Con la irrupción de los smartphones y sus apps de mensajería instantánea, en consonancia con el progresivo abaratamiento de las tarifas móviles, hay un elemento que quedó obsoleto: la llamada perdida. Tanto, que quienes sólo usaron teléfonos inteligentes no saben lo que es.
¿También creciste en los inicios de la telefonía móvil, cuando llamar a una persona implicaba dejarte una buena porción del saldo? Entonces conocerás el concepto de «perdida», esa llamada cuyo destino era no descolgarse y que servía como aviso para que la otra persona estuviera alerta. Que ya estábamos de camino, que esperábamos a que bajase de su casa o, también, servían como indicativo de que debían llamarnos. Una triquiñuela para ahorrar dinero que hace tiempo que se perdió.
Por suerte.
Cuando la ausencia de comunicación servía para comunicarnos
En la actualidad, tenemos tarifas móviles que incluyen llamadas ilimitadas, algo que habría sido ciencia ficción en la primera década de los 2000, momento en el que la telefonía móvil ya había alcanzado a la mayoría de la población. Llamar o enviar un SMS suponía un buen pellizco en el presupuesto. Por lo que, sobre todo entre los más jóvenes, llamar sin descolgar se estableció como una forma de aviso de disponibilidad.
Este verano andábamos hablando en la sobremesa de cómo nos comunicábamos cuando WhatsApp no era el nexo de unión inalámbrico. Y salió a colación el término «hacer una perdida». A mi hijo, de 19 años, se le hacía difícil entender que pudiéramos transmitir información con sólo unos tonos: en una época donde hablar a través del móvil es prácticamente gratis, tener que elaborar estrategias para informar sin que el operador cobrase por la comunicación le parecía extraño. Hasta absurdo. Casi como comunicarse por morse a través de un telégrafo.
Hablé con varios amigos de mi hijo, pertenecientes a la actual generación Z, y a todos les pareció igualmente extraño lo de hacer llamadas perdidas. Para ellos lo común es abrir el WhatsApp y mandar los mensajes que necesiten. No sólo eso: los audios es la forma habitual de comunicación, justo al contrario de lo que ocurría antaño. Si en la popularización de la telefonía lo habitual era no articular palabra, ahora lo más común es hablar. De manera asíncrona, pero no deja de ser audio.
Ahora resulta absurdo hacer una llamada perdida, no es necesario avisar mediante unos tonos. Decimos mucho más con palabras que con silencios, sin que por ello perdamos dinero. Y me alegro, no echo de menos aquella época: que las tarifas y los servicios se abarataran hasta los niveles actuales es una enorme ventaja para quienes los consumimos.
«Un tono es que estoy abajo, dos tonos es que aún no he salido»
En mi caso, yo tenía un conjunto de códigos con respecto a las perdidas. Con mi círculo cercano, acordaba diferentes acciones con dependencia de los tonos que dejábamos sonar el teléfono. Por lo general, un tono era que ya estaba esperando en la cita, con dos solía ser que aún no había salido o que estaba a punto. Si dejaba sonar más tiempo el teléfono hacía falta una llamada completa, por lo general mía hacia otra persona (solía ser el único con contrato). Y siempre había opción para cambiar el código en función de las necesidades.
Porque no importan las dificultades ni las barreras, siempre hay formas de esquivar los obstáculos. Y dichas maneras van evolucionando con el tiempo: las llamadas perdidas tienen tan poco sentido en la actualidad, que quienes ya nacieron con los smartphones ni oyeron hablar de ellas. Quedan como una anécdota de la época, igual que los diccionarios de SMS. Porque éste es un tema para otro día: ¿recordáis cuando os llegaban mensajes que parecían encriptados por el MI6? Prefiero los audios de WhatsApp.
Imagen de portada | Iván Linares
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