enredando en esa polémica. Días atrás en Meet the Press de la cadena NBC, lo apestillaron con el regreso del fantasma del costo de vida y reaccionó incómodo afirmando que no podía garantizar que los precios al consumidor se mantengan estables si implementa los aranceles comerciales. “No puedo garantizar nada. No puedo garantizar lo que suceda mañana”. Un mensaje pesado a sus votantes. Los de aquella encuesta de AP-NORC.
Trump difícilmente elogie el camino macro que le desbrozó el demócrata y se atribuirá cualquier dato bueno de la economía, pero también aprovechará el beneficio de compararse con el resto del planeta. Alemania, la mayor potencia europea, es hoy el extremo más visible de una crisis que involucra al sistema de acumulación global. El líder norteamericano tiene un vínculo indirecto con ese cataclismo.
Según el Instituto de Viena para Estudios Económicos Internacionales (WIIW), “los inversores evitan cada vez más Europa central, oriental y del sudeste” debido a la retirada de firmas alemanas; la incertidumbre causada por la guerra en Ucrania… y la amenaza arancelaria de Trump. El número de nuevos proyectos para esa región en los tres primeros trimestres de este año cayó 44% respecto a igual periodo de 2023. El monto económico de las inversiones “retrocedió un enorme 39%”, añade.
Europa en problemas
En Alemania, la tercera economía mundial, acaba de caer el gobierno del socialdemócrata Olaf Scholz, un histórico aliado de los cristianos demócratas en la Große Koalition en épocas de Angela Merkel. Esa relación no existe hoy como antes. El país atraviesa “la recesión más pronunciada” en la historia de posguerra de Alemania, concluye en el Financial Times Robin Winkler, economista jefe del Deutsche Bank.
Ya en setiembre último, el titular de la poderosa Federación de Industrias, Siegfried Russwurm, había advertido que “el modelo de negocios de Alemania está en grave peligro, no en algún momento en el futuro, sino aquí y ahora”. Lo peor de su pronóstico es que para el año 2030, una quinta parte de la producción industrial del país puede desaparecer.
Alemania va camino a un crecimiento de cero por ciento el año entrante, contra el mínimo 1% que se preveía. Y si hay aranceles norteamericanos el desastre sería más significativo. La potencia europea encalló en la crisis que trajo la pandemia y no pudo resolver el abismo por la pérdida del gas barato ruso.
Pero, además, perdió la carrera de la tecnología. No hay casi empresas alemanas (o europeas) entre las principales tecnológicas globales. La producción química, en la que Alemania ha sido líder mundial desde las últimas décadas del siglo XIX, se derrumbó al 18% respecto a sus niveles de 2018. Y como ya hemos señalado en esta columna, China desplazó a su otrora exitosa industria automotriz.
Muy cerca de ahí Italia, pese a los anuncios festivos de la premier Giorgia Meloni, no logra tampoco escapar del callejón de la pandemia. La economía se estancó en el tercer trimestre y según datos oficiales se expandirá este año apenas 0,5%, la mitad de lo previsto. España, en cambio, crece cuatro veces más rápido. Según le señaló a Reuters Ángel Talavera, director de Estudios Europeos de Oxford Economics, esa diferencia se debe a que España atrajo inmigrantes y los integró a su economía, un dispositivo que operó como “un motor clave de crecimiento”.
En Italia, en cambio, son combatidos o confinados en la economía informal. Costos del dogmatismo ultraderechista. Francesco Saraceno, docente de economía en Science Po de París y la Universidad LUISS de Roma, añade otro dato que demuele las fantasías de la época: ”Italia no cuenta con suficiente inversión pública –dice– y, al mismo tiempo, lucha contra la transición verde en lugar de aceptarla como una oportunidad de crecimiento”.
China por su parte, está emprendiendo una serie de fuertes mutaciones para intentar resolver su propia crisis incluyendo la novedad de una política monetaria “moderadamente laxa”, eso es tasas, créditos, estímulos y nada de los clásicos rigores conservadores. A fines de setiembre el Banco Central de China redujo los tipos de sus préstamos anuales al nivel más bajo jamás registrado, del 2,3% al 2%.
El recorte de 30 puntos básicos fue el mayor desde que el banco comenzó en 2016 a utilizar la herramienta monetaria para guiar las tasas de interés del mercado. La medida configuró un intento crucial para escapar del estancamiento. Pero nada está garantizado.
El consumo creció sólo 3% anual medido a noviembre. Esperaban casi un 5%. Tampoco es claro si el gigante asiático alcanzará el otro 5% de la meta de expansión de la economía, que de lograrse sería de todos modos el menor nivel en tres décadas. El único ganador del momento en esas superestructuras es EE.UU. Joe Biden pueden marcharse satisfecho.
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